sábado, 21 de febrero de 2015

Mitos sensatos...

Joan Baez: "No soy ingenua. Nunca pensé que vería la paz mundial. Por eso aprecio cada cosa decente que sucede"


 Ixone Díaz Landaluce - XL Semanal
Es toda una leyenda. No solo puede presumir de ser la mejor cantautora del siglo XX, también de haber tenido una vida extraordinaria. Luchó contra la guerra de Vietnam, acompañó a Martin Luther King en su marcha a Washington, fue una de las estrellas de Woodstock, vivió un idilio con Bob Dylan... A sus 74 años, Joan Baez que vendrá de gira a España en marzo sigue cantando y hablando alto y claro.primir
Su cristalina voz de soprano se escuchó sobre el escenario de Woodstock, en las protestas contra la guerra de Vietnam, en la marcha a Washington que Martin Luther King encabezó en 1963, en las manifestaciones de San Francisco tras el asesinato de Harvey Milk... Joan Baez fue la voz femenina de los sesenta y setenta. Estuvo presente en cada momento clave, fue arrestada, pasó una temporada en la cárcel e irremediablemente se convirtió en un mito de la época.Puso de moda la canción protesta, combinación de aquella música folk de la que fue proclamada reina y el activismo pacifista que reivindicaba los derechos civiles. Pero Baez no vive anclada en la nostalgia y ha seguido luchando contra guerras modernas, como la de Irak, y causas contemporáneas, como los derechos de los homosexuales o la oposición a la pena de muerte.
«Nací con un don», ha dicho de su privilegiada voz. Su interés por la música despertó el día que su tía la llevó a un concierto del músico folk Pete Seeger. Fue el inicio de una carrera de más de medio siglo y 30 discos, en la que, además de interpretar sus canciones, ha versionado a los Beatles, Bob Dylan, Violeta Parra, los Rolling Stones o el propio Seeger. Pero Baez es mucho más que una cantante contestataria. También fue la mujer apasionada que descubrió a Bob Dylan y que vivió un convulso romance con él a principios de los sesenta.Dylan, del que no le gusta hablar, no fue su único amor célebre. En los ochenta, Baez tuvo una relación de varios años con Steve Jobs, del que siguió siendo íntima amiga hasta su muerte. A sus 74 años, Baez vive en Woodside (California), donde pinta, medita y trata de desacelerar una existencia que siempre ha vivido a toda velocidad. Hablamos con ella como anticipo de su gira española que arranca en Pamplona el 15 de marzo e incluye Bilbao, Barcelona, Madrid, Gijón y Santiago.
XLSemanal. Durante los sesenta y setenta, usted era una cantante muy popular en España, pero no actuó aquí hasta 1977, después de la muerte de Franco. ¿Qué país se encontró? 
Joan Baez. Siempre es fascinante llegar a un país que acaba de salir de una dictadura. Y 40 años son muchos. La gente vivía aún en un estado de incredulidad, era muy escéptica sobre el futuro. Todavía había nerviosismo al hablar de política en público. Recuerdo que canté No nos moverán en televisión [en 1977, en el programa Fiesta] y se la dediqué a la Pasionaria. Aquello tuvo una respuesta enorme. Algunos dijeron que ayudó a romper el muro del miedo. Fue un momento grande. O al menos para mí lo fue. 
XL. Acaba de reeditarse Diamonds and rust in the bullring, el disco de su actuación en la plaza de toros de Bilbao en 1988. ¿Qué recuerda de aquel concierto? 
J.B. Recuerdo que fue la primera y única vez en mi carrera que, al empezar a tocar Swing low, el público comenzó a cantar conmigo. Nunca me ha vuelto a pasar. Por supuesto, canté también No nos moverán y una canción en euskera [Txoria Txori, de Mikel Laboa]. Siempre canto algo en el idioma del lugar al que voy. Suele ser una canción de algún disidente o perteneciente a una época en la que quizá estaba prohibido cantar. Siempre tiene un significado político. 
XL. ¿Por qué cree que los 60 despiertan tanta nostalgia? 
J.B. Creo que fue una década en la que se produjo una explosión de talento extraordinaria. Eso no ocurre a menudo. Y, desde entonces, la gente espera que se vuelva a repetir, aunque no sé si ocurrirá, la verdad. Pero esa nostalgia es lógica: la música era extraordinaria, los tiempos eran extraordinarios, Woodstock fue extraordinario... 
XL. ¿Y usted? ¿También mira atrás con añoranza? 
J.B. Yo también soy algo nostálgica y trato de no pensar demasiado en ello. Pero si alguien me habla de aquella época, empiezo: «Oh, sí. Ya me acuerdo». Aunque procuro no rodearme de gente que vive en el pasado. No es sano. 
XL. Mencionaba Woodstock y su impacto en la cultura de la época. Sin embargo, también ha dicho en alguna ocasión que fue un evento algo sobrevalorado. ¿Por qué?
J.B. Sí, es cierto. No es que piense que esté sobrevalorado, porque Woodstock saca un diez sobre diez, por haber sido un acontecimiento extraordinario, irrepetible, salvaje, loco, lleno de amor... Hubo de todo: drogas, sexo, rock and roll... Fue un símbolo de la maravillosa locura musical de aquellos años, del cambio y de lo buenas que pueden ser las personas las unas con las otras. ¡Los policías ni siquiera podían arrestar a nadie porque no había dónde meterlos! No llegaron a quitarse la ropa, pero desde luego se divirtieron más que nunca en su vida [ríe]. Lo que quiero decir es que Woodstock no fue la revolución, fue un símbolo.
XL. Bob Dylan fue muy importante en su vida. Dice que la diferencia entre ambos era que usted creía que las cosas se podían cambiar y él no. Resulta extraño viniendo del cantautor más influyente de aquella generación, ¿no cree?
J.B. Yo nunca lo entendí y no voy a pretender que lo entiendo ahora; lo que tengo claro es que aquellas canciones que él escribió, vinieran de donde vinieran, eran sin duda nuestro arsenal más poderoso. Eran el arma más valiosa de nuestra caja de herramientas.
XL. Por cierto, ¿qué le parece la industria musical actual? 
J.B. Me recuerda mucho a cuando empecé a cantar folk. Es lo que llamábamos «música chicle»: canciones realmente estúpidas y sin ningún significado. Pero, de pronto, todo cambió y se empezó a cantar sobre la gente, la gente pobre... Aquel fue un momento increíble para empezar mi carrera. Supongo que la historia se está repitiendo un poco: tanto las cosas buenas como las malas. Al final, todo es cíclico. 
XL. Su activismo político y social comenzó en la adolescencia. Cuando piensa en sí misma en aquella época, ¿siente que quizá era demasiado naif? 
J.B. No, nunca fui ingenua. Mi madre me contaba que, cuando tenía 14 años, había estado leyendo Historia de la decadencia y caída del Imperio romano. Un día fui a la cocina, donde ella estaba planchando uno de mis vestidos, y le dije: «¿Sabes qué, mamá? Lo mismo que pasó en el Imperio romano pasará en los Estados Unidos». Lo que quiero decir es que mis expectativas siempre han sido modestas. No pensaba que, a lo largo de mi vida, vería la paz mundial ni creía que las cosas fueran a ser maravillosas. Eso me hace apreciar cada cosa decente que sucede, pero nunca espero demasiado. La raza humana tiene un historial terrible.
XL. Conoció y acompañó a Martin Luther King en su marcha por los derechos civiles hasta Washington en 1963. ¿Qué hacía de él un líder único?
J.B. Era un hombre extraordinario. Ni siquiera sé si él quería ser el líder de aquel movimiento, pero está claro que tenía las cualidades para serlo. Una de ellas era su carisma. También era un cristiano serio. Quería hacer el bien. 
XL. ¿Y cómo era en las distancias cortas?
J.B. Muy divertido. Desafortunadamente, esa faceta suya se conoce muy poco. Le encantaba reírse y, sobre todo, le gustaba comer. 
