Con unas horas de diferencia, Pablo Casado y Santiago Abascal, los líderes nacionales de PP y Vox, coincidieron en Oviedo y en un mismo lugar, el blanco y desmesurado Calatrava, para ofrecer dos actos electorales bien distintos y en dos fachadas distintas del edificio. Por la mañana Casado celebró un encuentro con un aforo reducido de empresarios en el Hotel Ayre, al que se entra por una calle y por la tarde, después de haber rendido honores a la Santina y a la estatua de Pelayo en Covadonga, Abascal llenó por la avenida opuesta el auditorio del Palacio de Congresos, con algo más de 2.000 asistentes y unos centenares más que se quedaron fuera en una exhibición de fuerza para el inicio de la campaña.
En rigor, los discursos y argumentos de Casado y Abascal tampoco son tan diferentes; Vox surge como una escisión del PP, ambos tienen como foco central de su propuesta económica un recorte drástico de impuestos, de determinados tributos en concreto como el de sucesiones o el de sociedades y patrimonio, y también comparten una desaforada apelación a España como argumento en sí con una feroz crítica al independentismo y a la posibilidad (que ambos dan por cierta) de que pacte con los socialistas en el Gobierno. La diferencia es de matices, aunque no por eso no es que sea importante, hay un grado totalmente distinto en el tono de los mensajes, Vox llega como la expresión hecha carne de la derecha «sin complejos» que crió décadas atrás José María Aznar y que ahora se le ha emancipado en otro partido como un hijo pródigo que todavía no tiene la menor intención de volver a casa. Ni mucho menos. Vox es como el PP king size, tamaño grande por sólo un euro de patriotismo más. Y se nota.
Si los problemas internos de los populares asturianos, desgajados en al menos dos familias desde que Génova desplazara a la presidenta regional Mercedes Fernándezpara apostar por Teresa Mallada como cabeza de lista, apenas se disimulan ni en los medios ni tampoco en los actos electorales, los de Vox llegan al inicio de la campaña crecidos y llenos de confianza. Cierto que en Oviedo Santiago Abascal señaló al PSOE como «el problema de España» para el que su partido «es la solución» y cierto también que muchas de sus puyas fueron para «los progres» y separatistas pero la mayor parte de las andanadas de su discurso fueron para burlarse del partido padre, un PP que aprecian vejestorio y cascado. «Habéis llenado el auditorio más grande de Oviedo, ese con el que no se atreven los que nos dijeron que nos apartáramos», señalaba Abascal para regocijo de los convencidos advirtiendo además de que la llamada al «voto útil» se podía volver «como un bumerán» contra los populares en los comicios.
Por la mañana, Casado se cuidó mucho de dirigir ninguna crítica ácida contra Vox o, al menos, hacia sus posibles votantes. Se limitó a señalar que su partido había «tratado muy bien» a la familia de Abascal y que a él le había dado trabajo «durante veinte años». El presidente del PP espera que cale el mensaje de que, a la hora de la verdad, la apuesta segura para el votante de derechas es la suya si se quiere plantear una alternativa a los socialistas y apuntó «¿qué excusa hay en el voto de la derecha para no ir al PP? En los casos de corrupción yo no estuve ni conozco a esa gente, ofrecemos seguridad sin complejos en política de inmigración y también con los ocupas, ¿qué echa en falta el votante en este programa? Esta sigue siendo su casa y cada voto a otros será un regalo a Sánchez para que gobierne con Otegui».
¿Qué falta entonces? «¡Vamos Leónidas!», gritó uno de los simpatizantes de Vox, sentado junto a la prensa, en el momento en que Abascal subió al escenario. El líder del partido tuvo pocos guiños para asuntos concretos de Asturias aunque al auditorio tampoco le importaba mucho. «Quieren que los bables sean obligatorios para que os sintáis especiales cuando lo especial de Asturias es que es España y lo demás tierra conquistada», dijo para poner en pie a los asistentes. En el aplausómetro particular del mitin de Oviedo los temas que más hicieron vibrar al personal fueron las alusiones a poner firmes a los independentistas catalanes con un 155 sine die y la recuperación de competencias de educación, justicia, sanidad y seguridad interior para el estado («¡Puigdemont a prisión!», le respondían) y también contra la inmigración, especialmente la de musulmanes.
Es paradójico porque Asturias es una de las comunidades con menor porcentaje de inmigrantes del país, apenas llega al 3% y además el mayor grupo de extranjeros residentes en la región procede de un país comunitario, Rumanía. Pero las apelaciones de Abascal a que es de «sentido común» que el país «tenga fronteras» y que no es lo mismo «los inmigrantes que llegan de países hispanoamericanos que los que vienen de un sistema político religioso que no acepta la separación iglesia-estado» encendían como pocos a la audiencia. En un determinado momento, el también muy jaleado José Antonio Ortega Lara, se refería a la baja tasa de natalidad y advertía de que, a este paso, «tendremos ocho millones de españoles autóctonos menos» porque hay españoles autóctonos y otros así como de importación, sin denominación de origen.
Había, por supuesto, banderas de España, pero también alguna bufanda de la selección, un paraguas con los colores de la enseña nacional, todo lo rojigualda posible, pañuelos, banderas vestidas como capa, se exhibió con pasión en una jornada que se calentó con una selección musical de repertorio limitado: el himno de la Legión, Y viva España (la más coreada) de Manolo Escobar, El imperio contraataca de Los Nilkis (despojada aquí por lo visto de todo sentido irónico) Libre de Nino Bravo y también el pasodoble La banderita. Hubo también muchas referencias con algún tipo de sobreentendido que el público agradecía aunque nunca llegaban a explicarse del todo. Por ejemplo «que no estemos obligados a escuchar cosas raras que los progres quieren que oigan nuestros hijos», aunque no aclaraba Abascal qué cosas raras eran y también la imperiosa necesidad de «la libertad de poder hacer con nuestra propiedad privada lo que nos dé la gana», que defendió el cabeza de lista por Asturias al Congreso, José María Figaredo, aunque no llegó especificar de qué tenía ganas exactamente.
Además de Abascal, Figaredo y Ortega Lara, tomó la palabra el dirigente regional Rodolfo Espina Gutiérrez y estaban en el séquito de dirigentes Iván Espinosa de los Monteros y el posible candidato a las elecciones autonómicas, Ignacio Blanco, pero no hablaron. Sí lo hizo, al finalizar en el auditorio, de nuevo, Santiago Abascal, megáfono en mano, para los asistentes que se habían quedado fuera. Un millar, dijeron aunque posiblemente fueran la mitad. Y, sin embargo, el primero de los mítines en la capital fue de forma indiscutible uno multitudinario.
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