La plataforma cultural Indigestió publica un libro colectivo que señala alguno de los principales espejismos de la cultura actual. Sus autores son firmas de renombre como César Rendueles, Lucía Lijtmaer y Nando Cruz, entre otros. Voces críticas contra el discurso dominante, que confunde "la cultura" con "la necesidades del sector". Para entender el objetivo de estos textos podemos recurrir a una frase de su coordinador, el investigador Jordi Oliveras: "Hay un montón de gente que dice con frecuencia: "Yo, de cultura, no sé". Y, bien mirado, ¿no es un poco extraño este "yo no sé"? Si los seres humanos somos principalmente seres culturales, la expresión resulta difícil de creer. Todo el mundo sabe de cultura, de una manera u otra".
Es probable que en las prácticas de la "gente de abajo" haya más soluciones a nuestros problemas que en los pomposos discursos de los mandarines culturales. Por eso este libro (excepto un plomizo artículo sobre arquitectura) esuna herramienta útil contra la pedantería, la cháchara académica y la presunta autoridad de los expertos. El título del conjunto es 'Cultura en tensión' y lo coedita la editorial Rayo Verde. Resumimos tres de sus principales reflexiones:
150 euros por artículo
Durante varios siglos, gran parte de la población mundial (sobre todo, en Occidente) ha pensado en "La Cultura" como un torre de marfil, ajena y por encima de los problemas materiales. La periodista Lucía Lijtmaer cuestiona esta tendencia de manera práctica, por ejemplo haciendo visible lo que cobra por el artículo que firma: "Escribo desde un apartamento en una calle de Barcelona, mi compañera de piso no está, y escribo un texto por el que me pagarán 150 euros, menos impuestos. ¿Debería o no debería decir esto último? Lo borro. Lo añado. Lo vuelvo a borrar. Si aún esta es que ha permanecido". Su crítica, por supuesto, va más allá de este gesto simbólico: "Según un estudio realizado por la British Post Office en septiembre de 2014, entre doce ciudades europeas en las que se compara lo que se consideran "experiencias culturales de primer nivel" -museos, conciertos, teatro, etcétera-,Barcelona era la tercera ciudad más cara, solamente aventajada por París y Londres".
Escribo desde un apartamento en Barcelona, mi compañera de piso no está, y escribo un texto por el que me pagarán 150 euros, menos impuestos
Como era de esperar, estos datos económicos tienen consecuencias en nuestro ecosistema cultural. "Para empezar, la diversidad de voces disminuye: si el debate en la escena literaria española a principios de los dos mil se centraba en la necesidad de incorporar la cultura popular a las tramas y adoptar las innovaciones del pop a su estructura -esta sería una síntesis más que somera de lo que fueron los postulados de la mal denominada “Generación Nocilla”, encabezada por Agustín Fernández Mallo, Eloy Fernández Porta y Jordi Carrión, entre otros-, se comienza a advertir cómo los escritores únicamente podían serlo si tenían una “renta básica familiar”, un apoyo que únicamente podía proporcionar la alta burguesía o la clase media alta".
¿Conclusión? Asistimos a nuevas formas de clasismo, que impiden el acceso a la clase trabajadora. "Estamos ante el fenómeno que advertía Owen Jones en una entrevista reciente: 'Se desplaza la idea de que el talento es lo más importante en favor del dinero que tiene tu familia, no solamente para estudiar sino para producir cultura'. En la actualidad únicamente pueden dedicarse al periodismo, la alta edición y la literatura -tres profesiones que están imbricadas en endogamias que darían para más páginas de las que aquí dispongo- aquellos que se lo pueden permitir. A diferencia de las grandes estrellas de la literatura y el periodismo barcelonés de los sesenta, setenta y ochenta -Manolo Vázquez Montalbán, Terenci Moix, Juan Marsé y Maruja Torres-, a nadie se le ocurre que el próximo gran descubrimiento literario pueda provenir del Raval o el Carmelo. Y mucho menos que sea hijo de la inmigración", apunta Lijtmaer.
Silicon Valley, amigo de los "okupas"
El texto más potente del lote lo firma el sociólogo César Rendueles. Su objetivo es desvelar las disonancias cognitivas del movimiento conocido como "cultura libre", que nace a finales de los noventa y todavía es dominante entre los activistas antisistema. Contra todo pronóstico, parece que los altos ejecutivos de Silicon Valley, los gestores culturales y los teóricos de los centros sociales "okupados" se hayan puesto de acuerdo en que todo proceso de cambio que no tenga relación con Internet resulta obsoleto y estéril para la emancipación humana. ¿Un ejemplo? "Ridesharing, TNC, apps de aparcamiento…A veces da la impresión de que a base de aplicaciones y prácticas colaborativas algún programador acabará inventando el autobús. No solo es absurdo, sino que no nos deja imaginar lo que podríamos hacer con la tecnología en un mundo en el que, de hecho, ya hay autobuses y empresas públicas de transportes. Paradójicamente, este proceso de oscurecimiento restringe el pleno proceso de aprovechamiento de las posibilidades positivas de la propia tecnopolítica", explica Rendueles.
