Sócrates como el filósofo de la esperanza y el «inventor» de la idea del alma. Pero ¿quién era en realidad? «Sócrates. La muerte del hombre más justo» nos ayuda a descubrirlo
El presente libro recoge las ponencias de un curso de verano de la Autónoma de Madrid que debió de ser, a juzgar por los testimonios, enormemente intenso y subyugante. Baudouin Decharneux señala el desinterés que suelen sentir los historiadores de la filosofía antigua por la religión antigua y coincide con Babut en que quizá la novedad de Sócrates consista en un cambio de prioridades al poner la investigación filosófica sobre los dioses.
Los otros temas del libro son el «error» de Aristófanes al satirizar en Las nubes a un Sócrates que es todas las cosas que Sócrates no era (un sofista, un cosmólogo), estudiado por Enrique López Castellón y también por David Konstan; una reflexión sobre el discurso de Fedro en defensa del amor (Miguel García-Baró); una investigación sobre los aspectos «mosaicos» (y crísticos) de la figura de Sócrates, de Jorge Úbeda Gómez; otra sobre la enseñanza de Sócrates como filosofía de la esperanza, de Diego S. Garrocho Salcedo; otra sobre el rechazo socrático a la ley del Talión, de José Luis Velázquez Jordana, que insiste en un aspecto fundamental de la actitud socrática; y finalmente un estudio sobre la cuestión del «conocerse a sí mismo», de José María Zamora Calvo, en relación con el diálogo platónico Alcibíades I.
Sócrates emerge en este volumen como un misterio aún mayor
Una «persona interior»
Sócrates ejemplifica una forma de ser «filósofo» que conjuga el razonamiento (la «inteligencia») con la escucha interior, la tan comentada actitud cívica junto con el vínculo con lo divino. ¿Por qué intentar separar ambos lados? ¿Por qué querer reducir lo que en él se da conjugado con toda naturalidad? A veces se interpreta el dáimon de Sócrates como una elaborada serie de «bromas» (no en este volumen, por cierto) y en otras ocasiones como un resto del pasado que hemos de dejar a un lado, aunque Decharneux afirma que la religión daimónica y personal de Sócrates fue percibida como algo nuevo, y quizá peligroso, por su olvido del panteón clásico.
Sócrates, obsesionado con el servicio cívico, no lo está menos con la idea de la inmortalidad del alma, que es en realidad el tema clave de Platón. Esta «alma», más allá del múltiple significado que puede tener el término en griego, ¿puede identificarse sin más con el razonamiento o con la inteligencia? ¿Es eso realmente el alma? Es una «persona interior», sin duda, pero también un mundo interior, un espacio de la escucha, que luego encontraremos en los dáimones del Secretum de Petrarca y en los del Libro rojo de Jung, etapas consecutivas del descubrimiento occidental del mundo interior.
Si Sócrates era un «filósofo», ¿por qué no considerar a Cristo un filósofo?
También Cristo tenía un dáimon con el que conversaba día y noche y cuyas órdenes seguía con total convicción aunque estas le llevaran, como le llevaron a Sócrates, a la muerte. ¿Sería, quizá, el mismo dios el que les hablaba a ambos? Hay, además, un problema de clasificación: Sócrates era «filósofo», Cristo era «el Mesías», y Pitágoras no sabemos lo que era. Pero si Sócrates era un «filósofo», ¿por qué no considerar también a Cristo un filósofo?
Cristo muere en Jerusalén. Sócrates muere en Atenas. En sus muertes, crecen y comienzan a construir una civilización nueva, basada enrechazo de la venganza y en el diálogo. Todavía seguimos en su estela.
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