EL DECLIVE DE LAS TIENDAS DE DISCOS
La burbuja del vinilo
Álex Monreal tiene en su casa unos 8.000 discos de vinilo y al menos salen o entran diez cada mes. Compra, vende y cambia en tiendas, ferias y por eBay. Tiene pocas novedades, pero alguna se compra. Tiene 38 años y un trabajo que nada tiene que ver con la música. “Con que hubiera cien como Álex, me conformaría” dice Jose, de la tienda de discos Killer’s ubicada en la peatonalizada calle Montera de Madrid. Es una manera de hablar porque conformarse es lo que hace Jose hoy por hoy, ya que gracias a la ubicación de la tienda no le va tan mal. Se refiere a que si hubiera cien personas como Álex comprando en su tienda una vez al mes, las cosas volverían a ser “como antes”, como hace diez años.
“Si tengo que vivir de vender un disco de Los Bravos original, de esos que me entran uno cada tres años, sinceramente, eso no me da de comer” explica Jose al hablar de la lenta y decadente agonía del negocio musical. “Necesitaríamos vender todos los discos ‘normales’ que alguien como Álex ya tiene y eso es lo que hemos perdido, la gente de a pie que compraba los Doors, el Dylan, Joan Manuel Serrat, Cat Stevens, Simon & Garfunkel y que lo que le importaba era escuchar música en ese formato y gastarse la pasta en él”.
Pero los dueños de Killer’s han tenido que aceptar que aquel público para el que abrieron la tienda se está extinguiendo y, si aún la mantienen abierta, es gracias a su ubicación. “Lo que nos salva es que estamos en Montera” admite, “es una calle donde vendes un muñeco de Camarón o un cedé de Lucho Gatica. Intento tenerlo todo para que no te me escapes porque si no te tengo el cedé de boleros que le quieres comprar a tu madre, a lo mejor tú no te compras nada para ti, porque a ti lo que te gusta te lo bajas”.
El mayor productor de vinilos
“Cuando les conocí” recuerda Álex, “estaban en Tres Cruces [pequeña calle que hace años concentraba varias tiendas de discos] y ahora esas calles están muertas”. “Si yo siguiera allí ese guiri que acaba de irse no me habría comprado un cedé de Julio Iglesias para su padre”, opina Jose, que mete baza en la conversación a la vez que contesta a un cliente, busca un disco y cobra una venta barata. “Ahora mismo nosotros en Tres Cruces tendríamos que cerrar, porque si por allí pasan 100, por aquí pasan 2.000 o 3.000. Y de esos siempre hay uno al que le gusta David Bisbal u otro que se lleva cuatro vinilos de Johnny Cash”.
Este coleccionista, reconocido tormento de la escena mod e indie de la capital, nos lleva de la mano a un recorrido por algunas de sus tiendas de discos habituales, donde ya no podemos incluir a Melocotón, ubicada en la paralela a Tres Cruces y que cerró, por hartazgo de su dueño, el 30 de abril. “Es una pena —siente Álex— porque es una tienda en la que he aprendido mucho pero el Melocotón actual no era el mismo que conocí años atrás. Actualmente se dedicó mucho a reediciones y producto nuevo y a mí me gusta más comprar originales y segunda mano. Creo que Eduardo [el propietario, que continúa la venta online] también perdió la ilusión. Decía que ya no iba a comprar [para vender en su tienda] discos originales y rarezas porque la gente lo compra todo por internet. Yo creo que esa idea no es del todo así. Hay quien no le interesa manejar internet y ponerse a pujar, prefiere que le traigas el disco y pagarlo. La sensación —recalca la palabra frotando los dedos— que tenemos de encontrar el disco raro que te aparece inesperadamente no es comparable a la sensación virtual de comprar un disco, que has estado 30 años buscando, apretando un botón. Es una manera poco romántica que le quita chicha al asunto”.
Una fuente de la industria del disco habla de “la burbuja del vinilo”, un paraíso en crecimiento donde se fabrica sin pausa pero se vende poco. El romanticismo, como decía Álex Monreal, es un factor decisivo en el inflamiento. La principal fábrica europea de discos de vinilo, situada en la República Checa y usada por la mayoría de sellos independientes en España, se ha colapsado conpedidos menores a las 300 unidades en los últimos meses. Toni, de la librería de Lavapiés La Marabunta, alude a la combinación del “revival del vinilo” con la vinculación a la música de algunas de las personas que trabajan allí para hibridar el negocio, instalando unas cajoneras de discos junto a los libros.
“A nosotros nos gusta más” habla Toni, “comprar vinilos que cedés debido a la devaluación del cedé frente al mundo digital. Yo hace mucho que no me compro un cedé porque ha perdido ese valor fetichista, sobre todo si la edición no está cuidada”.
