El Concierto Perfecto, o Prince en Las Mestas
Una crónica retrospectiva del magnífico directo que ofreció el músico fallecido ayer en Gijón, el 19 de agosto de 1993
JUEVES 21 DE ABRIL DE 2016
No deja de ser llamativo que cuando, los ojos en blanco y transidos de nostalgia, los gijoneses de más de cincuenta recitan la alineación de la Era Dorada de los Macroconciertos, sean muy pocos los que mencionen –o lo hagan ya en la fase honorífica del "¡coño, se me olvidaba!"– el Concierto Perfecto. Aquel que, con escolta de The New Power Generation, ofreció el difunto pero ya añorado Prince en Las Mestas la noche del 19 de agosto de 1993.
Es verdad que quien suscribe se incorporó a la gran farra de los directos gijoneses con la fiesta ya empezada y se perdió unos cuantos hitos. Pero también que, con algunas decenas de conciertos a la chepa en otras plazas y con todos los que vendrían después, si tuviese que aupar a lo alto del empíreo de los Grandes Directos uno de entre todos aquellos de los que fue testigo y beneficiario, escogería sin duda este. Y no solo por apego hacia el Pequeño Gran Hombre de Minneápolis, como lo prueba el recuerdo de la decepción de su directo en el estadio de Mestalla tres años antes. Es que lo de Las Mestas fue, sencillamente, eso: el Concierto Perfecto.
Prince, rebotado
Prince llegó a Gijón rebotado. De Oviedo, además, en un momento en que un suceso así equivalía, en la escala localista del agravio, poco más o menos al Rapto de las Sabinas. Su concierto se iba a celebrar inicialmente en el Carlos Tartiere pero fue cancelado y el equipo del entonces concejal de Festejos, Daniel Gutiérrez Granda, y el programador Miguel Rodríguez Acevedo, responsables aquel ciclo áureo de la estrellona y el gran tour en Gijón, estuvieron listos para enganchar al vuelo en condiciones muy favorables la ocasión que les brindó la promotora Dorna: lo que dejara la hostelería y poco más.
Lo recordaba hace unos años el propio Gutiérrez Granda en su blog. Y recordaba también una imagen que quedó en la retina de los que fueron testigos de los preparativos del concierto: el menudo Prince --tan maniático, tan perfeccionista-- recorriendo arriba y abajo el recinto hípico durante las pruebas de sonido, hollando con sus coturnos glam el pasto del hípico, para que todo pudiese sonar como, en efecto, sonó. "Era la primera vez que veía a alguien de su categoría hacer algo así", recordaba Guitérrez Granda 16 años después. La otra imagen que muchos de los fisgones y los técnicos recuerdan es más entrañable y melancólica, sobre todo hoy: el pequeño músico sentado en un columpio de la zona infantil durante algún receso de las pruebas, balanceándose mientras llegaba la noche. Con las piernas colgando, seguro.
Apabullante maquinaria multiusos
Y la noche llegó. Antes de que cayese del todo la tarde, el catalán Marc Parrot tuvo el siempre dudoso honor de telonear a un monstruo. Y no solo a él, sino también a su tropa de monstruos subsidiarios. Durante el llamado 'Act II Tour', que prolongó durante unos meses en Europa el 'Act I' que había circulado por Estados Unidos y Canadá, Prince estuvo respaldado por la apabullante maquinaria multiusos de la New Power Generation: el fiel Levi Seacer Jr. (guitarra rítmica), Michael Bland (batería), Morris Hayes y Tommy Barbarella a los teclados, el bajista Sonny Thompson, una apocalíptica sección de vientos con Mike Nelson, Brian Gallagher, Steve Strand y Kathy y Dave Jensen... Y también, para añadir glamour, la sensual y fibrosa Mayte García, bailarina de origen portorriqueño con la que Prince acabaría casándose tres años después, teniendo su único y malogrado hijo y divorciándose finalmente. A nadie le preocupó mucho Mayte, es verdad, ni siquiera cuando anduvo en escena. Con empezar a asimilar la descarga de funk-rock instrumental y frenético que la NPG administró durante casi media hora iba habiendo bastante. Aquellas fieras casi llegan a hacernos olvidar a lo que habíamos ido.
