Valencia se levanta en armas contra Santiago ‘te la clava’, perdón, Calatrava. Es inevitable no hacer referencia al cariñoso apelativo que utilizaba un conocido diplomático español cuando era su abogado, antes de pasar por el Ayuntamiento de Madrid con Ana Botella. Al parecer, la fama de sus facturas había cruzado el Océano por obrar milagrosamente en la multiplicación de las derramas y disparar el porcentaje de sus honorarios sobre el coste final de la obra. Eran tiempos de champán con fresas, y políticos con presupuestos sin control. La estrella de Santiago brillaba por encima de sus posibilidades, hasta que el agotamiento de las arcas hizo saltar los plomos.
La ciudad que le creó ya no tiene ni para luz. La ruina de la Comunidad Valencia y de su capital coincide con la debacle del arquitecto que susurraba a los políticos. Escuchar a Alberto Fabra un tibio desagrado contra Santiago Calatrava es una bonita metáfora del final de un maridaje que dura más de dos décadas. Nunca antes un presidente de la Generalitat Valenciana le plantó cara. Nunca nadie se había atrevido a “mantener contactos con el arquitecto, bien directamente o con su estudio”, para arreglar un desperfecto en una de sus obras, y “sobre todo quién tiene que hacerse cargo de esos costes de renovación”.
Imaginen la conversación para aclarar quién pagará los arreglos de la cubierta del Palau de les Arts, que ha sido clausurada por desprendimiento del revestimiento cerámico que decora la fachada. “¿Santiago? Oye mira, una cosa…” Sea como fuere, la inmunidad de la que gozaba hasta el momento parece haber tocado su final. Por un lado, la tumba abierta de demandas que dinamitan ese prestigio suyo y, por otro, haberse destapado como el gran despilfarrador consentido, han cortado su comunicación con lo más alto de la Moncloa y la Zarzuela. Las presiones de la Generalitat han funcionado y logra que el despacho de Calatrava, Acciona y Dragados -los otros beneficiados de aquella España- asuman trabajar en conjunto para arreglar el problema. 
El arquitecto, Carlos Fabra y Francisco Camps. (Efe)El arquitecto, Carlos Fabra y Francisco Camps. (Efe)
El periodista Llatzer Moix, recordaba en su libro Arquitectura milagrosa(Anagrama), que si alguien se atrevía a poner en duda una coma de su proyecto no dudaba en llamar a CampsAznar o a marcar el número de la Zarzuela. No tenía límites. El final de la impunidad de Calatrava es un motivo para la esperanza de vida de las arcas públicas.  
Conocía la música que más les gustaba y, mientras les extendía sus planos sobre la mesa del despacho o les tiraba un gurruño de papel para mostrarles su idea, Santiago les tocaba la Cuarta Sinfonía de la Gloria. Aquello sabía a dulce de leche: telediarios, reportajes en periódicos y sus colorines, entrevistas, “gasto social” y, en definitiva, campaña fuera de campaña. Calatrava ofrecía notoriedad y los otros volvían a olvidarse de aquello, esto que se pone en los discursos, ¿cómo se llama? Ah sí, ejemplaridad.
Es la criatura más sofisticada que ha nacido del pelotazo inmobiliario español. Los noventa, territorio comanche del dinero, la política y el ladrillo, ofrecieron al maestro del gigantismo de las estructuras y los titulares la oportunidad de faraonizar Valencia. La Ciudad de las Artes y de las Ciencias se justificó como emblema y foco de atracción de turistas. “A miles”.
El arquitecto durante la presentación del Museo del Mañana, en Río de Janeiro, en junio de 2010. (Efe)El arquitecto durante la presentación del Museo del Mañana, en Río de Janeiro, en junio de 2010. (Efe)
De miles a millones, concretamente 94. Un número redondo, un número perfecto para un salario: 94 millones de euros para el arquitecto que logró hacer entender al presidente Camps que Valencia debía aflojar 1.110 millones de euros -con sobrecoste aproximado de 625 millones de euros- para aparecer como el caballero de las artes, las letras, el pueblo, la cultura. Camps, el iluminado. Cuando oíamos aquello de que la fama tiene un precio, nunca pensamos que las facturas escalarían hasta el último piso de la deuda. Sé que la historia recuerda demasiado al Traje nuevo del emperador,pero hubo infancias que Hans Christian Andersen no tocó.
Fiel a su modus operandi, diez años después de poner en marcha los fastos se dio cuenta de que al conjunto le faltaba “volumetría”. Había que crear un “Ágora”. Lo que hasta entonces se había conocido como “palacio de congresos” -modelo clímax de la catetada y la especulación municipal-, suponía una nueva inversión de 56 millones de euros para las arcas públicas. A petición de Calatrava, el proyecto original debía seguir creciendo.
En el contrato y las declaraciones, la Generalitat se mostraba ta-jan-te: “De ninguna forma las obras podrán ir más allá de 2007”. Año 2013, después de102 millones de inversión, el “Ágora” ha acogido cinco eventos por año, no está acabado, Calatrava se olvidó de la entrada para camiones en el diseño, tiene goteras y las piezas que faltan por instalar en la cubierta móvil están abandonadas en un solar.  
Calatrava con Gallardón, en 2008, para promocionar la candidatura de Madrid 2016. (Efe)Calatrava con Gallardón, en 2008, para promocionar la candidatura de Madrid 2016. (Efe)
Ya sabemos todos cuánto podemos confiar en un político ta-jan-te, pero ahora la Generalitat anuncia que acudirá a los tribunales para reclamar “hasta el último euro a todas las personas que han intervenido en el proceso de diseño o construcción del Palau de les Arts”. También dice su vicepresidente,José Císcar -y de manera reincidente- que los tres millones que cuesta la reparación no los van a pagar los valencianos (ni el resto de españoles).
El político no entiende que, después de tantas mentiras, y a fuerza de repetir las consignas como mantras ante los medios, su palabra no vale nada cuando se ha derrochado tanto. Y si uno de ellos agarra el micrófono y se dirige a su vecino para decirle “tú no pagarás esto”, el vecino se echa a temblar. Para redoblar la perversión del lenguaje, Císcar asegura que no les va a costar un euro “por una cuestión de justicia material”. Han oído bien. La “justicia material” es esa figura por la que el responsable de una gestión nefasta sobre los fondos públicos logra zafarse de otra expresión mucho más violenta y justa: “dimisión”.
Una vez comprobada la evolución de su trabajo con el paso de los años es fácil entender que este no es más que el inicio del final del monopolio de Calatrava en Tierra Santa. Después de la ruina económica y monumental a la que ha llevado a la ciudad, ¿recibirá una orden de alejamiento de Valencia?
Él, que surgió al calor de la mentalidad fallera del PSOE, se confirmó y se instaló en Suiza con el PP; él, que mantiene una relación de simbiosis con la política; él, al que los medios de comunicación le hemos comprado cada uno de sus fuegos artificiales, cada espectáculo, sin preguntar por el precio; él, que representa el espíritu del ladrillo, la farsa, el espejismo que se ha desvanecido junto con el resto de trampas de un país-burbuja; él, un aval de riesgo; él, creador del decorado que se autodestruye, del trampantojo que se deshace, del disfraz de la verdadera Marca España, a saber: soberbia, ignorante, pacata, mentirosa, vulgar, cacique, perezosa y antipatriota. Él y su ocaso supone el final de un mundo defectuoso, de un país que se exhibía con langosta y toallitas con jabón de limón, y comía langostinos con pan en su intimidad.