Osborne pronostica el apocalipsis si el Reino Unido se va de la UE
- El ministro de Economía dice que cada familia perdería 5.500 euros al año
A poco más de un mes del referéndum del Brexit y en la campaña para captar el voto del 17% de indecisos, los argumentos en pro de la salida deEuropa son más sencillos, y si se quiere, más sexis: ¿no es acaso mejor –dicen sus panfletos y sus oradores– ejercer la soberanía nacional que delegarla en Bruselas, no es mejor controlar las propias fronteras y decidir cuántos inmigrantes entran y elegir los afortunados, no es mejor dedicar 15.000 millones de euros a mejorar la sanidad y la educación, que dárselos a la UE?
Por el contrario, la estrategia de los partidarios de seguir es un calco de la utilizada en la consulta sobre la independencia de Escocia, y consiste en inundar a la opinión pública con informes catastrofistas sobre las repercusiones de una ruptura. Ya habían advertido los bancos, los directores de consejo de administración de las grandes empresas y la patronal sobre el desastre que sería el Brexit a nivel de empleo, inversiones, salarios, ingresos per cápita, pensiones y crecimiento económico. Ayer le tocó el turno al canciller del Exchequer, George Osborne.
Y el mensaje del ministro de Finanzas fue el más apocalíptico de todos, como esas películas de ciencia ficción en que los extraterrestres no dejan títere con cabeza. Su cálculo, con proyecciones a quince años vista hasta el 2030, son como para quitar el sueño a cualquiera que no sea un fanático del euroescepticismo: el país entraría en una recesión brutal, la economía decaería un 6%, cada familia perdería 5.500 euros al año, y se abriría un agujero de 50.000 millones de euros anuales en los presupuestos del Estado que sólo se podría rellenar a base de más impuestos o más recortes, o ambas cosas a la vez.
El problema del Gobierno es que la credibilidad de Osborne como profeta es prácticamente nula dado que muy pocas de las proyecciones que lleva haciendo durante un quinquenio se han cumplido, como por ejemplo que la brutal austeridad cerraría el déficit, que, por el contrario, sigue siendo casi igual que cuando los conservadores llegaron al poder. Y su prestigio como político y economista tampoco está por las nubes desde que se vio obligado a dar marcha atrás en las decisiones de reducir drásticamente los créditos fiscales para las familias pobres (y los inmigrantes), y de dejar en los huesos las ayudas a los discapacitados. Como consecuencia, el Tesoro se encuentra ahora con 6.000 millones de euros menos de los que tenía previsto. El problema de este tipo de informes es de que tanto gritar que viene el lobo, a lo mejor al final la gente no se lo cree. El exministro de Economía Norman Lamont ha calificado de ridículos los cálculos de Osborne, “porque es imposible hacer este tipo de proyecciones a quince años vista, si con frecuencia los presupuestos fallan en un plazo de seis meses”.
Las críticas no han impedido que Osborne –aspirante todavía a suceder a Cameron, aunque sus puntos han bajado mucho– defendiese las conclusiones de su informe de 200 páginas en las radios y televisiones, poniendo énfasis en que los principales perjudicados con la salida de Europa serían los más pobres, porque los ricos ya tienen su dinero a buen recaudo. Lo cual no deja de ser un tanto extraordinario, procediendo de alguien que es el símbolo mismo de la clase y el privilegio. Pero la estimación es que el Gobierno necesita nueve millones de votos laboristas para ganar el referéndum.
La campaña para la permanencia en Europa está nerviosa. Los sondeos apuntan a un empate virtual, pero la iniciativa la llevan los partidarios de la salida, más fervorosos y entusiastas. La próxima baza del Gobierno es el presidente estadounidense, Barak Obama, que el viernes llega a Londres dispuesto a romper una lanza por la UE y dejar claros los deseos de la Casa Blanca. En este momento, por lo menos aquí, es mucho más popular que David Cameron.
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