Cuando un policía llega a la escena con su compañero, descuelgan al suicidado, esperan al juez y se marchan a otra cosa. Otro caso. Si uno de los dos policías, además, es escritor, después de descolgarlo revisa la casa, mira la pared en la que aparecen varias fotos del fallecido y tropieza con una alcayata solitaria. En la papelera está la que falta, de él con su mujer y su hija, rota en mil pedazos. Acaba de hacer una reconstrucción de la situación. “La Policía me enseñó a observar, no a juzgar”, reconoce Víctor del Árbol(Barcelona, 1968), mosso d’esquadra durante casi veinte años y en excedencia desde 2011.
“A los tres años ya sabía que me había confundido, que la Policía no era mi sitio”, explica durante la comida este autor veterano de proyección internacional prematura. Su segunda novela, La tristeza del samurái (Editorial Alrevés) revienta, en 2011, en Francia y lo convierte en súper ventas y es traducido a una decena de idiomas. En ese momento entiende que debe dejar su carrera contra el crimen para escribir sobre él. Como él mismo apunta, “soy escritor gracias a mi madre, pero vivo de la escritura gracias a Francia”.
En Francia le dicen 'escritor de la memoria histórica' y él se revuelve, porque prefiere llamarse 'escritor de la conciencia histórica'No podía ser de otra manera, así que tres años después de su éxito Del Árbol da el salto a un gran grupo, Planeta, donde acaba de publicar en Destino Un millón de gotas, la historia de dos tiempos, en la que se cruzan personajes de principios del siglo XXI con los de la Rusia de Stalin, en 1933. Una novela familiar, de padre e hijo, en la que se exprime la memoria y su construcción. Pero, sobre todo, en el que se revela la necesidad de ideales para sobrevivir en una sociedad individualista.
Conciencia histórica
En Francia le dicen “escritor de la memoria histórica” y él se revuelve, porque prefiere llamarse “escritor de la conciencia histórica”. Detesta a aquellos autores de novela histórica contemporánea en la que los buenos son buenísimos y los malos malísimos. Nada es tan claro ni tan evidente. Lo dice blandiendo su experiencia en la calle.
En su otra vida como policía tuvo contacto a diario con la cara más fea de las pasiones y las contradicciones del ser humano. Tampoco se olvida al repasar su vida de cuando era soldador, ni de cuando pasó por el seminario… “Lo dejé por la misma razón: no comulgo con las estructuras y la administración.Tengo problemas con la autoridad, siempre he sido muy anárquico. Quiero ser el protagonista de mi vida”.
En la Policía reconoce que aprendió mucho de sí mismo, porque pone a prueba y en situaciones muy poco habituales. 'Eso para un escritor es fantástico', cuenta.Después de entrar en crisis con la fe, el dogma y la Iglesia, encontró un anuncio en La Vanguardiallamando a formar parte del cuerpo de las fuerzas del orden. Recuerden, “anárquico”. En la Policía reconoce que aprendió mucho de sí mismo, porque pone a prueba y en situaciones muy poco habituales. “Eso para un escritor es fantástico”, cuenta.
Ya hemos dicho que allí aprendió a observar, también a ser crítico con lo que pasaba a su alrededor. “Si te mandan a un desahucio hay maneras y maneras de hacer tu trabajo. Por encima de todo está la ética del individuo: ante ti sólo están tus razones que justifican tus actos y si no las encuentras, déjalo y vete”. Y lo dejó porque ya no cumplía con los principios que justificaban su trabajo en la sociedad.
Novela de valores
Si un policía no puede cambiar el sistema, ¿puede un escritor? “No, pero sí al lector que puede cambiarlo”. Hay un inconveniente, la pérdida del valor de la palabra. Se queja de que se ha banalizado, de que se ha convertido en un negocio, se queja, también, de la mentira de los poderes públicos, de los políticos. Se lamenta de la educación de este país, de la ausencia de una enseñanza de Historia contemporánea a la altura de nuestro pasado.
'En España nadie lee Historia, sólo novela histórica'. Resulta llamativo que lo diga un autor de novelas históricas.“En España nadie lee Historia, sólo novela histórica”. Resulta llamativo que lo diga un autor de novelas históricas. “La novela puede ser una puerta para incentivar al lector a que siga investigando sobre la Historia. No a leer más novelas históricas, porque hay un grave problema si damos por cierto una ficción”, cuenta el autor, que ha centrado el desarrollo de su novela en la Guerra Civil y la II Guerra Mundial.
El pasado es algo para siempre. Forma parte de la identidad del ser humano, como un millón de gotas que se acumulan en un mismo charco. Ha preferido pedir su plato sin picante, pero aún así no puede evitar incendiarse cuando habla de “la mala conciencia histórica” española. “La Transición es el gran mito de este país. No puedes sustentar los valores de un Estado democrático sobre los valores de una Dictadura. La judicatura no se purgó, el sistema financiero tampoco, el sistema político menos y sólo la policía y el ejército evolucionaron un poco. La raíz es antidemocrática”, exclama.
A las barricadas
Un millón de gotas lleva sorpresa en su interior: “La primera gota es la que empieza a romper la piedra”. La llamada a la movilización común –atrapada en la metáfora- no puede ser más clara. Sí, Del Árbol es un ex mosso, pero eso no le impide plantear una crítica a la razón de Estado y la utilización de las fuerzas del orden frente al Estado de Derecho.
Siempre hay alguien que da el primer paso y sin el resto no somos nada. No es una lección, pero es necesario recordar lo obvio una y otra vez. Sobre todo en un mundo que reivindica al individuoSiempre hay alguien que da el primer paso y sin el resto no somos nada. No es una lección, pero es necesario recordar lo obvio una y otra vez. Sobre todo en un mundo que reivindica al individuo. Yo no sería lo que soy si no hubiese encontrado en mi vida un millón de gotas”, así es el autor de best seller a favor del bien común.
“Con los demás podemos ser, porque somos seres comunitarios y ese es el sentido de las utopías”. ¿Y en qué hemos fallado? “Fallamos al pasar la utopía a la realidad”. Esa es la crítica que hace del comunismo, aquí hay palos para todos: “Por eso utilizo el comunismo, porque es la gran utopía comunitaria que acaba convirtiéndose en una pesadilla”. Una de las frases del libro: “No son las ideas las que nos traicionan, sino los hombres que las llevan a cabo”.
Del Árbol cuenta que ha creado una epopeya para sus protagonistas, en la que Elías, el héroe, parte de la inocencia y llega a la monstruosidad. Un viaje en el que pierde la humanidad para sobrevivir. Estos pequeños detalles son los que le llevan a pensar en sí mismo como en “el escritor del dolor” y a estar más cerca de Tolstoi que de Fitzgerald. Datos que le vinculan, a priori, con un autor como Ricardo Menéndez Salmón, al cual no ha leído todavía.