domingo, 19 de enero de 2014

Bellísimo....


Yo me considero un tenista amateur lo confirmo de pe a pa....


Complicidad estética

entre Roger Federer y Stefan Edberg. Ve uno la imagen de ambos estrechándose la mano después de una sesión de trabajo y no puede evitar el estremecimiento que provocan la memoria no tan lejana y lo que lamentablemente empieza a formar parte de la evocación. Hasta donde uno recuerda, pocas veces se ha dado una sociedad tan natural, tal confluencia estética. No necesariamente ha de estar llamada al éxito. Hay fórmulas alternativas. Ernests Gulbis, sin ir más lejos, quiso domesticar sus impulsos bajo la égida militar de Hernán Gumy, un tipo que nunca se caracterizó por la imaginación sobre la cancha.

Da la impresión de que Federer, y menos en el final de su carrera, no pretende que nadie embride sus aptitudes sino más bien encontrar la inspiración perdida con la presencia cercana y participativa de uno de sus ídolos, del espejo en el que más de una vez se habrá contemplado. Hace unos años, durante una conversación con este periódico en los días previos al torneo de Madrid, el suizo hablaba con orgullo el tirón que su juego poseía entre los clásicos, las conversaciones con Laver, con McEnroe, el lujo de pertenecer de algún modo a una época distinta a la que le ha correspondido, de defender la esencia de un juego que hace tiempo va en una dirección bien distinta.
"Creo que mi estilo es muy relajado y probablemente bonito de ver para alguna gente, especialmente para la vieja generación, como Manolo[Santana] por ejemplo, que tal vez se sienten más reflejados en mí que en otros jugadores con revés a dos manos y otro estilo. Ésa es la razón por la que creo que tengo un gran apoyo de los aficionados, las leyendas, la gente de la calle, por eso poseo una buena imagen. Me han procurado muchos, muchos elogios, a veces demasiados. Mi mujer a veces le dice a la gente que no hable tan bien de mí, tiende a desmitificarme. Recuerdo cuando John McEnroe me saludó en una ocasión, 'qué bueno verte de nuevo, Roger'. Mirka[su esposa] le dijo, 'hey John, deja de dedicarle tantas loas a Federer en tus comentarios, que luego cuando ve sus partidos por televisión se sonríe', decía en 2010 en el Madrid Arena.
Pocas derrotas fueron tan dolorosas para quien esto escribe como la sufrida por Edberg ante Chang en la final de Roland Garros de 1989. El sueco, gran renovador de la escuela de su país, se había plantado en el partido más importante de la temporada de arcilla sin desdecirse un ápice de su idiosincrasia. Como McEnroe en la final de 1984, o Rafter en 1997 y Henman en 2004, ambos en semifinales, Edberg era un aspirante insólito sobre la arcilla parisina. Recupero al jugador contracultural, íntegro, al que sufría con argumentos más propios de sus escenarios predilectos, pues en éstos, ya se sabe, destacó hasta ganar seis títulos del Grand Slam y llegar al número uno del mundo.
Ambos se han unido con la lógica pretensión del éxito, pero hay en la fusión, por pura inercia genética, el propósito de honrar el juego. Fue, como tantas, la confrontación imposible. El de Vastervik tiene 47 años y nunca se midió con quien hoy es su jefe. Aún con los rasgos heredados de un magnífico atleta, Edberg mantiene, incluso rodeado de periodistas, los exquisitos modales de los que siempre hizo gala, aunque, como en casi todas las vinculaciones de estas características exista un severo compromiso de confidencialidad.

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