Álex no conoce esta librería. Tampoco Bajo el Volcán, La Integral o el Café Molar, lugares donde pueden comprarse las novedades de los sellos indies literarios y discográficos. Son estas tiendas, curiosamente, y no las tradicionales, las que impulsan en Madrid el ‘Día de las Tiendas de Discos’ (DTD), un circuito alternativo e independiente al ‘Record Store Day’ que se celebra el mismo día. Antonio, del Café Molar, admite que apenas se venden discos, ni siquiera el DTD, aunque la gente acude en masa a los conciertos y, aquel día preciso, no faltaron las televisiones.
El Molar es lo que Toni de La Marabunta llama “un punto de encuentro cultural” que “se va enriqueciendo en función de la gente que viene y es flexible y mutante”. Algo a lo que tiendas “de toda la vida”, las pocas que quedan como Diskpol, Escridiscos, Toni Martin o Disco Express, opina Antonio del Café Molar, “no se adaptan”. Esas son las tres tipologías de tienda que existen en la capital: el coleccionismo, las clásicas y las híbridas. Y en todas ellas el mensaje de alarma, parpadeando desde hace años, es el mismo: el disco no da para vivir.
Renovación generacional
El día que Álex nos lleva de tiendas acabamos el periplo en Escridiscos unos días antes de que Pepe Escribano, su legendario dueño, se jubile. Pepe dice que su tienda, situada en el mismísimo centro de Madrid, en una calle peatonal entre Sol y Callao, da para que una persona viva bien, pero solo una. Se le puede sacar entre 3.500 y 4.000 euros limpios todos los meses pero hay que “luchar” y “dedicarle tiempo”. Le costó vender el traspaso porque “nadie se decidía a tener una aventura con los discos”. El día que Alberto Real fue a la tienda a comprar su entrada para ver a The Fleshtones reparó en el cartel que ofrecía el traspaso.
A sus 35 años ha decidido apostar por la continuidad de Escridiscos, sin cambiarle el nombre ni modificarla en su esencia aunque quiere ofrecer “más cosas además de discos, todo siempre relacionado con la música”. En las palabras de Alberto se filtra un acercamiento hacia el concepto que tan claro tiene La Marabunta y que solo parece posible en la renovación generacional: “tenemos intención de hacer pequeños eventos, dar vida a la tienda, que sea un punto de encuentro”.
Regresa el lp a corea
De igual manera que las librerías volvieron a estar llenas instalando una barra para vinos y cafés, tímidamente algunas tiendas de discos se plantean reclamos para llenar un inquietante vacío ya habitual en muchas de ellas. En cualquier caso, no existe en Madrid aún ningún “punto de encuentro” que combine las exigencias de los fans de la música como podría ser, para la literatura, un lugar como Tipos Infames, donde hay presentaciones diarias, exposiciones, vinoteca y, lo más importante, emocionantes conversaciones y encuentros fortuitos.
La mayor pérdida en la desaparición de las tiendas no son los discos, sino los tenderos cuya acogida y conversación aglutinaba públicos y hacía saltarchispas de procesos creativos que eventualmente derivaban en la formación de escenas. Hay una generación de tenderos excesivamente acomodada que se conforma con vivir de la venta de camisetas y que observa, desde su mostrador, el desinterés de los que se van sin saber ni querer dar opciones nuevas a los que llegan.
Cuando hace cuatro años Fernando abrió Bajo el Volcán en el barrio de Lavapiés, a un par de minutos de La Marabunta, la llenó de libros y discos de vinilo al cincuenta por ciento. Contra todo pronóstico, la demanda mayor de discos que de libros ha ido inclinando el porcentaje hacia los primeros, de manera que ahora la música ocupa el sótano y la mitad de la planta baja. Lo primero que uno ve al entrar son cajones de discos, libros de música y, ya al fondo, la narrativa. “Yo he sido comprador de discos toda mi vida —explica— y pensaba que quedaban cuatro frikis pero la demanda crece y aquí vienen chavales que no han conocido el cedé porque han pasado directamente del mp3 al vinilo”. Aun así, la proporción del 75% musical y 25% literario “sirve para poder mantener la tienda en condiciones”.
Fernando combina nuevos con usados, algo que rara vez se ve en las tiendas madrileñas. La media de edad de sus clientes está en los treinta y tantos, “los jóvenes buscan reediciones de indie noventero y la gente más mayor quiere segunda mano”. Entre su público forjado en la era digital, están los que se han acostumbrado a un sonido tan limpio que “no soportan la segunda mano” y no les importa no tener discos originales, mientras lo que escuchan esté planchado en vinilo nuevo de gran gramaje.
Ese tipo de comprador, tan lejano en gustos a Álex Monreal pero tan próximo en cuanto a los parámetros del romanticismo, compra en Radio City, Cuervo Store, Le Trip y por supuesto Amazon. Se deja 20 euros en cada disco que se compra. Asiste a conciertos. Tiene una cuenta de Spotify y un montón de favoritos en Bandcamp y Soundcloud. Pero no hay cien de esos, al menos, no los hay en Madrid. La burbuja del vinilo produce satisfacción a los grupos, los sellos y los fans pero sus reglas son las del fetichismo y ya no más las de la industria musical.
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