Rafael Azcona regresa a Logroño
La prosa del guionista 'vuelve' a su pueblo con el rodaje de 'Los muertos no se tocan, nene' - El texto que dejó incompleto cierra la trilogía de 'El pisito' y 'El cochecito'
JUAN CRUZ - Logroño - 27/03/2011
Se había ido de Logroño, a Madrid, en los años oscuros de los cafés baratos; estuvo en Ibiza, en los años de la bohemia; y en Italia, con su amigo Marco Ferreri, que le metió en el cine.
Pero no dejó Logroño; ahí están algunas de sus historias, como Los muertos no se tocan, nene, que ocurre en los cincuenta. Es un trasunto de su autobiografía. Es un adolescente que se enamora en la tupida ciudad de provincias que también fue escenario de una memorable historia provinciana, Calle Mayor.
No se había podido hacer en cine; en la época, cuando ya Azcona era guionista, porque los militares lo hubieran fusilado. Y después porque Azcona estaba en otras cosas. Pero siempre con Logroño en la cabeza.
Ahora esta historia por la que circulan la Iglesia, los militares, la muerte y los enamoramientos adolescentes ha vuelto a Logroño, donde nació. Lo ha hecho de la mano del cine tres años después de su muerte.
José Luis García Sánchez, Bernardo Sánchez y David Trueba recogieron sus enseñanzas de guionista y pusieron la obra en lenguaje cinematográfico; Bernardo culminó el guion y García Sánchez la dirige. Juan Gona, el productor, aceptó el reto, y un hombre cuya luz es fundamental en la película, Federico Ribes, director de fotografía, es el encargado de convertir esta versión en un filme que nace para emparentarse con El pisito y El cochecito, otras dos novelas del logroñés que Ferreri llevó al cine. Como esos filmes, Los muertos no se tocan, nene se rueda en blanco y negro.
La atmósfera del rodaje, cuyos exteriores terminaron de filmarse el jueves en Logroño (los interiores se ruedan en Oviedo), es también de película en blanco y negro; cuando fuimos, los jóvenes actores (Fabianito, que parece Azcona de chico; Elenita, la muchacha que se come un melocotón cuya pipa guarda Fabianito como un fetiche) vestían los uniformes pacatos de la época; Abelarda, la criada, era la pizpireta que abría y cerraba las puertas de la casa con el furor destemplado de las sirvientas hartas de servir, y la madre de Elenita esperaba su turno vestida con la toca que formaba parte del uniforme de las señoras decentes...
Cada personaje de los que estaban ese día en el rodaje tiene su nombre propio, claro. Abelarda es Mariola Fuentes, encargada del centenario que se muere ("y también de cuidar de Fabianito, que tiene la hormona a flor de piel"); Fabianito es Airas Bispo, que ya ha hecho televisión, en Amar en tiempos revueltos y en Mulheres e maridos, para la televisión gallega; y Elenita es Julia de Blas, una estudiante riojana que ya saborea el melocotón del cine como una posibilidad. A Airas lo acompaña su padre y a Julia la acompaña su madre. El chico es espabilado, como uno imagina que sería Azcona a su edad en esta misma ciudad, y la muchacha resulta tímida hasta que descubres la picardía que guarda en su mirada.
Pero Bernardo Sánchez ha aportado al reparto una novedad que junta esta película en blanco y negro con otra que firmaron Ferreri y Azcona, El pisito. Es Celia Conde, cuyo nombre se habrá diluido, pero que, como el blanco y negro, resurge aquí como actriz que tiene en su memoria los años gloriosos de Ferreri y Azcona.
Celia conserva la frescura que la convirtió en una jovencísima promesa del cine. La vida la atrajo luego a la familia, hasta que un día Bernardo descubrió a aquella muchacha que había sido vedette en El pisito y que ahora es la madre de Elenita en esta versión de Los muertos no se tocan, nene. La colocaron frente a la cámara, "hice la primera toma, salió bien, ¡ni repetí! ¡Se ve que lo llevo en la sangre!".
El blanco y negro marca el rodaje, dice Ribes; aunque también se podrá ver en color, esa es la textura que va a tener. No tendrá música, sino la que se escucha de la radio, la que canta Abelarda..., "como le gustaba a Azcona que fuera el sonido de sus películas", dice García Sánchez. Pero hay una incorporación que Bernardo y José Luis hablaron en su día con Rafael y que este consideró que era pertinente para esta versión que combina la época, ternura y sarcasmo.
Esa incorporación es la de la tele. Se está muriendo un bisabuelo a punto de ser centenario, su bisnieto "se enamora como un perro", y entra en la casa vieja donde viven, aman o están hartos unos de otros..., el primer televisor, probablemente, que llega a Logroño. El operario entra con el inmenso aparato: "Muy buenas, Pelayo Pozuelo, de Electro Tele... Vaya caras, ni que hubiera un entierro aquí". El hijo del finado: "Es que lo hay... Que se ha muerto... ¡don Fabián Bígaro Perlé..!". El operario, ante semejante contrariedad, quiere llevarse el aparato. "Ni hablar del peluquín", dice la nuera del finado, "¡si hace 15 días que tienen el aviso!". La tele entra, se queda ante el muerto, y la nuera declara: "Desde ahora este será el saloncito de la tele, y cada vez que la veamos nos acordaremos de él...".
Y ya es la tele la dueña del velatorio. Como de la vida misma... De esas paradojas estuvo hecho el humor de Azcona, y con ellas el maestro regresa a Logroño, donde nació. En octubre veremos en el cine Los muertos no se tocan, nene. El estreno será en Logroño, cómo no.
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