XL. Obama fue el primer candidato a la Presidencia al que usted apoyó públicamente. ¿Le ha decepcionado su gestión? 
J.B. En cierta forma, sí... Pero no debería sentirme decepcionada. En mi cerebro inteligente sabía que nadie podía estar a la altura de aquellas ideas una vez que llegase a la Presidencia. Pero en mi cerebro emocional, cuando Obama hablaba, me recordaba mucho a Martin Luther King. Y sigo pensando que, si hubiera llevado la lucha a la calle, podría haber creado un movimiento muy parecido al de King.
XL. En 2010 actuó por primera vez en la Casa Blanca. ¿Se sintió incómoda?
J.B. Siempre me siento incómoda cuando voy a Washington. Siempre. Acepté la invitación porque se celebraba el movimiento por los derechos civiles, pero la única forma de hacerlo y poder vivir conmigo misma era introducir un mensaje en mitad de la canción. Así que, cuando se supone que tenía que cantar, el coro siguió cantando y yo recordé a King y su decisión de alzar la voz contra la guerra. El presidente y su familia estaban allí y yo lo miré fijamente a los ojos y solté mi pequeño speech. Sentí que había hecho mi trabajo. Washington está tan corrompido y tan lleno de mentiras... Tienes que ser un poco falso para vivir en ese mundo.
XL. ¿Qué es lo que más le cabrea de lo que lee en los periódicos últimamente?
J.B. Lo que más me cabrea es que parece que no hemos aprendido a hablar entre nosotros. Los conservadores saben cómo dirigirse a la gente y supongo que los progresistas no hemos encontrado una forma inteligente de responder a eso. Me cabrea que los bandos sigan peleándose y que ninguno haga ningún movimiento hacia algún tipo de reconciliación. 
XL. Da la sensación de que la crisis económica ha despertado muchas conciencias en los últimos años. ¿Cómo es el activismo de hoy comparado con el que usted encabezó en los años sesenta y setenta?
J.B. Creo que hay algunas similitudes, pero en los sesenta había más sentimientos implicados, más música, era más dramático, creo que tenía más sentido que ahora... Además, con la guerra de Vietnam y la lucha por los derechos civiles, había un solo objetivo. Y eso lo hacía todo mucho más fácil. Ahora, el activismo tiene 500 objetivos diferentes. 
XL. ¿Los líderes también eran más líderes?
J.B. Puede ser. Ahora no existe el sentimiento que entonces había alrededor de King. Mucha gente lo experimentó por primera vez cuando Obama se presentó a la Presidencia. Pero, obviamente, la ilusión que generó no pudo mantenerse cuando llegó al Despacho Oval. Más que nada por aquella enorme riada de odio que se generó por tratarse de un hombre negro y que parecía surgir de las profundidades de la Tierra. Después de responder a la pregunta de si América era capaz de elegir a un presidente negro, la siguiente pregunta era: ¿podemos mantenerlo ahí? 
XL. Es usted una leyenda del folk, un mito de los sesenta, una comprometida activista... ¿Cuál de todas esas etiquetas cree que la define mejor?
J.B. En realidad, escogería la etiqueta de madre. Durante muchos años no pasé el tiempo suficiente con mi hijo, pero ahora sí lo estoy haciendo. Y para mí, por encima de la música e incluso del activismo, intentar ser una buena madre es lo más importante.
XL. Ha cumplido 74 años. ¿A qué dedica ahora su tiempo?
J.B. Ahora me estoy dedicando a pintar. Se ha convertido en algo muy importante para mí. También paso mucho tiempo con mi familia: con mi hijo, Gabe, mi nieta y mi nuera. Y estoy intentando aprender a dejar de hacer tantas cosas...
XL. ¿Y qué tal se le da eso?
J.B. Es difícil, pero es importante porque no me estoy haciendo precisamente más joven y en este país la vejez y la muerte siguen siendo un tabú. Por eso, mi asociación con los budistas me ayuda mucho. En el mundo occidental, cuando alguien empieza a peinar canas, se suele decir: «Oh, pobrecito, está envejeciendo...». En la cultura budista, en cambio, dicen con entusiasmo: «¡Está envejeciendo!» [ríe]. Hay una gran diferencia.

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