De Asturias a Ohio por la vía Fulbright
Dos profesoras de la Universidad de Oviedo, beneficiarias del programa de intercambio galardonado con el premio Príncipe de Cooperación Internacional, recuerdan su experiencia en Estados Unidos
Viernes13 de junio de 2014
El difunto senador William James Fulbright siempre ha estado muy vivo para la comunidad académica asturiana. En las aulas y los despachos de la Universidad de Oviedo, las becas que llevan su nombre son un sello reconocido de excelencia, prestigio y calidad al que aspiran cada año decenas de jóvenes investigadores. En 1999, María Montes Bayón, hoy profesora titular del departamento de Química Analítica, se encontró con ellas cuando buscaba cómo continuar su formación tras completar el doctorado. Tenía intención de recurrir a las ayudas del Ministerio de Educación a la movilidad, pero un amigo le aconsejó rellenar también los formularios Fulbright. Fue uno de esos momentos en que, sin saberlo, una persona toma una decisión que reorienta su vida. Aquella solicitud fue el primer paso hacia una estancia de dos años y medio en Ohio y su acceso a un grupo de investigación muy adelantado a todo lo que se hacía en Asturias por aquella época.
A la profesora Montes la han llamado este jueves muchos periodistas para que recuerde su periodo como estudiante Fulbright. El programa estadounidense de intercambio de estudiantes y profesores universitarios ha logrado el premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional. “Fue un tiempo muy enriquecedor tanto en lo académico como en lo personal. Y la Fundación es como una familia, mantiene el contacto con toda la gente que alguna vez ha tenido una beca”, cuenta. El personal del programa simplificó todo el papeleo y la consecución de permisos para trabajar en los Estados Unidos mientras ella se integraba en la vida de Cincinnati, donde estaba su laboratorio. “La gente era cordial y amable. Me sentí a gusto muy pronto”, añade. A conseguir la beca, en primer lugar, y a disfrutarla, una vez al otro lado del Atlántico, le ayudó el dominio del inglés que había logrado durante otra estancia anterior en Inglaterra. El buen manejo del idioma es un requisito innegociable.
INVESTIGACIÓN PUNTERA
Le ayudó el interés por su perfil profesional que había en aquella universidad. Muy pronto, se vio inmersa en una investigación conjunta con la Universidad de Berkeley, cuyos investigadores usaban plantas modificadas genéticamente para limpiar suelos contaminados. Su trabajo era analizar los compuestos que segregaban esos vegetales durante el proceso. Las técnicas y los equipos aún no eran comunes en Oviedo por entonces. Esa fue una de las cosas que se trajo de vuelta. “No es fácil conseguir el visado para quedarse. En realidad, el programa está diseñado para que los becarios vuelvan a sus países de origen y difundan en ellos los conocimientos que han adquirido durante su estancias en los Estados Unidos”, relata.
En el cambio de siglo nacieron colaboraciones profesionales y contactos que aún conserva. Los papers publicados por aquel equipo, en los que aparece su firma, aún son fuente de reconocimiento académico. Y las amistades perduran. El director del laboratorio se embarcó en un vuelo transocéanico para asistir a la boda de aquella antigua colaboradora. No era una simple estudiante. El prestigio del programa Fulbright en Estados Unidos es tal, que, cada vez que le presentaban a alguien, el nombre de la profesora aparecía asociado a la beca. Algo parecido comprobó con asombro otra beneficiaria de las ayudas. La profesora Esther Álvarez enseña ahora literatura estadounidense en la Universidad asturiana pero, en 2001, en la época más relajada anterior al 11-S, se vio un día recibida en audiencia en el Senado estadounidense en Washington. “Fue una experiencia única que deja claro el reconocimiento social que conllevan las becas”, señala.
Su estancia fue más corta que la de su compañera de claustro. Aquel verano de hace 13 años, Álvarez asistió en Louisiana a un seminario de cuatro semanas y, cuando acabó, participó en un viaje organizado de dos semanas por el Sur y la costa Este del país. “Éramos 18 personas de los cinco continentes. Se da mucha importancia a los países en desarrollo y a asistentes que, con sus propios medios, nunca podrían permitirse el viaje a los Estados Unidos. Una de mis compañeras era una profesora moldava que ganaba el equivalente a 40 dólares al mes”, destaca. A Álvarez el premio le parece muy merecido. “Es una gran labor. Da acceso a una educación de excelencia. Y lo hace en un mundo sin fronteras en el que solo importan la capacidad y el currículum. Por eso las becas son tan preciadas. No es fácil conseguirlas”.
El interés se mantiene. Una de sus alumnas acaba de conseguir la financiación para una estancia de seis meses en la Universidad de California en Santa Bárbara. El procedimiento de selección no ha cambiado desde que se sometieron a él las profesoras de la generación anterior. Es importante el expediente académico y vital la impresión que transmiten los aspirantes en una entrevista personal en Madrid.
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