El ultraliberalismo que ya ha sucumbido ante el cambio climático
El Confi
El liberalismo sacado de quicio impide de manera suicida ver oportunidades en lo que de momento consideran una gran amenaza. Fortalezas económicas que impiden ser observadas por la debilidad intelectual de quienes se resisten cerrilmente a pensar, inmovilismo paralizante donde podrían generarse nuevas oportunidades de negocio, empleo gratificante y digno para todos.
Para sus seguidores, el cambio climático, o no existe, o no es asunto que incumba al ser humano. Los pocos que con altivez al menos reconocen que el clima evoluciona de una manera desbocada dejan su evolución en manos divinas. Niegan cualquier responsabilidad humana por mucho que la ciencia demuestre, por activa y por pasiva, el origen antropogénico del aumento del CO2, que continúa acelerando de manera despiadada la velocidad de cambio del cambio climático, lo cual no es ninguna redundancia.
Ya nos adaptaremos, proclama la ultraliberal religión económica dominante mientras se arrodillan sus académicos fieles ante el todopoderoso ídolo tecnológico adorado por una teoría económica acienciada y estúpida.
No es consciente tal ideología que, de momento, el mal uso recurrente de cada mejora tecnológica fomentado por un sistema ferozmente corrompido incrementa el consumo energético y el deterioro de este planeta con él. Acabará fomentando la intensificación de la cosa pública, anatema de la cual abominan por mucho que lo promuevan.
Para llevar a cabo su política suicida de laissez-faire descerebrado, cuenta tal ideología con un exitoso grupo de lobbies arropados por un potentísimo grupo de comunicación a su servicio, hegemónico en el mundo anglosajón.
Grupo paladín de la libertad y de la productividad, se supone, de una libre competencia que promueve todo lo contrario a aquello que predica: mayor intervención gubernamental futura y de los organismos trasnacionales. Cuanto mayor sea el deterioro producido a este planeta, mayor implicación de los poderes públicos será necesaria, los que queden sin corromper, para tratar de atajarlo y salvar los muebles.
Un inestimable altavoz mediático que desinforma con aparente veracidad y cinismo la verdad revelada por grupos que siguen negando de una manera muy hábil los problemas creados por el hombre: el calentamiento global no constituye ningún problema; el virulento cambio climático no es consecuencia de la actividad humana; la sexta extinción de especies animales y vegetales no es una realidad amarga; la contaminación es inocua; los residuos son tolerables; los recursos son infinitos.
Colectivos que en su inconsciencia interesada se niegan a aceptar el abrumador consenso que existe entre los científicos de verdad ante tales hechos. Más de un 97% de los artículos científicos, procedentes de los más prestigiosos organismos de investigación y universidades de todo el mundo, certifican la autenticidad del acuciante problema climático con todos sus efectos secundarios, tantas veces narrados, consecuencia de una actividad económica demencialmente irracional.
Grupos reaccionarios que creen que lo del cambio climático es como lo fue en su momento el asunto del tabaco, que durante más de un siglo era considerado como inocuo. Vicio fashion que en el pasado consideraba anormales, poco machos o fuera de las tendencias de moda a los que no fumaban. Incluso la actitud de rebeldía de las mujeres que fumaban se consideró símbolo de la liberación de la mujer. Cualquier abuela nonagenaria podrá atestiguar semejante tontería.
Los grupos de presión que niegan el origen antropogénico del cambio climático actúan de la misma manera, con tácticas similares o incluso más sofisticadas, que utilizan para combatir lo que piensan que es una amenaza para sus negocios y su libertad en vez de una oportunidad.
Contratan científicos que se dejan corromper como antes lo hicieron las tabaqueras con muchos médicos. ¡Vil metal! O que, gracias al dinero de loslobbies, de la ignorancia de muchos periodistas o el auxilio de los grupos mediáticos afines, adquieren una notoriedad que de otra manera sería impensable que obtuvieran.
Con tales métodos y actitudes está contribuyendo tal ideología extremista, supuesta amante del libre mercado y de la libertad más pura, a cercenar ambas. Antes o después obligarán a que los denostados gobiernos y los organismos intergubernamentales no tengan más narices que esforzarse en mitigar las tercas consecuencias del manido cambio climático tan cerrilmente negado. Si abominan del gran gobierno, la dosis de intervención que obtendrán será de cuarto y mitad más.
Si el ultraliberalismo quiere sobrevivir deberá, por un lado, regresar al seno del liberalismo humanista, del libre mercado con normas de sensata aplicación, permitiendo una regulación moderada pero inteligente con el fin de evitar el dumping humano y medioambiental, los abusos financieros de una banca irresponsable que pugna por perseverar, y la inevitable tendencia al monopolio al que están abocados muchos mercados por su propia naturaleza y que ellos están fomentando al hacer que los clásicos oligopolios disfruten de un paripé de libre mercado oneroso para los abonados que jamás fueron clientes.
