Lo llaman el efecto bola de nieve. La forma en que una pequeña bola lanzada desde lo alto de una montaña nevada, va tomando cuerpo hasta llegar al valle convertida en una masa rodante capaz de arrollar a su paso todo lo que encuentra. La metáfora vale para describir lo que está ocurriendo con VOX y Santiago Abascal, un partido y un líder cuya capacidad de convocatoria desborda todas las expectativas, llenando recintos imposibles ahora mismo para el modesto efecto llamada de PP o Ciudadanos. Lo de Palencia el miércoles, una ciudad acoplada al voto “popular” desde que hay recuerdo, con grandes colas para entrar en el cine Ortega y dos veces el aforo en la calle. Lo de este jueves en Madrid, a las puertas de ese ICADE donde se forman las nuevas generaciones de la dirigencia española. Y la marea sigue. La pleamar VOX no deja de subir. Hay quien sostiene que estamos ante la reedición del fenómeno Podemos en 2015, y a mí no me lo parece. Porque la España cabreada, cansada de la clase política, harta de pagar impuestos y soportar ofensas del separatismo, asqueada de la corrupción y el mamoneo, no es de derechas ni de izquierdas o es mucho más que eso. Son los camareros que corren a hacerse una foto con Abascal en los bares de carretera. Es el reflejo de un fenómeno que la noche del 28 de abril podría protagonizar el mayor golpe sobre el tablero político español registrado en décadas. Una auténtica revolución.
En la ladera de enfrente anida la preocupación. Y posiblemente el miedo, cuando no el simple pánico. El desconcierto que provocan los derrapes retóricos de un hombre brillante –posiblemente el mejor orador que ha tenido nunca el PP- como Pablo Casado. Son los nervios. Lo dijimos hace meses en estas páginas. Casado necesitaba enterrar al viejo PP. Entrar en la sede de Génova con el lanzallamas para sobre sus cenizas construir un partido de nuevo cuño que se reconozca en los perfiles de una derecha liberal. Pasar página al PP de Aznar, y hacernos olvidar la vergüenza del PP de Mariano Rajoy. Volver del revés al PP e incorporar talento. No ha hecho ni lo uno ni lo otro. O no lo ha hecho en grado bastante como para que este PP sea percibido como algo nuevo, sin peajes de un pasado tan ominoso, tan ofensivo para el español medio como el episodio protagonizado por el gallego indolente en un garito de Alcalá la tarde noche del 31 de mayo pasado.
Seguramente no ha podido. O no le han dejado. Y ahora le esperan con la recortada tras la puerta en caso de fiasco electoral el 28-A. Ni ha limpiado (lo suficiente) el PP, ni ha conseguido rodearse de talento. En Génova han quedado los saldos de una segunda campaña de rebajas que nadie demanda. Arrancar la campaña con una pegada de carteles en el Retiro madrileño en compañía de oradores tan notables como Suárez Illana y Edurne Uriarte, es por parte de Casado un acto de heroísmo que produce en el espectador un sentimiento mezcla de conmiseración y perplejidad. He ahí un candidato que parece tener el enemigo en casa. La idea de utilizar a Aznar como reclamo en aquellas provincias donde VOX le discute escaño es más propia del bombero torero que de un partido con idea clara sobre lo que España se juega en este envite.
Lo que no parece haber comprendido Casado y su estado mayor es que difícilmente conseguirán que uno solo de los hijos que salieron huyendo de un partido convertido en una especie de absurda tecnocracia dadaísta vuelva a la casa del padre sacando de nuevo a escena al lamentable Rajoy (ayer lo volvió a hacer en Mos (Pontevedra): “representamos a los españoles, sean quienes sean, quieran lo que quieran, vayan donde vayan, siempre que vayan a donde quieran”) y mucho menos atacando a VOX, antes al contrario, reforzarán las opciones de VOX y sobre todo, las de Pedro Sánchez. Porque el enemigo del PP no es VOX, sino este dizque socialista al que separatistas, neocomunistas, bildutarras y nacionalistas vascos aspiran a volver a colocar en Moncloa para los próximos 4 años, con lo que ello implica.
