Memoria de la indignidad
Rubén Vega, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Oviedo, analiza el pasado negro del Regimiento América 66, responsable de la matanza de Valdediós
Viernes30 de mayo de 2014
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La inauguración en la Ciudadela de Pamplona de una exposición dedicada al 250 aniversario del Regimiento América 66 ha suscitado una aguda polémica que, una vez más, nos remite a las heridas no cicatrizadas de la guerra civil y a los debates sobre memoria histórica. El propósito originario de la exposición parece apuntar a un doble objetivo estrechamente relacionado, por otra parte: proyectar socialmente una imagen positiva del Ejército y alentar cierta idea de España, al modo en que suele ser entendida por los sectores más conservadores. El título que se le ha dado a la muestra condensa estas directrices: Regimiento América: 250 años de historia de España.
Muy probablemente los inspiradores de la exposición no eran siquiera conscientes de la existencia de una oprobiosa mancha de sangre originada por la criminal actuación del Batallón Arapiles nº 7 (perteneciente en su día a las Brigadas Navarras e integrado en el Regimiento América) el 27 de octubre de 1937 en el monasterio de Valdediós, donde fueron asesinadas al menos diecisiete personas (la fosa común excavada en el verano de 2003 sacó a la luz los cuerpos de once mujeres y seis varones). Se trataba de enfermeras y otros integrantes del personal sanitario a cargo del hospital psiquiátrico, que fueron vejadas y asesinadas en aquella nefanda noche. Pero si los organizadores de la exposición no habían previsto que la memoria de aquellas víctimas indefensas pudiera empañar las loas al Regimiento América 66, su reacción una vez desatada la polémica no puede contar ya ni siquiera con la indulgencia de la ignorancia o la imprevisión.
Las declaraciones exculpatorias o evasivas a las que hemos asistido en vísperas o en el mismo momento de la inauguración no pueden ser más reveladoras del espíritu que anima al militarismo y la insensibilidad de la que sus defensores hacen gala. Se justifica el silencio acerca de un episodio tan siniestro como el de Valdediós argumentando que se trata de un incidente aislado y que las unidades no son responsables sino las personas. Pero se aplica la lógica exactamente opuesta si se trata de reivindicar la gloria de las acciones (real o presuntamente) heroicas: no se menciona a las personas que las protagonizaron ni se las trata como hechos aislados sino que forman parte de la historia del Regimiento y éste las patrimonializa haciéndolas suyas. La página que el Ministerio de Defensa dedica al Regimiento América es expresiva de tal visión. Dice textualmente:
“Creado como unidad expedicionaria en 1764, el Regimiento América se encamina orgulloso hacia su doscientos cincuenta aniversario, con un glorioso historial forjado en más de 5.000 acciones de guerra. Pero no sólo tiene un pasado heroico. El regimiento goza hoy mismo de un elevado prestigio, ganado con el esfuerzo y entrega de muchos de los que hoy forman en sus filas, sea frente al zarpazo terrorista, en las misiones de apoyo a la paz en Bosnia, Albania y Kosovo o, más recientemente, en las lejanas tierras de Afganistán. Esta página pretende difundir el glorioso pasado y el intenso y exigente presente del Regimiento”
Pues bien, de ese glorioso pasado –al parecer sin mácula- es de lo que trata la exposición. Ningún crimen de guerra, acto de cobardía, intervención al servicio de causas innobles o cualquier otra actuación que pudiera empañar tan brillante hoja de servicios puede tener cabida.
En realidad, buena parte de la extensa hoja de servicios de esos dos siglos y medio está vinculada a causas indignas que deberían ser más motivo de vergüenza que de vanagloria. Salvo que el mensaje que se nos trate de inocular sea el de que toda guerra es legítima y hacerla con eficacia es un valor en sí mismo. No importa contra quién ni en defensa de qué causa.
Negarse a reconocer los asesinatos de Valdediós representa no sólo una absoluta falta de respeto a la memoria de aquellas víctimas inocentes e indefensas sino también convertirse en cómplices morales de la iniquidad. La responsabilidad del batallón Arapiles en los hechos no admite discusión y, por tanto, bastaría con reconocer públicamente la verdad. Con ese mero gesto, los actuales responsables de la unidad militar y quienes han organizado y promovido la exposición (Ministerio de Defensa y Ayuntamiento de Pamplona), habrían tenido oportunidad de mostrar su empatía con las víctimas y su repulsa hacia los asesinos. Era tan fácil como decir públicamente que su historial cuenta con esa mancha negra y que nadie ahora se siente identificado con aquel crimen ni con los criminales. Y pedir, por tanto, perdón en nombre del Regimiento. Nadie ha hecho tal cosa. Y en tanto eso no se ha hecho sino que, muy al contrario, se ha tratado de minimizar y se ha carecido de una sola palabra de aceptación y condena de lo sucedido, los mandos militares y los responsables políticos involucrados en la exposición o en los debates que ha generado se han convertido a sí mismos –por acción y no sólo por omisión- en cómplices morales de los asesinos, a quienes siguen encubriendo con su silencio y reivindicando con sus homenajes mientras restan importancia o ignoran a las víctimas. Unas víctimas, no lo olvidemos, que bajo ningún concepto pueden ser consideradas fruto de una acción de guerra ni admiten explicación o justificación alguna. Civiles sin implicación en los combates, personal sanitario, mujeres en su mayoría, vilmente asesinadas cuando los combates han concluido ya y todo el territorio asturiano está bajo control de los vencedores. Asesinatos a sangre fría, decididos por mor del criminal afán de venganza de la mano que confeccionó la lista y perpetrados de la forma más cobarde por militares que ni siquiera registraron la incidencia en los partes correspondientes a los días que pasaron en Valdediós.
Pero la de Valdediós no es la única mancha en las presuntas glorias militares del Regimiento América y sus discutibles servicios a la patria. En realidad, la exposición ofrece muchas otros flancos cuestionables si nos salimos de la lógica militarista y caemos en la funesta manía de pensar, tan incompatible con las causas del absolutismo o las dictaduras que eficazmente ayudaron a sostener los valientes soldados del Regimiento. Cuando no dedicaron su acreditada capacidad de matar para combatir a pueblos indígenas, patriotas americanos en lucha por la independencia o cábilas rifeñas en rebeldía contra el invasor de su tierra.
La exposición se limita a desgranar campañas, expediciones y participación en operativos dentro y fuera de las fronteras españolas. Todas ellas como parte de los méritos contraídos al servicio de la patria. Pues bien, hagamos un repaso somero de algunas de estas hazañas y de la causa a la que sirvieron siguiendo simplemente el guión que la exposición nos ofrece y buscando dar significado a los hitos que va marcando de forma descontextualizada y laudatoria.
Recién creado el Regimiento, su historia arranca en 1767 combatiendo a indios norteamericanos en los confines del virreinato de Nueva España (“rebeldes seris y pimas” de la provincia de Sonora e “invasores apaches”, según reza en uno de los paneles que nada informa de los castigos corporales y apropiaciones de tierras que motivaron la rebeldía).
En 1813-14 los encontramos fracasando en la defensa de Montevideo frente a los independentistas del virreinato de La Plata.
En 1830, al servicio del absolutismo de Fernando VII, abortan la incursión liberal de Espoz y Mina en Vera de Bidasoa.
En diciembre de 1842 (y no en julio de 1843, como erróneamente se dice en la exposición) se hacen acreedores del dudoso honor de tomar parte en el bombardeo de la ciudad de Barcelona ordenado por el general Espartero. El Ejército español castigando con fuego de artillería desde el castillo de Montjuic a la población civil para sofocar una revuelta popular y procediendo luego a fusilar a cerca de un centenar de personas.
En abril de 1846, participan en Galicia en la represión de un pronunciamiento en pro de la Constitución y la libertad. Una vez sofocado, se fusila a doce oficiales que pasarán a la memoria de los gallegos como “los mártires de Carral”.
En 1848, cuando –alarmado por las noticias de la revolución iniciada en Francia- el general Narváez asume poderes dictatoriales como medida preventiva del posible contagio revolucionario, el Regimiento estará presto para combatir en las calles de Madrid a quienes se rebelan contra el dictador.
En julio de 1861 tiene lugar el levantamiento de Loja, la primera revuelta campesina contra el expolio a que han sido sometidos por los terratenientes, expresando el hambre de tierra de los jornaleros andaluces. Y las armas del Regimiento están otra vez listas para volverse contra el pueblo al que supuestamente han de defender.
En definitiva, el enemigo son sus propios compatriotas. Civiles que en Barcelona, Madrid, Andalucía o Galicia osan levantarse contra la injusticia o la opresión y desafían a dictadores y oligarcas. Una extraña forma de defender a España.
El otro escenario preferente serán las guerras coloniales, que en el caso español siguen la pauta universal de ser especialmente criminales e injustificables. Invadir, expoliar, someter y sembrar el terror por métodos despiadados entre gente que no hace sino defender su país de ocupantes sin más derecho que el que otorga la fuerza. Una expedición de castigo contra el vecino marroquí, tomando la ciudad de Tetuán en 1860, sirve de precedente a la participación en la guerra de Cuba y posteriormente en la de Marruecos. Fuera cual fuera el papel concreto desempeñado por el América, formó parte de un Ejército que contrajo méritos tan cuestionables como provocar una mortandad entre la población civil cubana encerrada en campos de concentración para prevenir la sospecha de colaboración con los mambises independentistas o emplear armamento químico contra la población en el protectorado español de Marruecos.
Todo ello para regresar, en los años treinta del siglo XX, a la vieja costumbre de volver las armas contra su pueblo. Si en octubre de 1934 combaten a los revolucionarios de Asturias por orden del Gobierno de la República, en julio de 1936 no dudan un instante en sumarse a la rebelión militar contra el orden constitucional y la legalidad republicana. A partir de ahí, su ejecutoria en la guerra civil es narrada en el correspondiente panel de la exposición como una aséptica sucesión de frentes y campañas en la que, por supuesto, nada se dice del crimen de Valdediós pero sí queda espacio para el burdo tópico patriotero según el cual la condición de español entraña automáticamente la cualidad de la valentía. De ahí que las 2.027 bajas sufridas en el campo de batalla entre el 18 de julio de 1936 y el 1 de abril de 1939 lo fueran en “durísimos combates contra un oponente que tiene el mismo valor y hace gala del mismo heroísmo, no en vano son españoles unos y otros”. Entre tanto español heroico, no ha lugar a dar cuenta de que durante toda la campaña sostenida en el verano y otoño de 1937 en tierras vascas, cántabras y asturianas, las Brigadas Navarras contaron con el valioso concurso de la aviación alemana, cuya Legión Cóndor arrasó Durango y Gernika en criminales bombardeos sobre la población civil y siguió luego machacando las posiciones republicanas que las tropas franquistas iban tomando hasta la definitiva caída del Frente Norte. Ninguna mención, por tanto, a la condición de héroes o villanos de aquellos nazis que tan valiosa ayuda les prestaron. Y, por supuesto, ninguna nota marginal que dé cuenta de lo sucedido en Valdediós.
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