Así se salvó el euro
Adolfo Lorente
Grecia, aún acorralada, ha dado tres pasitos atrás alejándose de ese abismo llamado 'Grexit'. Europa, todavía conmocionada, respira aliviada. Y el euro, lo mucho que políticamente significa, sigue vivo. El proyecto más ambicioso del Viejo Continente en décadas continúa en pie. Queda herido, quizá demasiado magullado, pero vivo. Y esto no es decir poco, porque todo estuvo a punto de saltar por los aires. Y no, no es literatura periodística, fue así.
Lo dice Angela Merkel, la canciller, la líder: «Han sido días de un dramatismo difícil de superar en Europa». Pero Bruselas, pese a todo, tiene magia, y como confesó el presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, «al final llegó el milagro». Reconstruimos ahora 42 horas de infarto, amenazas, gritos, órdagos y pactos entre los líderes de la Eurozona. Es el relato de un gran acuerdo en el que muy pocos creían y otros siguen sin hacerlo. Así se salvó el euro. Todo comenzó en Bruselas, a las 15.00 horas del 11 de julio de 2015...
Apenas quedaban dos días para que expirara el ultimátum definitivo de los jefes de Estado y de gobierno al primer ministro griego, Alexis Tsipras. O euro o dracma. O reformas o fuera. Ya no había más paciencia que agotar. Y Syriza, pese a todo lo que simboliza la coalición de izquierda radical, acató una a una las exigencias comunitarias. Tsipras, con sus bancos cerrados desde hacía días y los ahorros de sus conciudadanos secuestrados, capituló y aceptó asumir las reglas del club de clubes incorporando a su diccionario palabras hasta ahora malditas. Solicitó formalmente el tercer rescate, aceptó impulsar durísimos recortes fiscales o en pensiones y juró fidelidad eterna a la UE. ¿Un espejismo? Pocos le creían. ¿Quién garantizaba que no volvería a convocar un referéndum por sorpresa cuando el acuerdo ya se rozaba con los dedos? Nadie confiaba en Grecia. De hecho, aún hoy son muchos los que siguen sin hacerlo.
Pero Tsipras pareció entender el mensaje y fue incluso más allá de la propuesta de la Troika para la que pidió el 'no' en el polémico referéndum, quizá la maniobra política más torpe en seis meses de mandato. Eliminó a su oposición, cierto, pero en Bruselas jamás se lo perdonarán. Desde la consulta, todo fue a peor. Todos los puentes se rompieron y solo se hablaba de 'Grexit'. Pero luego llegó el ultimátum comunitario y Atenas dio un giro de 180 grados sumando a todos los partidos de la oposición y prescindiendo del polémico ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis.
La bomba alemana
El cambio fue de tal magnitud que, en aquella calurosa tarde del día 11, el Eurogrupo abrió su reunión en un ambiente más que optimista después de ver cómo Atenas comenzaba a entender cómo funciona ese magma llamado Bruselas. Así lo rubricaron los 'hombres de negro' de la Troika (Comisión, BCE y FMI), que en horas concluyeron que la oferta helena era suficiente para iniciar las negociaciones del tercer rescate. Aunque no para aprobarlo, sino para decidir si aceptaban o no negociar. Matiz clave. Lo ofrecido por Atenas sólo es el comienzo del precio que aún deberá pagar.
Había cierto optimismo. De hecho, líderes como el italiano Matteo Renzi habían dejado caer que quizá no serían necesarias las cumbres de jefes de Estado y de gobierno previstas para el domingo 12. Craso error. La reunión comenzó, tomaron la palabra Dijsselbloem, los expertos de la Troika, el ministro heleno, Euclides Tsakalotos... Y surgió la bomba. A eso de las 18.35, varios periódicos alemanes filtraron convenientemente que su ministro, el temido Wolfgang Schauble, proponía una salida temporal de Grecia del euro por cinco años para que pudiera reestructurar su deuda, sanearse y volver al club. Pero como suele ocurrir en las parejas que se dan un tiempo, se concluyó que antes todos vivían mucho mejor. Por fin Alemania ponía negro sobre blanco algo de lo que se venía hablando desde hacía meses.