Razonamiento tan sencillo como que el reto es derrotar a la izquierda podemita que hoy encabeza Sánchez parece haberse convertido en la cabeza de los Marotos del PP en algo tan complejo como el argumento ontológico de San Anselmo o el problema de los universales. Mientras tanto, Vox sigue dando muestras de que ahí hay algo más que un fenómeno fortuito dispuesto a disiparse con la rapidez de una tormenta de verano. El programa económico (“Por una política fiscal simple, justa y coherente. Propuesta tributaria de VOX para recuperar a la clase media trabajadora”) que hemos conocido esta semana podría ser asumido por cualquier derecha liberal que se precie. Es el programa que tendría que haber aplicado el PP de la mayoría absoluta del manso Rajoy. Y el que debería haber publicado el PP de Casado. Nada que ver con el populismo de las “100 medidas urgentes para España”. Promete bajadas de impuestos y cuantifica su coste; recorta el gasto y especifica dónde y cuánto; se atreve a proponer un sistema de pensiones mixto de capitalización y reparto, liberaliza mercados, aborda privatizaciones, cheque escolar… Un buen ejercicio técnico, donde los números parecen encajar. Ambicioso, detallado y netamente liberal.
Liberar a la clase media trabajadora
En el IRPF, el impuesto que recae sobre la clase media trabajadora (los 77.000 millones que anualmente recauda de un total de 15,9 millones de declarantes, corren a cargo del 50% de los mismos, gente con renta anual media de 30.478 euros, que son contribuyentes netos), VOX propone una reducción de los actuales cinco tramos a solo dos, con un tipo general del 22% para ingresos de hasta 60.000 euros, y del 30% para los superiores a esa cifra. El coste recaudatorio bruto de esta tarifa ascendería, según el texto, a 6.436 millones, que quedarían reducidos a 2.867 descontadas ganancias recaudatorias que el programa detalla. Vox propone una base imponible única resultado de “sumar todas y cada una de las rentas netas generadas por la unidad contribuyente, sin distinguir entre rentas del ahorro y resto de rentas”. Algo que suena a revolución, como la eliminación de la mayoría de las deducciones actualmente existentes “en aras a conseguir una mayor neutralidad fiscal”.
Para afrontar ese recorte impositivo sin fiarlo a la ya casi tópica curva de Laffer, VOX apuesta por un “ahorro estructural anual permanente” de 24.236 millones, generado “a expensas de eliminar el gasto público clientelar, el gasto público ineficiente, la ineficacia organizativa del Estado y el uso fraudulento del presupuesto”. En concreto, 16.236 millones provendrían de ajustar el gasto de la Administración Central, organismos autónomos y Seguridad Social, mientras que los 8.000 restantes correrían a cargo de CC.AA. y Ayuntamientos. Ello dirigido a limitar el gasto público al 35% del PIB en cualquier circunstancia, frente al 41% actual (el 34% en EE.UU; el 47% en Francia). En cuanto al Impuesto sobre Sociedades (23.143 millones en el ejercicio 2017) Vox propone una rebaja del tipo nominal hasta el 22% (frente al 25% actual) para todo tipo de empresas, con idea de reducirlo al 12,5% en una segunda fase. El proyecto contempla, además, la eliminación definitiva del Impuesto sobre el Patrimonio, así como del de Sucesiones y Donaciones, la privatización de las televisiones públicas, y un largo etcétera.
