Marvin Minsky: "Alcanzaremos la inmortalidad haciendo copias de nuestro cerebro"
Ixone Díaz Landaluce - XL Semanal
Es uno de los grandes sabios del mundo: el padre de la inteligencia artificial y el científico que más ha estimulado la imaginación de expertos y profanos sobre cómo será nuestro futuro. No en vano contribuyó a crear HAL, el ordenador de '2001: Una odisea del espacio'. Minsky, de 86 años, acaba de ser reconocido con el premio Fronteras del Conocimiento, de la Fundación BBVA. Hablamos con él en su peculiar casa de Boston.
¿Heredarán los robots la Tierra? Sí, pero serán nuestros hijos», escribía Marvin Minsky en un revolucionario artículo científico publicado en el año 1994. Nadie, salvo el padre de la inteligencia artificial, se hubiera atrevido a concebir máquinas y ordenadores como parte de nuestra descendencia, pero para Minsky (Nueva York, 1927) nunca fue una idea tan descabellada. Al fin y al cabo fue él quien, junto con John McCarthy, fundó en 1959 el laboratorio de inteligencia artificial del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), donde ha sido profesor desde entonces. Antes estudió Matemáticas en Harvard, se doctoró en Princeton e inventó, entre otras muchas cosas, el primer simulador de red neuronal capaz de aprender.
Autor de varias obras de referencia, como La sociedad de la mente o La máquina de las emociones, Minsky ha dedicado su vida a entender los misterios del pensamiento. Pero también a lograr que las máquinas utilicen algo tan humano como el sentido común. Minsky, de 86 años, acaba de ser reconocido con el premio Fronteras del Conocimiento, de la Fundación BBVA, en el área de Tecnologías de la Información. Antes de viajar a España para recoger el galardón, el científico nos recibió en su casa de Boston. Sentado en un pequeño despacho desordenado y rebosante de libros y artilugios indescifrables, charlamos con él sobre los desafíos científicos y también filosóficos que plantea su apasionante trabajo académico.
XLSemanal. Isaac Asimov dijo de usted que era una de las dos personas más inteligentes que conocía. El otro era Carl Sagan. ¿Se considera usted un genio?
Marvin Minsky. Isaac Asimov era vecino mío. Y aquello fue muy amable por su parte, pero la verdad es que en la comunidad científica de la que yo formé parte todo el mundo era un genio.
XL. ¿Conoce a muchas personas más inteligentes que usted?
M.M. A unas cuantas... Por ejemplo, Robert Oppenheimer. Einstein también era increíblemente inteligente. ¡Pero yo no le entendía nada! Su acento alemán era demasiado fuerte. Una vez comimos juntos y me resultó imposible entender lo que decía.
XL. ¿De qué se siente más orgulloso?
M.M. Me gusta mirar mi currículo y comprobar que, cada cierto tiempo, fui capaz de inventar algo importante. Estudié en Harvard, luego en Princeton, he dado clases en el MIT... En 1960, solo había cuatro ordenadores digitales en el mundo. Yo me convertí en profesor justo cuando las cosas empezaban a cambiar. Eso me ayudó mucho. Siempre estuve entre dos aguas, entre la vieja escuela y la nueva.
XL. ¿Se considera un científico o un filósofo?
M.M. Decimos que Platón o Aristóteles eran grandes científicos porque en aquella época la distinción entre filosofía y ciencia no existía. Hoy en día hay filósofos que saben mucho de matemáticas y otros que no tienen ni idea. ¡Creo que el título de lo que eres depende, básicamente, de qué clase estés impartiendo en la universidad! [Ríe].
XL. En los años sesenta parecía que la inteligencia artificial iba a cambiar el mundo, pero la revolución no ha sido tan rápida como se esperaba...
M.M. Todo en la vida moderna, desde Internet hasta los sistemas que ponen en marcha fábricas enteras, está controlado por un ordenador. ¡La revolución ya ha ocurrido! Y no llevó tanto tiempo. ¿Qué son 30 o 40 años frente a 3000? A partir de Gauss, desde 1830, la ciencia, la física práctica y la ingeniería han cambiado el mundo mucho más que en los anteriores 10.000 años. Lo que pasa es que no somos conscientes de ello porque nadie vive tanto tiempo.