A casi nadie sorprendió el documento alemán. Algunos pocos se llevaron las manos a la cabeza, como Francia, Chipre y, en menor medida e Italia. Pero muchos otros países recibieron la idea con entusiasmo. Incluso con cierto fanatismo, como el que derrocha el ministro eslovaco, Peter Kazimir, uno de los altavoces más ruidosos del 'Grexit', con declaraciones donde recuerda a sus socios que son «mayores de edad « y deben «afrontar decisiones importantes».
La clave, según las fuentes consultadas, fue Finlandia. Alex Stubb, ahora 'solo' ministro y hasta hace unos meses primer ministro del país, aseguró que carecía de mandato para negociar y que aceptar un tercer rescate griego podría provocar la caída de su Gobierno, un tripartido liderado por un partido de centro, pero en el que también está el PP (Stubb) y los llamados Verdaderos Finlandeses, la extrema derecha antieuropea.
Fue el propio Stubb quien advirtió de que ya existía una amplia mayoría en el Eurogrupo favorable a dejar caer a Grecia: Alemania, Finlandia, Holanda, Austria, Eslovenia, Eslovaquia, Lituania, Estonia, Letonia o Bélgica. Los países ya rescatados y que más han sufrido el 'poder' de la Troika, ya sea Irlanda, Portugal o España, siempre se han decantado por mantener un rol más conciliador aunque ni mucho menos 'progriego'.
Llegó el primer momento crítico. El tiempo pasaba y en lugar de acercar posturas, todo iba a peor. Hubo un momento en el que muchos pensaron que la idea que se trasladaría a los jefes al día siguiente era que trabajaran en cómo llevar a cabo el 'Grexit'. Y aquí precisamente fue el propio Schauble, el 'poli malo' alemán, el que empezó a matizar y pedir calma, según distintas fuentes. Dijsselbloem, viendo el panorama, mandó a todos los ministros a dormir minutos después de la medianoche para evitar romper algo de lo que pudieran arrepentirse. Se quedaron en la UE el presidente del Eurogrupo; el jefe del grupo de trabajo, Tomas Wieser; el miembro del comité ejecutivo del BCE Benoît Coeure;_gente del FMI o el funcionario comunitario encargado de Grecia, Declan Costello. Tras otro debate se despidieron a las dos de la madrugada con un nuevo borrador de acuerdo ideado.
El Eurogrupo se retomó a las 11.00 de la mañana del domingo 12. Y todo fue ya «muchísimo mejor». La reunión finalizó en torno a las 16.00, instantes antes de que el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, diese inicio a la Eurocumbre que podía marcar el futuro del euro.
El euro ya es reversible
Los ministros, siempre mucho más duros y menos políticos que los 'jefes', pactaron un documento de cuatro páginas en el que dejaron cuestiones de enorme relevancia abiertas. Por primera vez, y en un movimiento de gran calado geopolítico, un documento de trabajo puso negro sobre blanco que el euro ya no es irreversible. En dos líneas, a modo de corolario, se apuntó la opción de ofrecer a Grecia una salida temporal de la Eurozona. Estaba entre corchetes, cierto, pero se puso y esa decisión es sin duda otro de los gravísimo errores cometidos en esta negociación.
Sobre las 16.30 comenzó la Eurocumbre de jefes de Estado y de gobierno del euro en la que también estuvo presente el propio Dijsselbloem, que resumió lo acontecido en 14 horas de Eurogrupo; el presidente del BCE, Mario Draghi, y la directora gerente del FMI, Christine Lagarde. Lo primero que se hizo, como exigió Alexis Tsipras, fue eliminar del durísimo documento de trabajo el corchete referido al 'Grexit'. El primer ministro griego había traspasado casi todas sus líneas rojas, pero ésta era innegociable. Y Merkel, la 'poli buena' alemana, aceptó entonces sin pestañear.