Es necesario corregir el fracaso evidente al que nos ha conducido la dictadura de unos mercados supuestamente eficientes promovida durante los últimos treinta años.
Continuamos en España con la diarrea legal que nos atenaza, pretendidamente ultraliberal, y en Europa con sus cagaleras normativas supuestamente modernizadoras que, ansiando abolir prácticas anticompetitivas entre sus miembros, fomentando la libre competencia, se han cargado la industria concentrando el restante poder económico, apenas productivo, en cada vez menos manos.
O que, pretendiendo homogeneizar la universidad enrasando el conocimiento por abajo, la han hundido en ignorante ineducación interesada, como lo certifica el desgraciado proceso de Bolonia.
El futuro consistirá en construir un juego internacional justo, basado en los principios que elaborará la economía fundamental, que permita una actividad económica a nivel global respetuosa con la realidad natural de este planeta, capaz de moderar la destrucción intelectual en curso, volviendo al seno del humanismo clásico que hizo grande a Europa y que la codicia consumista ha arrinconado por inútil e improductivo.
Economía fundamental que, cuando se desarrolle, incluirá una definición rigurosa de productividad que genere valor añadido real y no marginal, de acuerdo con los parámetros energéticos y medioambientales que rigen tercamente la realidad física y biológica de este planeta, la imposibilidad de contaminar de manera indefinida, o de continuar con la preocupante extinción animal y vegetal en curso.
Implicará aplicar la ciencia de la escasez, hacer más con menos energía, reduciendo las emisiones y los residuos y contaminando lo mínimo, de manera que el planeta asegure su regeneración natural generación tras generación. Y, por supuesto, aboliendo toda externalidad, la mayor aberración teórica que ninguna pretendida ciencia pudo inventarse jamás.
La humanidad avanza a trompicones. De vez en cuando retrocede. Estamos en una de esas fases chuscas que se empeña en ser caótica y profunda. Puede ser la definitiva entre nanomisiles terroristas, nanointeligencia que se autodenomina ciencia y nanopolíticos que se comportan como lerdos, los que no son corruptos, amamantados por un ultraliberalismo que, en su empeño, se ha convertido en el más fiel aliado del incremento del intervencionismo de corte fascista y autoritario que estamos sufriendo.
Sus leyes disparatadas, o su falta de ellas, han sido las que han provocado los desaguisados financieros y burbujas como las que nos empeñamos en reproducir de nuevo. Seguimos en manos de la tiranía suicida de esa cosanobelada que atiende al nombre de economía neoclásica. Ha invadido este sistema social y político degenerado cual virus aparentemente indoloro que acabará destruyéndolo todo.
El ultraliberalismo despojado de humanismo ha degenerado en salvajismo e irracionalidad. El liberalismo despojado de pudor y de ciencia ha fomentado un intervencionismo corrupto. Las élites extractivas siguen ahogando la imprescindible clase media.
El liberalismo deberá librarse de toda esta carcoma y podredumbre para volver a florecer otra vez, envuelto en un manto purificado de cultura y humanismo, iluminado de nuevo por el espíritu de la Ilustración y una renovada separación efectiva de los cuatro poderes.
Cuando de los tres poderes del Estado el legislativo y el ejecutivo han caído bajo las garras de lo se que se ha pasado a denominar La Casta con bastante propiedad; cuando el poder judicial se ha deteriorado hasta el punto de infiltrar actitudes fascistas entre sus miembros cuando no es incompetencia pura, cuando es incapaz de mantener a raya a los dos primeros poderes, solo quedan la prensa y los medios, incluido Internet, para defender la libertad. Es el último en claudicar.
El poder financiero está empeñando en amordazarlo a través de sus rufianes a sueldo financiados por nuestros impuestos con auxilio de la desbocada manivela digital del Banco Central Europeo y los académicos inconscientes de la Reserva Federal (FED).
Volveremos con más fuerza dispuestos a luchar por lo poco que queda de ella, para denunciar y desmontar este contubernio que incluye una justicia y unas leyes inspiradas en el franquismo que, todavía en el año 2014, siguen aplicándose con saña y fervor nazi contra colectivos discriminados y apaleados por sistema, los que mantienen en pie lo que queda de este edificio antaño honrado y digno.
A ver si consigo avanzar en soledad con mis ansiados Principios de Economía Fundamental, la economía que los economistas no comprenden. Felices vacaciones para aquellos privilegiados que tengan intención de ser felices, como este su seguro servidor, a pesar de las penalidades presentes y las que están por llegar. Hasta septiembre.
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