XL. Una máquina puede realizar complejísimas operaciones matemáticas, pero la inteligencia artificial es incapaz de aplicar algo tan humano como el sentido común. ¿Por qué?
M.M. Las matemáticas son muy sencillas y el sentido común, no; requiere conocer millones de cosas. Por ejemplo, todas las palabras de un idioma. En matemáticas, el lenguaje es mucho más reducido.
XL. Muchos se plantean si las máquinas serán capaces de sentir. Pero usted sostiene que el verdadero misterio no son las emociones, sino el pensamiento. ¿Por qué?
M.M. Es que las emociones no son demasiado complicadas, aunque están relacionadas con una maquinaria muy compleja. Pero es difícil hablar de esas cosas utilizando el lenguaje ordinario. La ciencia consiste en buscar nuevas formas de describir cosas viejas.
XL. ¿Y qué hay de la conciencia humana? ¿Por qué es tan misteriosa?
M.M. ¡La conciencia no es una sola cosa, son muchas! Si piensas en la conciencia como una sola cosa, entonces parece un misterio irresoluble. Es como pensar en un coche como una sola cosa. Parece complejísimo. Pero si piensas en él como una suma de cilindros, engranajes, pistones y cien elementos más, entonces no es tan complicado.
XL. Sostiene que las máquinas serán tan inteligentes o más que el cerebro humano. Esas teorías incomodan a mucha gente...
M.M. Es genial que la gente se enfade, porque eso quiere decir que pueden cambiar de opinión. Yo estoy enfadado todo el tiempo, pero me gusta. Me obliga a pensar más. Si no tengo una idea nueva cada día, me cabreo.
XL. ¿La vanguardia de la ciencia siempre tiene que ser controvertida?
M.M. La mayoría de la gente no sabe nada sobre ciencia, así que no, no es controvertida.
XL. Dice usted, con mucha sorna, que «un ético es alguien que ve algo malo en cualquier cosa que te pase por la cabeza». ¿No cree que la ciencia deba tener límites?
M.M. ¡Lo que yo creo es que todo el mundo debería ser científico! En ciencia, para apoyar cualquier cosa en la que crees, buscas evidencias. Y si esas evidencias son endebles, buscas alternativas. En otros campos, sin embargo, la fuerza sustituye a la razón.
XL. Stephen Hawking ha alertado de que «la inteligencia artificial podría ser el peor error de la historia», que podría significar el fin de la especie humana. ¿Qué opina?
M.M. No creo que Stephen Hawking haya dicho eso, pero no lo sé. Desde mi punto de vista, quemar carbón es el peor error de la historia de la humanidad.
XL. Una frase suya: «Cuando los ordenadores tomen el control, puede que no lo recuperemos nunca. Si tenemos suerte, quizá decidan tenernos como mascotas». ¡Pues vaya panorama!
M.M. Esa solo es una posibilidad. Y no la peor...
XL. ¿Por qué es tan pesimista sobre el futuro de la humanidad?
M.M. Creo que las cosas a pequeña escala funcionan relativamente bien, pero somos muy lentos resolviendo los grandes problemas. Por ejemplo, el dióxido de carbono. Es un problema que el mundo no está entendiendo.
XL. Aproveche para explicarlo...
M.M. Creo que cuando se quiera poner remedio al calentamiento global será tarde. Por eso, el futuro tiene mala pinta: la gente sufrirá, la industria tendrá que parar y la mayoría de la población morirá. Primero tenemos que salvar la Tierra en los próximos cien años. Luego habrá que pensar qué hacemos para salvar a la humanidad. La teoría actual es que la Tierra se enfriará dentro de 3000 o 4000 millones de años y el Sol explotará. La estrella más cercana está a varios años luz de distancia y, hoy por hoy, no sabemos cómo llegar hasta allí.
