Ciudadanos, el partido líquido
LUNES 19 DE OCTUBRE DE 2015
El sociólogo polaco Zygmunt Bauman acuñó un término, el de modernidad líquida, al que el común de los mortales se acercó más bien gracias a Bruce Lee: be water, my friend, fue una de las famosas sentencias del actor y artemarcialista estadounidense, que basó su carrera y su vida en la firme creencia de que la capacidad de adaptarse con rapidez a las circunstancias cambiantes era, tanto en el plató como sobre el tatami, la clave del éxito.
Dicho talento es un valor en alza en el panorama internacional, en el que, a rebufo de la política norteamericana, cada vez se valoran más positivamente las candidaturas comandadas por políticos-actores capaces de salir airosos de cualquier encerrona sin fijar una postura; quedando, por tanto, libres de la amenaza de la promesa incumplida, gracias a no cargar con el innecesario peso de eso que todavía se conoce como ideología. Albert Rivera y su partido, Ciudadanos, llevan ya varios meses desparramándose por el espectro ideológico patrio, partiendo de la tierra prometida que sirve de cabeza de puente para conquistar las noches electorales: desde el centro político, han avanzado en todas direcciones. Partido y candidato son todo uno y su fluidez les ha permitido seguir su camino hacia todas partes, rodeando cualquier obstáculo y aislando a sus competidores en tierra de nadie.
Cuando Rivera saltó, hace más tiempo del que últimamente se le reconoce, hacia la piscina de la política nacional desde el trampolín catalán, las primeras turbulencias se dejaron sentir en la derecha española. Sin ánimo de restar mérito a la meritoria maquinaria política de Ciudadanos, para un partido catalán, pero centralista, y consciente de que ya estamos en el siglo XXI, ha resultado sencillo enviar al PP hacia el extremo en el que muchos de sus militantes se sienten más cómodos, pero desde el que no se ganan elecciones. Al menos de momento. El gran demérito del partido que más poder ha acumulado en la historia reciente de España, es no haber sabido evitar una maniobra tan evidente: como buen sólido, el PP ha resistido la torsión hasta donde le ha alcanzado la mayoría absoluta; ahora, efectivamente, se encuentran ante lo que su Presidente de honor definió como «el peor escenario posible para el partido». Hace tiempo que resultaba obvio que, en algún momento, el PP tendría que afrontar que no es posible ocupar indefinidamente todo el espacio que va desde el centro hasta la extrema derecha; lo que probablemente no esperaban era quedarse con la peor parte de sus extensísimos dominios.
Lo que resulta más sorprendentemente, en cualquier caso, es que la ola naranja ha rebotado y el agua, sin dar tregua al gobierno, se ha colado en el espacio del PSOE e incluso en el de Podemos. Al acecho de quienes querrían ser de izquierdas (o de abajo, siguiendo la nueva terminología, que tanto da) pero no lo logran, Rivera ofrece el sueño de un cambio sereno y tranquilo, en lugar de una carga desesperada contra molinos que, todos lo sabemos, en realidad son gigantes malintencionados. El PSOE se equivoca ofreciendo lo mismo que Ciudadanos, porque en este duelo particular Rivera cuenta con la incuestionable ventaja de no tener pasado. Podemos, por su parte, a día de hoy no logra encontrar una alternativa diferente. Proponer un cambio no tranquilo no es una buena opción y la alternativa del modelo inclusivo y participativo, este sí, claramente opuesto al de Ciudadanos, parece demasiado lejano.
Los medios usan constantemente la metáfora de la carrera por la Moncloa para referirse a las elecciones generales, pero en esta sociedad líquida en la que todo cambia constantemente, no llega al poder quien más distancia recorre durante la campaña, sino aquel que va más rápido, aunque sea brevemente, el 20 de diciembre. La prueba de este efecto tiene nombre y apellidos: Manuela Carmena es alcaldesa de la capital de España porque la gestión de los tiempos de la candidatura de Ahora Madrid fue sencillamente perfecta. Con toda probabilidad, si la campaña hubiese durado dos semanas más o quince días menos, la unidad popular no habría podido obrar ningún milagro. Veremos si Albert Rivera y su partido del Gatopardo (ya saben: cambiar todo para que nada cambie), han calculado bien la distancia a la que se encuentra su presa. Como buen felino, Ciudadanos ha alcanzado una velocidad endiablada en cuanto ha salido de la espesura catalana; sin embargo, primar la flexibilidad implica sacrificar resistencia y Rivera, muy pronto, encontrará problemas para mantener la inercia. En su capacidad para atender rápidamente y sin contradicciones a su variopinto electorado, se esconden las claves de una parte de la nueva política española.
No hay comentarios:
Publicar un comentario