Un proyecto para una generación
José Moisés Martín Carretero economista, es miembro deEconomistas Frente a la Crisis
Vamos saliendo de la crisis, o al menos esto es lo que nos transmiten machaconamente desde los medios de comunicación, mientras otros se empeñan en denunciar los costes que está teniendo para el conjunto de la sociedad el camino elegido para superar los desequilibrios macroeconómicos que nos señalan las rígidas normas de nuestra pertenencia al Euro. Vamos saliendo de la crisis pero no sabemos hacia donde.
“¿podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?”El gato respondió: “Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar”, “¡No me importa mucho el sitio…!” dijo Alicia. “Entonces, tampoco importa mucho el camino que tomes”, dijo el Gato. “…siempre que llegue a alguna parte”, añadió Alicia. “Oh, siempre llegarás a alguna parte “”
Como Alicia en su conversación con el gato de Cheshire, no sabemos hacia donde ir y parece que cualquier camino es bueno siempre que nos saque del profundo impasse que han creado estos años de recortes, conflictividad, pobreza y desesperación. Encuentran eco en nuestra sociedad y en la opinión pública las más variopintas expresiones políticas y sociales, desde la “eliminación” de la “casta política”, el impago de la deuda, la profundización en las mal llamadas “reformas estructurales”, o la transición hacia una “economía del conocimiento”. Sin duda, vivimos tiempos de profunda desorientación.
El desnorte de nuestra sociedad es considerable, pero, al contrario que en el País de las Maravillas, al conjunto de la ciudadanía española le debería importar mucho hacia dónde dirigir la proa. Vivimos en los tiempos del cortoplacismo, en el que los próximos datos de la prima de riesgo, del desempleo o del crecimiento trimestral del PIB se esperan como indicadores del estado de ánimo de la sociedad en su conjunto, dando vueltas en círculo persiguiendo nuestra propia cola. La pluralidad de medios de comunicación –incluyendo Twitter, blogs, diarios digitales, la proliferación de canales TDT de dudosa calidad- incrementa nuestras opciones para mantenernos informados y permitirnos formar nuestra propia opinión, pero también generar un importante ruido de fondo que nos puede dificultar obtener una visión precisa de la realidad, al convertir la anécdota en categoría o al proliferar bulos sin contrastación empírica alguna.
Llega el momento de poner las luces largas y empezar a pensar en el muy largo plazo. Decía Peter Drucker, el intelectual que más y mejor ha reflexionado sobre la gestión (management) como ciencia y como arte, que pensar estratégicamente no es pensar en las decisiones que tomemos en el futuro, sino, sobre todo, pensar en los efectos futuros que tendrán las decisiones que tomemos hoy. ¿Qué mercado laboral tendremos a largo plazo en un contexto de devaluación salarial? ¿Qué formación tendrán las próximas generaciones si dejamos de invertir en educación? ¿Qué tipo de democracia viviremos si hoy todas las instituciones están asediadas por el descrédito? ¿Cómo gestionaremos la inmigración si nuestra política energética condena a la desertización a todo el Sahel?
Para responder a estas preguntas no basta con la prospectiva. Hace falta la estrategia. Y lo primero que se aprende en el conocimiento de la estrategia es que el tipo de razonamiento aplicable es el inverso al razonamiento secuencial del corto plazo. El pensamiento secuencial nos lleva a pensar de atrás hacia adelante, es decir, del presente hacia el futuro. El pensamiento estratégico construye las secuencias de adelante hacia atrás, esto es: establece objetivos y escenarios y construye los pasos para llegar a ellos: del futuro hacia el presente.
Y hoy no tenemos clara una visión de ese futuro. La política tradicional, convertida en mera gestión de este “presente permanente” nos invita a olvidarnos del largo plazo y se termina convirtiendo en una gestión continua de crisis sobrevenidas. Pero esta visión no moviliza ni permite una identificación ciudadana con los proyectos. Todas las fuerzas políticas terminan pareciéndose demasiado, porque ninguna dibuja un escenario plausible de futuro. Por eso también –y no sólo- vemos un resurgir de los nacionalismos. Al menos ellos tienen un horizonte de futuro. Por eso también –y no sólo- funcionó la construcción europea hasta que abandonó el horizonte a largo plazo por la mera gestión de la crisis. Hoy prácticamente todo el debate sobre la Unión Europea se circunscribe a solucionar las brechas institucionales, sociales y económicas evidenciadas en la crisis del Euro. Pero nadie sabe ya hacia donde se dirige la Unión Europea, cual es el camino que debemos recorrer. “Cualquier camino es bueno para salir de aquí”.