XL. ¿Le estimula pensar en el universo?
M.M. No, no hay nada en lo que pensar. Es un callejón sin salida. Hacerse preguntas sobre cómo empezó todo o qué había antes del Big Bang es inútil: no hay respuesta. No hay forma de probar esas teorías.
XL. ¿Y en qué le gusta pensar?
M.M. Bueno, con las presentes teorías podemos tratar de predecir lo que va a ocurrir. Pero no sirve de nada preguntarse por qué son así las cosas. Mirar hacia delante es todo lo que podemos hacer.
XL. ¿También piensa en la muerte? ¿Cree que algún día seremos capaces de alcanzar la inmortalidad?
M.M. Sí, haremos copias de nuestros cerebros. Puede que los creemos en un laboratorio o que, simplemente, descarguemos su contenido en un ordenador.
XL. ¿La ciencia y la fe pueden convivir?
M.M. No.
XL. Es usted muy rotundo. Otros científicos son menos taxativos...
M.M. Yo no conozco a ninguno que no lo sea. Los científicos que dicen lo contrario mienten.
XL. ¿Qué tipo de niño fue usted?
M.M. Crecí en una casa llena de libros. Aprendí cálculo leyendo un libro en francés. ¡Y yo no sabía francés!
XL. ¿Y cómo empezó a interesarse por la ciencia?
M.M. Fui un niño con suerte. Mis padres me enviaron a una escuela en Nueva York donde tuve unos profesores extraordinarios. En plena Segunda Guerra Mundial, muchos científicos prominentes la mayoría, judíos habían escapado de Europa y enseñaban en colegios porque no había sitio para ellos en las universidades. Robert Oppenheimer, que luego presidiría junto con Einstein y otros científicos el Instituto de Estudios Avanzados, fue profesor mío en tercer grado. ¡Imagínate qué suerte!
XL. Siempre ha leído ciencia ficción...
M.M. Empecé cuando era un niño, cuando descubrí a autores como H. G. Wells y Aldous Huxley.
XL. ¿Encontró en esas novelas la inspiración para su trabajo científico?
M.M. Sí, porque algunos escritores de ciencia ficción sabían mucho de ciencia y planteaban problemas serios. No es como el resto de la literatura. La mayoría de las novelas las protagonizan personas mundanas y sus problemas son mundanos. Eso no es importante y no me interesa.
XL. También trabajó como asesor de Stanley Kubrick durante el rodaje de 2001: Una odisea del espacio. ¿Cómo recuerda aquella experiencia?
M.M. Apasionante. Kubrick nunca me contó de qué iba la película, pero me enseñó los escenarios y me pidió mi opinión. Yo le hacía algunas observaciones y, al día siguiente, ¡lo había cambiado todo!
XL. ¿Por ejemplo?
M.M. Al principio, HAL era un ordenador más extravagante, lleno de colores. Yo le sugerí que fuera más sencillo, con muchas pequeñas cajas negras. Y me hizo caso. Pero Kubrick nunca me contó qué sabía hacer HAL.
Un hombre con sentido común
La gran obsesión de Minsky es enseñarle a un ordenador a utilizar el conocimiento que el ser humano adquiere a través de la experiencia. «El sentido común es conocer 30 o 50 millones de cosas y que estas sean representadas de tal forma que puedas hacer analogías con otros acontecimientos. Estas cosas se almacenan según su utilidad o los recuerdos que evocan.
Por ejemplo, yo puedo ver una maleta como algo en lo que subirme para cambiar una bombilla en vez de algo en lo que llevar ropa», explica Minsky. Su afición es componer música (a la izquierda, con su mujer, la física Gloria Rudisch). «Pero solo compongo al contrapunto (combinar dos o más melodías armónicamente). La música ordinaria es aburrida».
PARA SABER MÁS
web.media.mit.edu/~minsky/ Página personal de Marvin Minsky en la web del Massachusetts Institute of Technology, con información personal, bibliografía y enlaces a sus trabajos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario