sábado, 14 de marzo de 2015

Necesidades Estructurales...

La Transición Energética en España…¿Para Cuándo?


Natalia Fabra, Profesora Titular en el Departamento de Economía de la Universidad Carlos III de Madrid, es miembro de Economistas Frente a la Crisis
Los combustibles fósiles – petróleo, carbón y gas –representan más del 80% del consumo energético mundial. Las fuertes inversiones en energías renovables no han evitado que hoy el mundo sea más dependiente de los combustibles fósiles de lo que lo era a principios de siglo.
Tampoco la evidencia científica creciente – y contundente – sobre el avance del cambio climático ha sido suficiente para frenar el avance de los combustibles fósiles. Sus emisiones están causando el aumento en la concentración de carbono en la atmósfera, y con ello, están contribuyendo al calentamiento de los océanos, la disminución de los volúmenes de nieve y hielo, y la elevación del nivel del mar. Al daño medioambiental hay que sumar los efectos que los fenómenos atmosféricos extremos asociados al cambio climático – sequías, inundaciones, tifones – tienen sobre el aumento de la pobreza y los conflictos en las regiones menos desarrolladas del planeta.
Es por tanto urgente impulsar una transición energética a escala global que reduzca nuestra dependencia de los combustibles fósiles. Ello no implica renunciar al crecimiento económico. Muy al contrario, las inversiones que posibilitan la transición energética pueden constituir un fuerte estímulo económico que nos libere del estancamiento secular en el que parecen estar sumidas nuestras economías. ¿Qué otras actividades tienen el mismo potencial para estimular el crecimiento económico y la generación de empleo de forma sostenible?
La política, clave para la transición energética
Transiciones energéticas ha habido muchas a lo largo de la historia: de la biomasa al carbón, del carbón al petróleo, y del petróleo a la electrificación. Cada una de estas transiciones desencadenó importantes cambios en los sistemas productivos, de calefacción y de transporte, permitiendo la consecución de tasas de crecimiento y niveles de bienestar antes no conocidos.
Ahora estamos ante una transición energética de naturaleza distinta. El respeto al medioambiente es el mayor bien público que se pueda concebir: las emisiones de cada país afectan a todos los demás sin que ninguno de ellos de forma unilateral tenga incentivos a reducirlas. Por ello, y a diferencia de las anteriores, esta transición energética no se producirá de forma espontánea, o en cualquier caso, no al ritmo que exige la urgencia de frenar el cambio climático. Esta transición energética, a diferencia de las anteriores, sólo tendrá lugar si hay voluntad política a escala global y esfuerzos coordinados para que se lleve a cabo.
La transición energética en Europa… ¿y en España?
Históricamente, Europa ha sido pionera en la lucha contra el cambio climático. La estrategia Europa 2020 comprometía a los Estados Miembros con tres objetivos en materia de clima y energía: reducir en un 20% las emisiones de gases de efecto invernadero, aumentar el peso de las energías renovables al 20% del total del consumo energético, y mejorar la eficiencia energética en un 20% frente a los niveles de 1990. Los objetivos para 2030 recientemente aprobados – un 40% de reducción de emisiones y un peso del 27% para las energías renovables a escala europea – aunque defraudaron las ambiciones iniciales, mantienen a Europa a la cabeza de los compromisos frente al cambio climático. El objetivo de reducir en un 80-95% las emisiones en el horizonte 2050 sigue estando vigente. Europa debe seguir aportando su ejemplo para que el resto de regiones estén dispuestas a contribuir al bien público global que supone mitigar el calentamiento global.
España, como parte de Europa, no puede ni debe ser ajena a la transición energética. Otros países europeos ya han acometido profundas reformas que facilitarán su transición energética. En 2010, Alemania aprobó su Energiewende con medidas para llevar a cabo una reducción de emisiones del 40% a 2020 y del 80% a 2050, con desglose por sectores y con objetivos decenales. En 2011, el Reino Unido aprobó su Carbon Plan con compromisos similares a los alemanes, junto con una profunda reforma de su sector eléctrico. Más recientemente, en 2014, Francia ha aprobado su Transition Énergétique pour la Croissance Verte, calificada por su Ministra de Medio Ambiente como la “transición energética más ambiciosa en Europa”.
¿Y España? El último dato que se conoce relativo al consumo de energía con origen renovable no alcanza el 15% de la energía primaria. Europa anuncia sanciones porque difícilmente cumpliremos nuestro compromiso de alcanzar el 20% durante los cinco años que restan para 2020. Los recortes retroactivos aplicados sobre las energías renovables ciertamente no contribuirán a cumplir el objetivo. [1] Poco se sabe sobre nuestros objetivos para 2030 – si es que los hay- pero en cualquier caso habrá que cumplir con los compromisos europeos. Es por tanto urgente definir ya una senda para la descarbonización, así como poner en marcha medidas que la hagan posible. Quince años pueden parecer muchos, pero la construcción de nuevas infraestructuras, la readaptación de las existentes y el cambio en las pautas de producción y consumo no se producen de la noche a la mañana.
La transición energética como oportunidad
Tiene que abordarse la transición energética, no sólo por obligación comunitaria, sino sobre todo como oportunidad para transformar nuestro modelo productivo hacia cotas sostenibles y de mayor calidad al que alimentó la burbuja previa a la crisis. La transición energética generaría externalidades positivas para el conjunto de la economía al permitir la generación de empleo cualificado y contribuir a la creación de tejido industrial y empresarial. El fomento de actividades tales como el desarrollo y despliegue de las energías renovables; la construcción y rehabilitación de viviendas más eficientes desde un punto de vista energético; el tratamiento y la gestión de residuos; la gestión forestal para el aprovechamiento de la biomasa y la prevención de incendios, serían – entre muchas otras – una fuente importante de nuevos puestos de trabajo.[2] Además, estas actividades serían un buen candidato para generar empleo en aquellas comarcas donde se concentra la extracción y combustión de combustibles fósiles, permitiendo un cambio gradual en su modelo productivo. El carácter distribuido de algunas de estas actividades – de forma significativa, el despliegue de las energías renovables o la gestión de los bosques – también favorecería el cambio estructural en zonas rurales donde hasta hace poco dominaban las actividades agrícolas.
El papel del sector eléctrico y de las energías renovables en la transición energética
El sector eléctrico está llamado a desempeñar un papel central en la transición energética por su potencial para reducir las emisiones de carbono. No sólo porque genere una importante parte de las emisiones totales y tenga por tanto recorrido para reducirlas, sino porque además es el único sector capaz de incorporar a las energías renovables en la dieta energética del país. La electricidad, al ser el vector común de todas las energías primarias, hace posible el uso de las energías renovables allí donde de otro modo su uso sería impensable: si bien un coche no puede propulsarse sólo por la fuerza del viento, sí lo puede hacer con la electricidad generada en parques eólicos. Por ello, las energías renovables no sólo contribuyen a la reducción de emisiones en la generación eléctrica, sino también en actividades tan contaminantes como el transporte o la calefacción. La contribución del sector eléctrico a la reducción global de emisiones se traducirá a su vez en un aumento en la demanda eléctrica, que habrá de ser cubierta con energías renovables y con mejoras en la eficiencia. La conclusión no tiene matices: sin el mantenimiento de la senda de inversión en energías renovables, no será posible profundizar en la transición energética en España.
Las energías renovables presentan una curva de aprendizaje con fuerte pendiente que está acercando sus costes a los de sus alternativas térmicas. Si bien la energía solar fotovoltaica lidera la bajada de costes, con una caída acumulada del 75% en el precio de los módulos desde finales de 2009, otras tecnologías – notablemente la eólica terrestre – ya han reducido sus costes medios incluso por debajo de los costes marginales (es decir, sin incluir los costes de inversión) de producir electricidad con gas en las centrales de ciclo combinado. Pero para que la pendiente de esta curva se consolide, consolidando la industria española y el tejido empresarial que la sustenta, es necesario mantener un ritmo de inversión mínimo que no frene la destrucción del tejido ya creado, del know-how, y del empleo asociado. Para ello es imprescindible restituir la seguridad jurídica de quienes invirtieron en las primeras generaciones de energías renovables en España, seguridad que han perdido tras los sucesivos recortes retroactivos aplicados sobre sus retribuciones. Sin esa restitución, será casi inviable retomar la senda de inversiones iniciada en España 2005.
En el mundo se está dedicando una cantidad creciente de recursos a la inversión en energías renovables. Según IRENA, en 2014 se invirtieron 264.000M$ en energías renovables, 50.000M$ más que en el año anterior. Esto ha abierto un gran mercado para las empresas españolas que, gracias al esfuerzo inversor realizado en España, han adquirido una ventaja competitiva, situándose en la vanguardia mundial. Desmantelar la industria renovable en España tendría como otro de sus costes irreparables la pérdida de esta oportunidad de negocio y de creación de empleo para nuestras empresas.
Pero los altos precios que actualmente se pagan por la electricidad en España no dejan mucho hueco para nuevas inversiones. Por ello, para profundizar en la transición energética, resulta indispensable realizar una auditoría regulatoria del sector para identificar aquellas partidas de costes no justificadas. No cabe alargar aquí la discusión pero sí mencionar, por su importancia, un hecho: la regulación vigente en el mercado eléctrico español sobre-retribuye la electricidad generada en las centrales nucleares e hidroeléctricas. De restituirse el marco jurídico en el que se llevaron a cabo las inversiones en estas centrales, se liberarían entre 2.000-3.000M€ anuales que permitirían retomar las inversiones necesarias para llevar a cabo la transición energética sin presionar al alza el coste de la electricidad para hogares e industria.[3]
El mayor peso de las renovables en el mix eléctrico exige un cambio de paradigma regulatorio en el sector. Bajo un mix con más del 40% renovable en 2020 y creciente en años siguientes, el precio del mercado eléctrico – a cero la mayor parte de las horas y seguramente muy elevado durante unas pocas – poco o nada tendrá que ver con los costes de las distintas tecnologías que concurren en el suministro eléctrico. Además, los incentivos para las inversiones tanto en nueva potencia renovable, como en centrales térmicas, necesarias como capacidad de respaldo, serán nulos o escasos. La transición energética en España exige, no ya una transición regulatoria en el sector eléctrico, sino un auténtico golpe de timón.
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[1] 2014 ha sido testigo del parón de las inversiones renovables en España: sólo se instalaron 7MW fotovoltaicos y 30MW eólicos.
[2] Los informes del IDAE “Empleo asociado a las energías renovables 2011-2020” y de la Fundación Biodiversidad “Estudio empleo verde en una economía sostenible” cuantifican, respectivamente, el empleo generado en el sector de las energías renovables, y más en general, en los sectores relacionados con el medioambiente.
[3] Véase Fabra, N. and J. Fabra Utray (2009) “Un Diseño de Mercado para el Sector Eléctrico Español” Papeles de Economía Española 121, 141-158.

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