Estudios y prospectivas sobre el futuro hay muchas y de variada calidad. Tanto de instituciones públicas como privadas. Pero no se trata de “prepararse” para ese futuro que se nos avecina cargado de oportunidades y amenazas, sino de dirigirnos hacia él, de trascender el bucle en el que se ha instalado la vida social, política y económica de España, dar carpetazo de una vez por todas al ciclo político agotado que supuso la transición, nuestra incorporación a la Unión Europea y la modernización de nuestra economía y nuestra sociedad. Un nuevo ciclo que dibuje un nuevo horizonte y que aproveche lo mejor del anterior para proyectarlo hacia el futuro.
Dibujar esa hoja de ruta no es tarea de una persona, ni siquiera de un grupo o colectivo, por amplio que sea. Requiere de armar consensos y tejer complicidades que van más allá de los compartimentos estancos de las diferentes organizaciones sociales, culturales o políticas. Hoy sabemos, gracias a los avances de las ciencias sociales, que existen numerosos instrumentos para arrancar un proyecto por el que merezca la pena trabajar. Michael Spence tuvo la oportunidad de liderar la Comisión Internacional que dio lugar al “informe sobre el crecimiento” en el que se recogen los elementos para una hoja de ruta que lleve al crecimiento y la prosperidad.
Aquí sólo algunas pistas que podrían ir consolidando una propuesta de futuro.
- Cambiar la infraestructura productiva: apostar decididamente por el cambio de la base tecnológica y energética de nuestra sociedad. Introducir a España en la tercera revolución industrial y en la era post-carbónica, a través las energías renovables, la nueva economía digital y las nuevas fórmulas productivas. España ha vivido su propia burbuja de las renovables y no pocas familias han sido víctimas de ese proceso, pero como en cualquier otra innovación productiva, en el largo plazo las perspectivas son diferentes. En el año 2001 nadie hubiera apostado por las “puntocom” tras el estallido de la primera burbuja. Después llegó la web 2.0 y aparecieron facebook, linkedin, Youtube, Twitter, y centenares de nuevas aplicaciones generadas por empresas que aprendieron de la primera burbuja. Las energías renovables siguen un proceso similar y tras el primer boom especulativo y posterior pinchazo de su propia burbuja, hallarán un camino hacia el crecimiento sostenido. Pero las energías renovables son sólo una pieza más del puzle. La valorización y aprovechamiento sostenible de nuestros recursos naturales –España es la potencia ambiental de Europa- debe estar en el centro de la agenda para la generación de empleo. Para todo ello hace falta un entorno más amigable a la innovación y al emprendimiento privado y social, pero, gracias a Maria Mazzucato, hemos aprendido que, en contra de lo comúnmente aceptado, el Estado es el principal impulsor de las innovaciones disruptivas. El impulso de la I+D pública debe retomarse con fuerza, situando a España a la cabeza de los países innovadores. ¿Suena a ficción? Miren el ejemplo de Corea y su transformación productiva.
- Invertir en capital humano creativo y atraer talento. España es una potencia cultural, con un mercado potencial de más de 300 millones de personas que viven y hablan en nuestro idioma. El español –o castellano- tiene su propio valor económico como tercera lengua más hablada en el mundo. Fomentar una educación creativa, centrada en las competencias básicas, y que prime la creatividad y la capacidad de resolver problemas no triviales frente a la memorización o el adoctrinamiento se ha convertido en una prioridad. Fomentar ecosistemas creativos, que sean capaces de atraer y generar talento, es una necesidad imperiosa. En 2013, en el peor momento de la crisis, la revista Monocle situaba a Madrid y Barcelona entre las ciudades más atractivas del planeta. Madrid había sido durante los años 2010 y 2011, la décima ciudad del mundo con mayor calidad de vida. En 2013 bajó hasta el puesto 20. Nada indica que no podamos recuperar puestos para nuestras grandes y medianas ciudades a través de las políticas adecuadas. Es posible convertir nuestras capitales en hervideros de creatividad y de innovación. Tenemos los elementos para ello. También hay que hacer un esfuerzo en las estructuras de nuestra educación terciaria: con su red de universidades públicas, España ha hecho un importante esfuerzo en democratizar el acceso al conocimiento, ha llegado el momento de democratizar el acceso a la creatividad y a la excelencia.
