La pregunta se la hacía ayer uno de los ponentes en el Foro de Foros, un evento celebrado en La Granja (Segovia) al que asistían en la misma mesa redonda el expresidente del BCE Jean-Claude Trichet, el exprimer ministro italiano Enrico Letta, Pascal Lamy (ex director general de la OMC), Joaquín Almunia o Emilio Lamo de Espinosa, presidente del Instituto Elcano: "¿Cómo es posible que después de cada Consejo Europeo haya ganadores y perdedores?”, se interrogaba uno de los oradores. Trichet y Letta compartían sus impresiones con El Confidencial en el vídeo que encabeza esta información.
La cuestión no tiene nada retórica. Al contrario. Va al fondo del problema, Europa sigue siendo el reino de los Estados-nación y eso explica en buena medida tanto la dureza de la crisis como el largo periodo para encontrar una solución. Básicamente por una razón: La arquitectura institucional ha hecho aguas, y lo que no es menos relevante, “existe un problema de legitimidad”. Hasta el punto de que eso está detrás de la aparición de movimientos populistas o xenófobos, que ya ocupan alrededor del 10% de los escaños del Parlamento Europeo. No ocurre lo mismo en EEUU.
En palabras de uno de los asistentes al acto, el problema radica, en contra de lo que sostenía Ortega, en que cada vez hay más gente que opina que “Europa es el problema y no la solución”. España -donde en la calle se vive un ambiente de ‘fin de época’- es un claro ejemplo, aunque todavía no cuenta con partidos antieuropeístas.
Hace pocas décadas muchos pensaban que el país era el enfermo de Europa, pero la situación cambió con la expansión económica y casi de repente se convirtió en el milagro europeo. Hoy se ha retrocedido al punto de partida y muchos piensan que a España hay que incluirla dentro de eso que de forma despectiva se denominan PIGS, “aunque más dentro que fuera”.
¿Cuál es problema de fondo? Pues fundamentalmente una cuestión relacionada con los “escasos poderes de las instituciones comunitarias” en favor del Consejo Europeo, que reúne a los jefes de Estado y de Gobierno. “No hay equilibrio de poderes”, se recuerda, y aunque se ha avanzado en la gobernanza, lo cierto es que “los cambios no han sido suficientes”, lo que explica el auge de los euroescépticos en países como el Reino Unido o Hungría. Sin duda, por ausencia de integración. Coexisten como pueden 28 mercados digitales o 28 mercados energéticos.
Según uno de los asistentes, la prueba del nueve de cómo funciona Europa se manifiesta con toda crudeza después de cada Consejo Europeo, cuando cada dirigente hace una lectura en clave nacional de las decisiones que allí se toman. “Son 29 conferencias de prensa [más la del presidente de la Comisión Europea] en la que cada uno interpreta los resultados a la luz de su propio consumo interno”.
Europa y el caos
Aunque fuera sólo por razones simbólicas, se argumenta, debería haber una sola voz después de cada reunión para que los ciudadanos europeos conocieran el mensaje real que se quiere transmitir desde las instituciones comunitarias.
Hay un problema de liderazgo. Pero también una deficiente arquitectura institucional. Probablemente, por una cuestión de calado no resuelta y que tiene que ver con los escasos poderes de la Comisión Europea o del propio Parlamento de Estrasburgo. La consecuencia, como asegura uno de los asistentes, es que “Europa se mueve en el caos”.
No es, desde luego, nada nuevo. Los procesos más importantes de construcción europea se han realizado siempre en momentos de crisis, y así, se viene a decir, seguirá siendo durante mucho tiempo.
El caos, sea como fuera, está detrás de la intensidad de la crisis económica, aunque se valora como un activo el hecho de que el BCE haya comenzado a precisar su programa de compra de deuda pública. ¿Es esta la solución? Sólo en parte. Alguien que conoce bien los entresijos de la política económica europea sostiene que no basta con el QE europeo (el aumento del balance del BCE) para elevar la inflación hasta el objetivo del 2% e impulsar el crecimiento con tipos de interés cercanos a cero o incluso en tasas negativas. Lo que haría falta realmente es que tirara fuerte la demanda interna alemana y, en paralelo, las economías menos competitivas recuperaran el terreno perdido en los años de expansión.
El QE, se dice, no llegó antes por los problemas de encajar el programa de compras en la Constitución alemana, y, sobre todo, había que tener antes garantías suficientes de que los países con mayores desequilibrios fiscalesllevarían adelante una estrategia de consolidación presupuestaria. Toca, por lo tanto, ganar competitividad a países como España, que en los años del boom la perdió de forma galopante.
En palabras de uno de los asistentes, “en el BCE no se funciona al dictado de Alemania”. En su opinión, detrás de lo que les ha ocurrido a los países del sur de Europa están los excesos presupuestarios, que han llevado a que países como España hayan pasado en apenas media docena de años de tener un endeudamiento equivalente al 36% del PIB a cerca del 100%.
El camino, en todo caso, será arduo, aunque la buena noticia es que ya está funcionando la unión bancaria. El mercado único, sin embargo, continúa con fallos.
La ventaja, desde el punto de vista monetario, es que el BCE tiene un carácter más técnico y no funciona de forma exclusiva con mayorías y minorías, al contrario que otras instituciones europeas. Eso sí, falta liderazgo para que los gobiernos expliquen a los ciudadanos para que y por qué se toman las medidas.
Se pone un ejemplo. El rescate bancario no se ha explicado suficientemente y muchos ciudadanos siguen pensando que a quien realmente se ha ayudado es a los banqueros, cuando lo que se pretendía era evitar el colapso financiero. “Nadie lo ha explicado, y esa es una de las razones de la ausencia de legitimidad de las instituciones”, se asegura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario