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Felipe González y Carrero Blanco.
“No olvidaremos jamás a Carrero Blanco; de nuestra boca no saldrá una crítica contra el almirante”.
La rotunda frase podría haber salido por la boca del Juan Carlos Borbón… pero no. Es de Felipe González. Su agradecimiento al papel jugado en favor del PSOE frente al histórico de los exiliados. Lo cuenta en un libro el militar a quien González hizo la confesión.
La clave estaría en el suegro. El padre de Carmen Romero, la ex esposa de Felipe González. El buen hombre, Vicente Romero, comandante médico del Ejército del Aire, fue también concejal del Ayuntamiento de Sevilla cuando el endocrinólogo y médico personal de Carrero Blanco (Juan Fernández) era alcalde en la capital hispalense…
Y por eso, en el libro El sueño de la Transición, que son las memorias del general Manuel Fernández-Monzón -trabajó de enlace con los servicios de inteligencia de la CIA en España- hay un capítulo con título rotundo: El almirante eligió a Felipe González: de Toulouse a Suresnes.
Y por eso también la frase con la que se titula este texto. Se la dijo González a Fernández-Monzón: “No se preocupen ustedes, que no olvidaremos nunca a Carrero Blanco. Soy perfectamente consciente de ello” (que Carrero intermedió para que el marido de Carmen Romero fuera el futuro líder del PSOE en detrimento del PSOE histórico de Llopis).
Las memorias del general Fernández-Monzón quieren ser un homenaje a “los militares y los servicios de inteligencia que la hicieron posible” (la Transición), y con los que él trabajó desde el servicio de inteligencia de la Presidencia del Gobierno. A las órdenes del almirante Carrero, según Monzón, y mediante el diálogo con los opositores, consiguieron que aceptaran la reforma los partidarios de la ruptura o del inmovilismo, mayoritarios. Diálogos como el que sigue explican cómo hasta Carrero aceptó que no todo, en contra de lo que decía Franco, estaba “atado y bien atado”.
-Están ustedes enredando mucho con todo esto de la democracia y de los partidos.
-Desengáñese, almirante, que no hay más democracia conocida en el mundo que la democracia liberal de partidos. Esto así no se le puede dar al rey.
Tanto como había sido valiente la actitud de mi compañero -relata Monzón-, fue simbólica la del almirante, al arrojarle a la cabeza el ejemplar de las Leyes Fundamentales que tenía para su uso personal, gritando:
- ¡Eso no lo pone aquí!
“Salimos corriendo y el libro pegó en el quicio de la puerta. El día que murió Carrero cogí aquel libro descuadernado y me lo llevé como recuerdo. El almirante reaccionaba con violencia, pero comprendió que había que ir a un sistema de partidos“. Quizá no haya mejor símbolo de cómo se impulsó, desde dentro de las instituciones franquistas y por alguno de sus principales responsables, aunque a regañadientes, el diseño de la Transición.
Para redactar estas memorias el historiador Santiago Mata ha cotejado los recuerdos del octogenario militar con la documentación que conserva. Lo que sigue es el relato sobre la influencia de Carrero en la elección de González al frente del PSOE. El capítulo De Toulouse a Suresnes: Carrero “eligió” a F. González: En el comité nacional del PSOE reunido en Bayona en el verano de 1969 comenzó la amistad de Nicolás Redondo y Enrique Múgica con Felipe González y la colaboración entre vascos y andaluces del PSOE. En el congreso de agosto de 1970 en Toulouse, González defendería la renovación basada en los socialistas del interior, ganando la votación. El congreso de 1972, también en Toulouse, registró ya el enfrentamiento con Rodolfo Llopis -representante de los ‘históricos’, herederos del PSOE de la República-, adoptándose las resoluciones renovadoras, aunque la dirección quedara en manos de un colectivo donde Nicolás Redondo era primus inter pares. Entre estos dos congresos tiene lugar la intervención de Carrero a favor de González.
El apoyo extranjero del PSOE, y por tanto de Felipe, dependía entonces de Willy Brandt, quien ya en 1974 sería acusado de ser agente de la CIA precisamente por un exagente, llamado Víctor Marchetti, en un libro que tituló La CIA y el culto de la inteligencia.