A veces da la impresión de que a base de aplicaciones y prácticas colaborativas algún programador acabará inventando el autobús
El complemento perfecto para este artículo es el texto 'Más deporte y menos cultura', que cuestiona con ánimo constructivo el documento fundacional de Podemos sobre estas cuestiones. "El mercado en general y el laboral en particular ha asumido con entusiasmo los discursos críticos procedentes de la cultura. Los ganadores del capitalismo desregulado han construido un discurso muy poderoso que apela a la creatividad, la reinvención personal, las dimensiones relacionales y colaborativas del trabajo. La ideología de la precarización es asombrosamente afín a los discursos culturales dominantes".¿Cómo salir de esa trampa? Renunciado a la sacralización de los expertos: "Me parece esencial que el mundo de la cultura aprenda del deporte, donde el amateurismo, la autoorganización y la participación popular masiva son realidades consolidadas. Los debates culturales están completamente dominados por los profesionales del sector –reales o aspiracionales– y, en cambio, no suelen tener en cuenta la cultura amateur, que es extremadamente importante".
Rendueles propone incluso soluciones prácticas: "En general, la política cultural hegemónica ha consistido en crear carísimos cubos vacíos de marca arquitectónica y pretender que en su interior iban a crecer las prácticas artísticas como si fueran champiñones. El otro día, alguien me preguntó qué se podía hacer con el Conde Duque de Madrid, un sitio tan desolado que da miedo. Yo sugerí que se podía probar a instalar unas canchas de baloncesto, una piscina y un parque infantil cubierto en sus inmensos patios. De hecho, por lo que he podido ver, el MACBA (Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona) es básicamente una pista de patinaje increíblemente cara. ¿Y si probamos a hacerlo al revés? Construimos una pista de patinaje barata y luego intentamos que los que pasan por allí se interesen por el arte contemporáneo". El texto levantó un intensa polémica, que todavía sigue coleando.
Acciona, la música y la batalla de las cervezas
El veterano periodista Nando Cruz, colaborador de esta sección, identifica en su artículo las peores inercias de su gremio: "Que la música haya pasado de ser vista como una actividad a ser entendida como un objeto de consumo es una triste derrota social de la cual los medios de comunicación tenemos mucha culpa. El gran pecado del periodismo cultural ha sido asumir como buena esta visión interesada de la industria. Y no sólo no hemos discutido esta concepción restrictiva de la música como objeto, sino que además lo hemos fomentado. Nos lo hemos tragado hasta el punto de confundir cultura e industrias culturales. ¿Quién nos lo iba a decir? Empezamos asumiendo sin poner pegas lo del producto cultural y el consumo cultural y ahora ya se nos hace la boca agua cuando oímos hablar de turismo cultural. Los medios somos culpables de haber transmitido una visión sesgada del hecho cultural. Hemos centrado el interés en el objeto, el disco, y hemos prestado poca atención al entorno donde nace, al proceso de construcción, al espacio donde se presenta, a quién representa..."
Los medios somos culpables de transmitir una visión sesgada del hecho cultural. Nos centramos en el objeto y no prestamos atención al entorno donde nace
"Nos hemos empeñado", continúa Cruz, "en hablar mucho del fruto y muy poco del campo de cultivo. Hemos caído de pleno en la trampa de la industria. Observando los contenidos de los medios de comunicación podríamos deducir que la música que no se presenta en un espacio cerrado y con precio de taquilla no es exactamente música. Un concierto gratuito en una fiesta mayor no genera el mismo interés informativo que uno del mismo artista en una sala a quince euros la entrada, aunque, socialmente hablando, es muy probable que el de la fiesta mayor tenga más impacto en el público. Parece, sin embargo, que lo que atribuye valor cultural e informativo a la música es la posibilidad de ponerle precio. Resumiendo: si no se puede vender y comprar no es música de verdad".
Se puede decir más alto, pero no más claro, aunque merece la pena citar esta otra comparación recogida en el texto: "Las luchas de poder entre Acciona y Agbar por el control de la gestión de las aguas de Barcelona no son tan diferentes de las luchas entre las marcas de cerveza para controlar el circuito de salas de conciertos. Y de esta última guerra se derivan decisiones que también afectan negativamente al público cuando se programa un concierto en una sala u otra dependiendo de qué cerveza se vende, en vez de considerar factores como la acústica del local o el encaje del artista en un lugar o en otro. Y esta injerencia del gremio cervecero ha llegado hace poco al espacio público, donde la fricción entre dos empresas afectó de rebote la celebración del Festigàbal en la Fiesta Mayor de Gracia de 2015". Merece la pena atender a este libro breve, claro y contundente, que trata sobre alguno de los conflictos que enturbian nuestro disfrute y desarrollo cotidiano.
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