Qué es la ACB, pregunta un NBA
Invade
estos días la prensa deportiva nacional una especie de fiebre por un
posible desembarco de jugadores NBA en Europa en el caso de que la
temporada americana se venga definitivamente abajo. Algo así puede como
no puede pasar. Tanto la suspensión completa del curso como que en ese
caso el presunto desembarco tenga o no lugar. El cierre de la temporada
americana no implica necesariamente una invasión. Tan sólo entraría,
ahora sí, en el marco de la posibilidad, que ya es algo completamente
nuevo.
Ante
este panorama el efecto mental causado sobre el viejo baloncesto es
razonable. Cuando más de 60 jugadores que militaron el año pasado en la
NBA han aprovechado ya para emigrar, con cláusula de retorno o sin ella,
es concebible dejarse seducir por el paso siguiente: nombres de mayor
entidad. No necesariamente estrellas como Kobe, Howard, Durant o LeBron.
Bastan simplemente lujos del tipo Aldridge, Randolph o Boozer. Por eso
antes de que la realidad y el mercado se resistan vale reconocer que tan
sólo ese posible muestrario, ese escaparate de lujo, es, puestos a
soñar, fabuloso. Casi irreal.
Ahora
bien, no se pretenden aquí las especulaciones que, dicho sea de paso,
sacan lo mejor del periodismo sabueso que busca anticipar la pieza de
caza. Así ha ocurrido esta semana con Splitter pese al mareante preludio
de su destino final. Ocurre en estos casos que agente y periodista no
suelen llevarse muy bien. Por eso aquí se pretende otra cosa: perfilar
una advertencia que, de seguro, habrá pasado algo inadvertida.
Se
corre el riesgo de pensar que los jugadores NBA, en caso de salir en
oleada, seguirán un orden de cosas así como natural. Según este orden
los jugadores establecerían una especie de jerarquía por la cual
preferir las mejores ligas, como una selección de países por niveles de
desarrollo. El buen aficionado al baloncesto en Europa no ignora que,
por ejemplo, la ACB cumpliría tal vez mejor que ninguna otra con la suma
de nivel de competición y garantía de cobro. Al menos del club que,
inicialmente, se lo pueda permitir.
Sin embargo, desde el pasado mes de julio la realidad viene dando la espalda a esta inocente presunción.
Durante
el verano que algunos jugadores NBA, nombres de cierto peso como Deron,
Kenyon Martin, J.R. Smith o Ty Lawson se decantaran por destinos como
Turquía, China o Lituania, era incluso menos desconcertante para el
aficionado ACB que el hecho de que se fueran sumando a los rumores otros
posibles como Italia, Francia, Rusia e incluso Inglaterra, Alemania o
Bélgica.
En
aquellas primeras semanas de fuga España, como posible destino,
brillaba terriblemente por su ausencia. La competición española, la ACB
como marca, pintaba entre poco y nada en el incesante desfile de rumores
y de casi invitaciones de destino que la prensa americana volcaba
masivamente a diario. Tan sólo una solitaria pieza informativa
obra de Álvaro Martín (ESPN) contravino entonces una corriente que
tenía mucho de ciega inercia. Pero sobre todo, por el nulo influjo
causado, de aplastante realidad.
La
pregunta a formular era inevitable. ¿Cómo es posible que la tantas
veces proclamada mejor competición nacional en el mundo fuera de la NBA
no vea una paralela presencia en una coyuntura semejante? ¿Por qué un
papel tan marginal ante un escenario de transacciones masivas (aun
siendo muchas de ellas fabuladas)?
La
explicación es muy simple. Y si pudiera servir de apoyo ha sido
tristemente corroborada en no pocas ocasiones por quien suscribe. Ahora
es cuando uno lamenta no haber transferido antes a papel el largo sondeo
oral de dos años a centenares de jugadores NBA. Para explicarlo
suprimimos de momento a los intermediarios y su campo de actuación.
Situamos así al jugador medio NBA a solas frente a un gran mapa, una
composición de lugar del baloncesto fuera de los Estados Unidos. La
respuesta es poco menos que deplorable.