Brandt actuaba como presidente de la Internacional Socialista, y el PSOE sería también apoyado por Gustav Heinemann, uno de los fundadores de la CDU democristiana que se pasó al SPD, socialdemócrata, fue ministro de Justicia y desde 1969 a 1974 presidente de la República Federal de Alemania.
Felipe González sabía muy bien que cuando se planteó la dicotomía entre el PSOE histórico de Llopis, en el exilio, y el PSOE renovado, Carrero fue definitivo al decirle a Heinemann que por favor rogara a Willy Brandt que aceptara como partido socialista (español en la Internacional) al renovado. Esto es tan cierto que, cuando yo se lo recordé a Felipe González el primer día que hablé con él, en un restaurante de la calle Santa Engracia, me dijo: “No se preocupen ustedes, que no olvidaremos nunca a Carrero Blanco. Soy perfectamente consciente de ello, de nuestra boca no saldrá jamás una crítica contra el almirante“.
Y lo han cumplido, curiosamente, entre tanta barbarie de ‘memoria histórica’. Ha sido como si se respetara esa consigna. El contacto de Carrero con Gustav Heinemann se debía a que habían sido ministros de la Presidencia al mismo tiempo, y cuando Carrero le insinuó que había que favorecer a los de dentro, los del sector renovado en el caso del PSOE, Heinemann se lo comentó a Brandt. A mí esto me lo dijo el propio Carrero. Y Felipe González estaba al cabo de la calle, no sé si porque a él se lo diría Willy Brandt.
La protección siguió después del asesinato de Carrero. El asunto de Isidoro -nombre ‘de guerra’ de González- es uno de los más divertidos. Casi un año después de la muerte de Carrero, pudo viajar a Suresnes porque, a la ida, nadie le pidió el pasaporte, que tenía requisado, y a la vuelta sólo fue retenido unas horas. Y cuando al regreso de Suresnes lo detienen en Sevilla, el gobernador civil, Hermenegildo Altozano, recibe la orden tajante de la Presidencia del Gobierno de ponerlo en libertad inmediatamente. El policía sevillano, que estaba encantado de haber detenido al secretario general del PSOE clandestino, asombrado, lo liberó, sin entender bien lo que estaba pasando. ¿Lo explicaría que su entonces novia, Carmen Romero, era hija de Vicente Romero, coronel médico del Ejército del Aire y concejal en el Ayuntamiento de Sevilla, siendo alcalde el médico personal de Carrero, Juan Fernández Rodríguez García del Busto?
González llegó al poder en el congreso de Suresnes (11 al 13 de octubre de 1974). Por cierto, en nada mostraba su adhesión a los principios de una Transición reformista: de él saldría una resolución abogando por la ruptura democrática y otra por el derecho a la autodeterminación de las ‘nacionalidades y regiones’ que configuran el Estado español.
Las contradicciones de Felipe y del PSOE en Suresnes permanecen hasta hoy. La izquierda, después de que Carrero le hizo al PSOE el enorme servicio de reconocer al sector de Felipe González, que provocó su agradecimiento in aeternum, se encontró de golpe con la mayor unidad de la historia, y, enfrente, nada, porque no se podía reconstruir la CEDA. González es el que mejor lo entendió, en beneficio de su partido, del país y suyo como líder. No le avergonzó que quien le proporcionara la legalidad y el liderazgo socialista fuera Carrero.
En la calle, el enfrentamiento del PSOE contra la UCD parecía una lucha agria. Pero una cosa son las palabras y otra los hechos de fondo. González sabía que desde 1972, cuando entró en la Comisión Ejecutiva del PSOE, hasta 1974, cuando se le nombró secretario general, estaba siendo apoyado. Por eso al presentármelo en 1974Enrique Múgica, me dijo esa frase ya anotada y que estoy dispuesto a escribir mil veces: “Usted verá que jamás saldrá de labios de un socialista una palabra contra el almirante Carrero Blanco…”.
Carrero no eligió a Felipe, pero ayudó, a través del ministro de Justicia y presidente alemán, Gustav Heinemann, para que Willy Brandt, presidente de la Internacional Socialista, diera al sector renovado del PSOE la patente socialista. Después fue cosa de los socialistas del interior elegir a Felipe.
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