La victoria de Podemos
Miércoles02 de julio de 2014
Una de las características de la política española actual es la corrupción del lenguaje. No solo se trata de imponer eufemismos para edulcorar una realidad desagradable o una política antisocial, también de convertir en cierta una mentira cambiando el significado de las palabras. Al igual que una bajada de salarios se trueca en una devaluación interna; un recorte en un reajuste; un salario de miseria en un contrato de prácticas o una beca; una subida de impuestos en un reequilibrio de la carga impositiva, la mayoría relativa se ha transmutado en mayoría, a secas, y que una candidatura sea la más votada envictoria electoral.
Nada de esto es baladí, pero la campaña del PP por convencernos de lo último resulta especialmente peligrosa. El gran objetivo de la derecha consiste en imponer un sistema electoral que permita gobernar a la lista que obtenga más votos, aunque sean solo el 25% o el 30%. Es decir, aunque el 70% o el 75% de los votantes no la hayan apoyado. La razón es evidente, el Partido Popular ha logrado absorber a todas las corrientes relevantes de derecha o centroderecha salvo en Cataluña, el País Vasco y, recientemente, Asturias. En cambio, la izquierda siempre ha sido más plural, lo que se traduce en menos escaños de los que le corresponderían si estuviese unida y, sobre todo, en que, aun siendo mayoría, es muy fácil que ninguna de sus candidaturas supere la representación del PP.
Hasta ahora, si la izquierda lograba más escaños solo tenía que negociar para llegar a un acuerdo que le permitiese gobernar. Que esto es lo que quiere la mayoría de los votantes de las dos principales organizaciones de izquierda lo acaban de demostrar los de Extremadura en las elecciones europeas. La propuesta que, con el pretexto de regenerar la democracia, ha vuelto a lanzar el PP para que gobierne la lista más votada en los ayuntamientos y provincias es radicalmente antidemocrática y solo podría ser aceptable si se estableciese un sistema presidencialista, con el alcalde o presidente elegido por sufragio universal y doble vuelta si en la primera ningún candidato lograse la mayoría absoluta.
Evidentemente, la victoria de Podemos en las últimas elecciones no se mide en términos de mayorías, pero es indiscutible. No solo porque es una opción política nueva que ha obtenido resultados sorprendentes en toda España, superando a UPyD y, en algunos lugares, a IU, sino porque ha supuesto un revulsivo que ha traducido en votos el descontento y el deseo de cambio de buena parte de la sociedad española y obligado a la renovación de la izquierda. Incluso la derecha se ha visto en la necesidad de aceptar que el sistema político precisa mudanzas.
La transformación de la izquierda no será fácil y, para que tenga éxito, debe producirse en las dos grandes corrientes que han existido desde la transición. Podemos ha logrado que, por primera vez desde el fin de la dictadura, la izquierda del PSOE obtenga un 18% de los votos, incluso más si sumamos las fuerzas que tienen su apoyo fundamental en una comunidad autónoma. No es sencillo que pueda superar este techo.
A pesar de la crisis, la clase media es importante en nuestro país y muchos electores que rechazan no solo los recortes sociales, sino también la política antiliberal del PP con relación a los derechos y libertades –la mayor expresión es la contrarreforma del aborto-- y su falta de iniciativa política con respecto al problema de Cataluña, necesitan una alternativa socialdemócrata, reformista y defensora de las libertades. Como se ha visto, la permanente ambigüedad de UPyD no les resulta suficientemente atractiva. Eso sí, al PSOE no le bastará con un líder más joven para ganarse al electorado de centroizquierda, tampoco con la democracia interna si se queda en una mera elección de figuras más o menos atractivas. Lo fundamental es que logre dotarse de una alternativa política –todavía estoy deseando conocer en qué se diferencian las ideas de los señores Sánchez y Madina--, que sea capaz de reconstruirse como partido y demostrar que puede defenderla con coherencia por encima de populismos locales y que rompa radicalmente con la corrupción y se convierta en el primero en perseguir cualquier brote que surja en su seno. Tampoco estaría de más que despidiese a todos los asesores de imagen y redactores de argumentario, que sus candidatos y portavoces volviesen a hablar como personas corrientes y no como burócratas de la política.
Por mucho que se regenere el PSOE, existirá un espacio a su izquierda. Una izquierda más contundente en la defensa de la igualdad y que cuestione permanentemente el sistema económico y social es imprescindible y no solo en momentos de crisis. La propuesta democrática radical de Podemos, su nueva forma de concebir la organización política y su capacidad para conectar con la gente sin las ataduras de los viejos aparatos políticos resulta muy atractiva. La renovación de IU y su deseo de aprender de la experiencia de Podemos van en el buen camino y hacen previsible una convergencia. Es importante que también rompan con sus inercias y se olviden de las disquisiciones dogmáticas. Hace falta una izquierda para una sociedad del siglo XXI, nunca se debe prescindir de la Historia, pero tampoco olvidar que el pasado ya no existe.
Los electores dirán cuál de las dos izquierdas –la socialdemócrata renovada y la más crítica-- es la que queda por delante y, según ese veredicto, deberán probablemente pactar, pero no creo que retornen pronto los tiempos en que una sea hegemónica.
Los despiadados ataques de los medios de la derecha contra Podemos muestran que han abierto una brecha, que su victoria es real, pero tampoco deben dormirse en los laureles, ni caer en el sectarismo.
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