- Mejorar las instituciones y la calidad del gobierno. España tiene mucho margen de mejora en términos de instituciones. La transparencia, la generalización de las premisas del gobierno abierto (open government) y una reforma institucional de calado que arranque en la reforma constitucional y termine estableciendo nuevos ciclos de elaboración y gestión de las políticas públicas, por ejemplo, generalizando el diseño de políticas públicas basadas en evidencia, la evaluación y rendición de cuentas sobre la base de resultados son clave. También lo son la mejora de la profesionalización y capacitación de los cuerpos funcionariales, la incorporación de la gestión pública innovadora (hoy constreñida por un excesivo reglamentalismo administrativista), la simplificación de procedimientos y la eliminación de aquellos innecesarios, así como una profunda modernización en la gestión. No podemos dejar de lado esta reforma, hasta ahora postergada por retoques cosméticos, y para ello se requieren unas finanzas públicas sólidas y sostenibles en el medio y largo plazo, basadas en un sistema fiscal justo y suficiente.
- Poner la desigualdad en el centro de la agenda. España es hoy una sociedad más desigual, la sociedad europea en la que más ha crecido la desigualdad en los últimos años. Hay que repensar nuestro estado social para acometer una batalla contra la pobreza y la desigualdad, especialmente en el ámbito de la pobreza infantil, absolutamente intolerable y cercenadora de nuestro futuro, al tiempo que generamos los incentivos adecuados para promover una sociedad protegida, sí, pero también dinámica. Seguir avanzando en la lucha contra la discriminación por motivos de género sigue siendo una prioridad y no se pueden dejar de hacer esfuerzos. Estamos todavía muy lejos de la igualdad entre hombres y mujeres. Acabar con la precariedad en el mercado de trabajo llevará tiempo y seguramente más de un conflicto, pero es absolutamente imprescindible incrementar las tasas de ocupación.
En definitiva, articular estos cuatro pilares (base productiva post-carbono, capital humano creativo, sector público transparente e innovador y sociedad igualitaria y dinámica) para dibujar un escenario prometedor para toda una generación de españoles y españolas. Un proyecto no de cuatro años, sino de doce. Un proyecto que se fundamente en una cuidadosa selección de los liderazgos y en un rearme moral –en los sentidos que señalaba Ortega- de nuestra sociedad. Un proyecto para una generación, una generación que nació con el descrédito de llamarse “X” y que hoy se consuela mirando hacia el pasado escuchando a la Bruja Avería y leyendo “Yo también fui a EGB”.
¿Cómo lograrlo? En primer lugar, dibujando el escenario. Imaginando qué país queremos ser. Y no sirve con decir “la Dinamarca del sur” o “la Venezuela del norte”. España tiene sus propias características y debemos imaginarnos nuestro propio camino. Determinando las palancas de cambio que debemos activar y las prioridades, no más de cuatro o cinco. Estableciendo metas: (“la sociedad más sostenible de Europa”, “El lugar más atractivo de Europa para el talento creativo”), como en un contrato con la ciudadanía, en el cual podamos revisar avances y retrocesos. Y generando el mayor consenso posible. Siempre habrá resistencias que romper, o acuerdos imposibles que alcanzar. No descartemos la consulta democrática si llegamos a ese caso. Y poniendo al frente del proyecto a gente honesta, preparada y motivada para llevarlo adelante. Y darles el poder suficiente para hacerlo. Y retener el poder suficiente para oponernos si se desvían del plan trazado.
La tarea es titánica pero no es imposible. La actual estructura de la Unión Europea es un corsé para nuestra economía y debemos aprender a promover otro modelo de política económica europea. Sin duda habrá dificultades pero otras sociedades lo consiguieron antes y otras lo están consiguiendo hoy, sacando a cientos de miles de personas de la pobreza y generando un bienestar y una calidad de vida inimaginable hace apenas unos años. Es posible lograr avances rápidos en la dirección adecuada. Estamos viviendo el final de un ciclo y está llegando el momento de dar paso. Quien tiene un por qué, encuentra fácilmente el cómo.
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