PALABRA de sicilia
Desde mediados de los ochenta, José María Sicilia ha ido construyendo una personal sintaxis pictórica, cada vez más interesada por descubrir nuevos valores plásticos, nuevos materiales, nuevas mecánicas de construcción visual. Esto le ha llevado a transitar por otros territorios expresivos, más alejados de la pura pintura, pero, al tiempo, fuertemente conectados con ella. Creo que esta es una de las mejores exposiciones que ha realizado en los últimos años en Madrid. Son todo obras realizadas en los últimos tres años y prácticamente inéditas. Les invito a que compartan conmigo este viaje y dialoguen con las obras y las palabras de su autor.
La sala principal acoge al espectador con una suerte de voz sacralizada, con una extraña temperatura, casi religiosa. Eco, la primera de las series, se compone de unas planchas de bronce apoyadas sobre la pared que pueden ser puertas o espejos, o posiblemente ambas cosas. Hay textos grabados sobre ellas; palabras semiborradas por el aire del tiempo que, como el espejo, nos devuelven nuestra propia imagen. «Vanidad de nuestra propia imagen, Eco surge en nosotros antes de nosotros mismos, Eco duerme en el fondo de la fuente, la voz de tu voz, la imagen de tu imagen, nosotros no somos la fuente, en el fondo de la fuente crece una noche que recibe otra noche».
Reflejo de un reflejo
Como otro reflejo especular, la pared de enfrente alberga otra serie de planchas -Cecilia-Constelaciones-, en este caso de mármol, que son también el reflejo de un reflejo. Cada una recoge una imagen celeste que se asocia a un mes del año. Sus superficies pulidas y blancas son otra representación del cielo sobre un espejo en la tierra. Son otra forma de mirar hacia arriba y hacia el interior de nuestra propia vida, y hacia quien nos la otorgó. La madre: «El país del cielo en el país del agua, las estrellas también son islas, toda agua viva es un agua a punto de morir».
Lo que vemos representado en medio de estas dos paredes no es menos singular, ni menos extraño: dos cabezas de toro -una en bronce, la otra en poliuretano y silicona-, que en realidad son tres, ya que hay una más, La belleza en su punto, que -literalmente- nos medio contempla desde el fondo de otra pared. Se trata de media cabeza disecada de toro, cortada en sentido transversal, de la que vemos únicamente la mitad inferior. Como esas palabras que cortamos en dos partes y mostramos solo la de abajo dando una percepción absolutamente diferente de la que obtenemos al leer la mitad de arriba, esta pieza (que, por otra parte, me recuerda a una especie de fantasmal púlpito, lo que refuerza aún más esa atmósfera de espacio sagrado), es sin duda una de las obras más inquietantes y enigmáticas. La cabeza de poliuretano, con la palabra «hijo» pintada en su cuello, en otro juego de espejos, parece mirar- interrogar-completar el nombre de la madre, el dibujo de las constelaciones: «¿Cuál es el nombre de este abismo?».
Las dos salas siguientes nos proponen una serie de obras con diferentes estrategias formales y expresivas, pero con un común denominador: el canto de los pájaros. Un lenguaje de sonidos convertidos en signos, en sonagramas. «Más muerto que la muerte es el canto del pájaro que viene de desaparecer. La duración del canto del pájaro está hecha de instantes sin duración, su duración es la vida». Metáfora de la duración, es decir, del tiempo, esto es, de la muerte (y de su otro nombre: la vida). Metáfora que, en este caso, me interesa más por su traducción visual y sígnica que por la puramente simbólica. El instante. Cantos de pájaros, una serie de códigos gráficos grabados en pizarra, constituye el mejor conjunto. Las pizarras presentan una cartografía de signos cifrados en torno al octógono. Sicilia nos cuenta que este polígono es una representación del pájaro, símbolo del alma y del renacimiento en el mundo occidental y oriental.
Devorador devorado
La última serie, Saturno, consta de tres dibujos en papel y dos bronces con texto, y se inspira en la pintura negra de Goya Saturno devorando a sus hijos: «Saturno engendra y devora, nosotros somos imágenes consumiéndose, muertos y vivos al mismo tiempo, devoradores devorados». Hace también aquí una personal incursión en el mundo del vánitas, tan arraigado en nuestra tradición pictórica. Objetos para ser consumidos, devorados, pero quizás también para -como el tiempo- devorarnos a nosotros mismos. «Déjate devorar. Adora el tiempo».
Francisco Carpio
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