A partir de aquí, un eterna negociación que concluyó 17 horas después, a las 08.57 del lunes, a sólo tres minutos del arranque de los mercados. La claudicación helena era tan irreal que muchos llegaron a hablar de «humillación», algo desmentido por todos los jefes de Estado y de gobierno, incluido Tsipras. Fue una madrugada dramática, interrumpida por al menos tres reuniones paralelas en las que Tusk convocó a Merkel; al presidente francés, François Hollande, y a Tsipras, quien pidió por favor que le acompañase su ministro de Finanzas, Tsakalotos, algo inusual en este tipo de reuniones. «Schauble no estuvo presente pero parecía estarlo en todo momento», bromeó el presidente del Consejo días después.
En uno de esos encuentros, ya avanzada la madrugada, compareció el primer ministro holandés, el liberal Mark Rutte, que tuvo un acalorado intercambio de impresiones con Renzi. «Sin duda, Rutte es el más duro de todos», confiesan fuentes comunitarias. Hizo las veces de portavoz de los finlandeses, de los eslovacos o de los bálticos para exigir que el acuerdo fuese «duro» o no sería creíble para ser aprobado en sus respectivos parlamentos nacionales. El mismo ya ha reconocido al respecto que «ha incumplido una promesa electoral» aceptando este tercer rescate.
La noche avanzaba y hacia las siete, con el sol ya brillando en Bruselas, todo estuvo a punto de romperse. «Lo más probable entonces era el 'Grexit'. Temí que era el final», confesó Tusk al 'Financial Times'. Pero dijo a Merkel y Tsipras que saldría a la sala de prensa y diría a los cientos de corresponsales internacionales que hicieron guardia durante 24 horas que el euro se rompió por apenas 2.500 millones, el dinero que les separaba en la distribución del fondo fiduciario que fomentará la venta de activos públicos del país. El duende de Bruselas volvió a aparecer y el acuerdo, durísimo para Grecia, se cerró por unanimidad dos horas más tarde. De nuevo, hubo milagro.
Demasiadas dudas
Desde entonces, todos han cumplido su parte del trato. Tsipras ha dinamitado Syriza en favor de Europa; los países más duros han defendido ante sus respectivos parlamentos que Grecia se merece una tercera oportunidad; la UE ha aprobado un crédito urgente de 7.160 millones y el Eurogrupo ha dado luz verde al comienzo de la negociación del tercer rescate que se materializará a mitad de agosto. En total, 86.000 millones que se suman a los 240.000 ya prestados y, a juicio de Merkel, «el mayor ejemplo de solidaridad nunca hecho».
Fueron 42 horas terribles con un sólo destino posible. «Teníamos dos opciones, o no llegar a un acuerdo y ocasionar el 'Grexit', lo que habría derivado en caos y violencia hasta que el país se desangrara, o buscar juntos con Grecia una salida, y eso precisamente hicimos», declaró en el Bundestag para justificarse ante su propio partido. «Lo que hicimos no fue sólo por Grecia, sino por la Eurozona y por Europa», zanjó.
Pero, ¿será suficiente?_Paradójicamente, todos coinciden en alabar un acuerdo en el que pocos creen. Pensar que Grecia, un país roto social y políticamente puede cumplir la mayor dieta de austeridad jamás impuesta en Europa, se antoja poco menos que ingenuo. Ya lo advirtió Tusk: «no tenemos garantías sobre la continuidad del proceso;_es complicado y hay trampas, aunque de momento hemos conseguido evitar la bancarrota griega». Es el mejor sinónimo de una patada hacia adelante.
Quedan tres largos años de rescate con demasiados factores que pueden hacer descarrilar el proceso. Por ejemplo, ¿hasta cuándo durará Tsipras? Y otro dato a tener en cuenta: Si en un par de años Nicolas Sarkozy vuelve al Elíseo en detrimento de Hollande, Grecia perderá el único gran aliado que ha tenido en la peor crisis del euro. Pero esto es futuro y el presente dice que en Europa, de momento, los milagros siguen existiendo.
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