Más que una Liga, una era
- El Barça conquista Granada y confirma su poder hegemónico: sexto campeonato en ocho años
Hubo un tiempo en que el Barça ganaba una Liga por década y a veces ni eso. Aquello ya pasó. Es historia. Prehistoria, futbolísticamente hablando. En la actualidad el equipo azulgrana las celebra a un ritmo deliciosamente rutinario, fiel a un modo de entender el fútbol del que nadie reniega en sus filas trazando una línea que viaja del palco al césped, pasando por la grada, así que los títulos caen o se dejan de ganar, pero el método no se pone en duda. Todo eso lo tiene ganado el Barça, hegemónico en su dominio. Son muchísimas 24 Ligas, pero más significativo es subrayar que las últimas seis han llegado embutidas en ocho temporadas. Es inevitable buscar las ganadas por el Real Madrid, el adversario más comparable, vivo hasta el final de nuevo, en ese mismo periodo. Su botín es de una de ocho. Da escalofríos pensar en qué situación institucional estaría el Barça con esos registros, sacudido por un entorno hipercrítico que tanto puede empujarle al abismo como al perfeccionismo. Ahora está en lo segundo.
El sello del Barça, retocado en primavera para superar una crisis inesperada, se impuso en Granada. Sólido, fiable, exterminador de errores y de rivales, el equipo de Luis Enrique dominó el partido de arriba abajo sin conceder apenas un susto. Dependían los blaugrana de sí mismos y en eso se centraron. Ni el ruido de los días previos, orquestado para distraer (maletines), ni la responsabilidad de no fallar, ni siquiera un sol de carácter tinerfeño (por su bonanza y por los recuerdos de aquel desenlace radiofónico tan de los noventa) desviaron a un equipo de nuevo solvente y poderoso. Tres goles a favor y ninguno en contra. El Madrid no falló en A Coruña, pero no mereció el campeonato. Si se premia la regularidad, los blancos estuvieron lejos de serlo a lo largo de los 38 partidos.
En Granada, los goles para sentenciar los puso Suárez. Puestos a resumir la temporada, no podían ser de otro. El curso del uruguayo no tiene lunares, como pocos tiene un conjunto que encadena su segunda Liga consecutiva al mando de Luis Enrique. Messi se ha reconvertido en un mediapunta creativo que en Granada movió los hilos a su antojo, Neymar confirmó que ha regresado; pero más allá del tridente, el retorno noticiable es el del equipo en mayúsculas y con él sus señas de identidad, las que ya le hicieron tocar trofeos, con Rakitic omnipresente, con Iniesta paseando técnica, pausa y brazalete y con Busquets activando la bisagra para controlar que las líneas no se estiren ni por arriba ni por abajo. Es el equipo el que ha ganado la Liga. Inconfundible y reconocible.
Se contabilizará este campeonato como una única Liga aunque se haya ganado dos veces, al menos a esa ocurrente conclusión ha llegado la crítica especializada haciendo referencia a la ventaja de la que los azulgrana dispusieron en marzo, hasta 12 puntos, respecto al Madrid, un colchón tan confortable que pensar en un alirón anticipado resultó ser una invitación imposible de rechazar. La diferencia entre ambos equipos llegó a ser tan amplia, en la clasificación y en cuanto a sensaciones, con el Madrid cambiando de entrenador y el Barça protagonizando una racha de invencibilidad pocas veces vista, que el colapso que atacó a los de Luis Enrique en abril provocó la impotencia de un fenómeno natural, un imponderable al que no se encontraban respuestas y que bloqueó al equipo hasta paralizarle. Sobrevivir a esa situación límite, localizar el foco de la avería y acertar a tiempo con la reparación se le debe contar al Barça en la larga lista de méritos. Salir airoso, a través de la aplicación de un pragmatismo moderado, de una recuperada solidaridad en el juego sin balón y del reencuentro del tridente, ha sido un éxito más grupal que futbolístico y que habla a favor de la consistencia del proyecto, con sus lagunas, que las hay, aunque tiempo habrá para abordarlas. Antes toca doblete.
La Liga, pese a su mes de abril, deja más imágenes festivas que agonísticas, con dos puntas en el resumen de mejores momentos que sobresalen por encima de las demás. Incrustado en el inventario barcelonista quedará por siempre el 0-4 del Bernabeu, obra magna que significó además la consagración de Sergi Roberto y su ascenso de clase como futbolista creíble procedente de la Masia, titular mientras Messi, aún renqueante, esperaba su turno en el banquillo. La otra imagen tuvo menos recorrido pero un impacto indudable. Contra el Celta, en un partido costoso pero espectacular, Messi y Neymar se aliaron para facturar un penalti indirecto, al estilo del que popularizó Cruyff. La carga simbólica del asunto, con el mítico holandés fallecido después, fue y sigue siendo emocionante. El Barça sigue llevando la pauta. Sigue venciendo y favoreciendo los intereses de quienes ven en el fútbol una fuente de espectáculo. El ciclo triunfal no se detiene.
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