Las recetas fiscales van acompañadas de un segundo tomo (venta de activos no estratégicos del Estado, nueva vuelta de tuerca a la reforma laboral de Rajoy, reformas estructurales, política energética, entre otras) convertido en realidad en un completo programa de política económica capaz de dar sentido a esa revolución fiscal. Su título ya es toda una declaración de intenciones: “Bienestar para todos”, que se corresponde con el de la conocida obra de Ludwig Erhard, el político –canciller federal entre 1963 y 1966- que tras la hecatombe nazi consiguió transformar en poco tiempo una Alemania destrozada por la guerra en una de las primeras potencias económicas mundiales, sobre los principios de la economía de mercado, la libre competencia y la sana desconfianza hacia el todopoderoso Estado.
Ahogados por la socialdemocracia rampante de curso legal desde hace décadas, socialdemocracia de izquierdas y socialdemocracia de derechas (véase Mariano Rajoy), reinando sobre sociedades rendidas a la ideología del hobbesiano Estado Leviatán capaz de resolver los problemas de cualquier ciudadano desde la cuna a la tumba, la vuelta a escena de una alternativa liberal siquiera teórica es un alivio que permite concebir esperanzas de que no todo está perdido en España y en la propia UE. VOX, en efecto, dice defender “un sistema fiscal progresivo, que no se convierta en una loseta infranqueable que hunda al contribuyente en la trampa del desaliento personal y profesional, condenándole a una renta disponible muy alejada de la que, por su talento y su esfuerzo, es capaz de generar”. El ideal de justicia para la formación de Abascal “es el de igualdad de oportunidades, no el de igualdad de resultados”.
Todo está en el aire
La encuesta del CIS atribuía esta semana a VOX una horquilla de entre 29 y 37 escaños (11,9% de los votos). Es sospecha generalizada que en ese casi 40% de indecisos hay mucho voto oculto VOX (en parte también PP), un voto que cada vez se esconde menos. “Puede pasar de todo”, dijo el miércoles el desvergonzado Tezanos, seguramente preocupado por su futuro judicial como eventual prevaricador y malversador de recursos públicos. Los 5 escaños que la dirección de Abascal imaginó lograr en las elecciones andaluzas terminaron siendo 12. Su estado mayor maneja la cifra de 50 desde hace semanas, por encima de Ciudadanos y Podemos, pero Steve Bannon, ese maldito Bannon que tiene de los nervios a la feligresía de izquierdas norteamericana y europea, piensa que la cifra correcta es 90, 90 escaños, por encima incluso del PP, una barbaridad para un partido que se asoma por primera vez al Parlamento. Una auténtica revolución.
Por encima de la abrumadora campaña mediática (con encuestas al gusto de quien las paga) que intenta convencer al electorado de que todo el pescado está ya vendido y que solo hay un triunfador posible, el indescriptible Sánchez, con opciones varias para formar Gobierno, muy convenientes ellas para los españoles, sin rastro de peligro separatista, la pura verdad es que todo está en el aire. Aquí puede ocurrir cualquier cosa, y una de esas cosas es que la derecha acabe sumando con la sorpresa mayúscula de que VOX termine por delante del PP. Difícil pero no imposible a día de hoy. ¿Apoyaría Casado un Gobierno Abascal? ¿Y qué haría Albert Rivera? Un lío mayúsculo y un bonito ejercicio teórico. La posición de Ciudadanos, perdido en zona de nadie entre el triunfalismo de Sánchez y el rodillo de VOX, atento a los guiños de los grandes grupos mediáticos, se antoja la más incómoda de los partidos en liza y ante cualquiera de los escenarios posibles. Difícil apoyar un Gobierno Abascal, pero no menos complicado hacerlo con un eventual Gobierno Sánchez, la alternativa por la que suspiran algunos notables prohombres del Ibex 35, con Ana Patricia Botín (Santander) a la cabeza. Todo el programa de Ciudadanos, y no solo en lo que tiene que ver con el separatismo catalán, está en abierta contradicción con lo que defiende y representa Sánchez. El Ibex lo tiene difícil, y Rivera aún más.
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