El
conocimiento del baloncesto en Europa, de sus estructuras y niveles,
incluso de su sola configuración en competiciones nacionales por parte
de los jugadores NBA está por debajo de lo deficiente, grado éste más
propio de la prensa americana en general. En lo que al conocimiento
internacional respecta hay un enorme vacío temporal entre el formidable
trabajo en el pasado de Curry Kirkpatrick (Sports Illustrated) y la
herencia general posterior (con la ligera salvedad de Alexander Wolff).
Por aproximar, hasta fechas cercanas al lustro, cuando el gran nivel
ofrecido por el baloncesto internacional, y no sólo por sus jugadores en
la NBA, empieza a ser tomado en serio desde, pongamos, los Juegos de
Atenas.
Uno
ha tenido la ocasión de comprobar hasta el sonrojo buena parte de esto.
Una de las preguntas realizadas a Mozgov en el vestuario de los Knicks
enunciaba: “Tu presencia aquí ¿ayudará a que el baloncesto en Rusia se
conozca algo más?”. No era que Mozgov potenciara el baloncesto en su
país. Era simplemente que en Rusia, como por fin, ese deporte se diera a
conocer. Una diferencia abismal.
Todavía
hoy, para una gran mayoría de prensa americana, la referencia a lo Euro
lo hace directamente a la Euroliga, como si Europa y Euroliga fueran
una sola y única realidad. Nada de competiciones nacionales, nada de
siglas que enunciar a un periodista americano. Por no hablar de los
jugadores, en cuyos peores casos es igual hacerlo con países enteros.
No
son éstas líneas de denuncia. En toda nación deportiva cuecen habas. Se
trata tan sólo de poner sobre la mesa una realidad que a lo peor el
aficionado europeo creía cosa del pasado.
La
gran excepción a este fenómeno de masiva ignorancia la representan,
como es lógico, los internacionales. Es una doble cuestión de afinidad
nacional y experiencia anterior. Que los franceses terminen en Francia,
los turcos en Turquía y los rusos en Rusia no responde más que a la
seguridad de lo conocido, de sentirse nuevamente en casa. Hay un tercer
factor relacionado con intervenciones externas o el conocimiento
personal. Así por ejemplo Barea sabe de la ACB por sus orígenes y su
agente como Horford por las confidencias de su amigo Taurean Green. Más
allá, y muy en especial para el nativo americano, no hay más que un mapa
en blanco.
El
posterior influjo de los agentes resulta finalmente clave en cualquier
decisión final. Para ellos el objetivo más importante si no reciben
consigna distinta de sus representados, es exclusivamente económico. De
otro modo: voy donde más dinero y más garantías de cobrarlo me ofrezcan.
Y a veces, como ocurrió con Deron, el primero que lo haga de forma
convincente.
Lo
que aquí, en lo básico, se quiere reseñar es que el preludio a la
decisión final, en todo eso que un jugador NBA pudiera prevenir o
conocer por sí mismo del mundo exterior, no hay la menor relación con lo
que el buen aficionado europeo, conocedor de lo suyo por familiar,
estima como lógica de niveles, como jerarquía de competiciones, como
algo parecido a que el mejor jugador elegirá la mejor liga. Porque hasta
ahora ni es así ni seguramente tenga por qué.
Y
hay algo de decepcionante en todo ello. Porque si el criterio elegido
no fuese más que el nivel de competición tal vez la ACB, la liga
española, debiera ser el destino prioritario de cualquier posible
emigrado, incluso de los más grandes. O al menos, no haber ocupado hasta
ahora un lugar tan marginal en las líneas de prensa y su orbe de
rumores, que al fin y al cabo reflejan la temperatura cultural en la
escena deportiva de cualquier país.
Así
pues, no se presume, de momento, que en caso de desembarco ‘overseas’
la ACB vaya a ser el destino ideal, prioritario y masivo. Lo mismo el
día que ocurra se impone, sorprendentemente, otro criterio que hasta
ahora ha brillado por su ausencia.
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