No podíamos saberlo todavía, pero a lo que habíamos ido era a recibir bastante más de lo que cabía esperar en una gira que presuntamente presentaba el llamado Love Symbol Album. En el Nude Tour del 90, al menos en Valencia, el tipo había estado cicatero (apenas 16 canciones, con los bises) y un repertorio igualmente poco generoso en guiños al corazoncito del fan. En Las Mestas, la noche dio para casi la treintena de canciones. Y para un cancionero de ensueño. Es verdad que Prince saltó al escenario como una fiera al grito del 'My name is Prince' con el que se abría su álbum del año anterior, y que las dos siguientes canciones hicieron pensar que podría limitarse a dar la promo... pero el tempo de balada pop de 'The Beautiful Ones', con Prince al piano de cola, obró de pronto el salto atrás hacia 1982, hasta elPurple Rain, y a partir de ahí la noche fue un portentoso viaje por la variadísima discografía de un músico que --amargas simetrías-- ha encarnado, desde las raíces negras, exactamente el mismo tipo de prodigioso mutante e inseminador que Bowie encarnó desde las blancas.
Antología de joyas
Implacable en la cadencia y absolutamente perfecto en el sonido (alguien bromeaba anoche en Facebook sobre un acople aislado y sobre la miserable suerte que esperaba al pobre ingeniero de sonido tras el concierto), Prince y la NPG ladearon después de esa engañosa apertura las composiciones de nueva hornada y fueron bordando una antología que saqueó sin rubor joyas del sancta sanctorum principesco: Purple Rain, 1999, Around the World in a Day, Parade, Sign O' the Times y algunas piezas sueltas de los más recientes (y algo menos redondos) Lovesexy (qué acierto: 'Anna Stesia'), Batman e incluso algo del Diamonds & Pearls.
Estuvieron todas: las imprescindibles ('Purple Rain', '1999', 'Kiss'), las cimas épicas y las grandes panorámicas ('The Cross', 'Anna Stesia', 'America'), los trallazos de luz ('Little Red Corvette', 'Rapsberry Beret', 'Let's go crazy', 'Baby I'm Star'), los caprichos más delicados ('Sometimes it Snows in April', ' The Beautiful Ones', 'Under the Cherry Moon', 'Strollin') y las más provocadoras y tóxicas para el sistema psicomotor ('Girls & Boys', 'Sexy MF'). Naturalmente, alguna pudo faltar para alguno, pero eso hubiese sido pedir lo que ningún mortal podía esperar ya. Todos sabemos que los nueve minutos de 'It's Gonna Be a Beautiful Night' fueron algo así como el Polvo del Siglo, la Fiesta Más Grande del Mundo, con los afortunados que estuvieron en París la noche en que se grabó. Para eso quedó en los surcos del Sign O' The Times. Para recordarnos que todos debemos tener algún sueño imposible, pero que los sueños, con todo, se basan en hechos reales.
Majestad y nervio
A través de esa constelación, el genial retaco se exhibió en todos sus registros con idéntica majestad y nervio. Prince era el tipo de músico que en directo funcionaba exactamente igual que si lo hubiesen posproducido seiscientas veces hasta dar con la nota precisa, la pose adecuada, el mohín exacto, el revolcón más vicioso sobre el piano de cola, el paso de baile milimetrado o el malabarismo con el micro que nadie nunca dudó de que fuera a salirle clavado. Derrochó lo que era: instinto funk, arrebato soul, melodramatismo e hímnica rockera y extravagancia pop. Virtuosismo, profesionalidad rocosa, desvergüenza manierista y uno de los talentos más exentos de todo rastro de pudor que haya conocido la música popular contemporánea. Un talento tan autoexigente quizá como autoindulgente pero sin duda alguna extraterrestre, como lo fue el de Bowie, su predecesor blanco en el camino de retorno a su remota galaxia de origen. Y en el escenario de Las Mestas, que el Duque también había hollado antes que el Príncipe, aunque arrojando muchas menos monedas de oro al populacho.
Aquella noche no salió de Las Mestas en una nave espacial, desde luego, sino en una más modesta y adecuada limusina blanca. El periodista Rafa Quirós la evocaba anoche cruzando Viesques con una estela de "misterio y glamour", y el también periodista Manuel de Cimadevilla ponía al volante al diseñador Paco Currás. Los princéfilos locales estuvieron un rato aún en shock sobre el césped del hípico, especulando con la posibilidad de que la limusina estuviese enfilando hacia una de las sonadas jam sessions para que a menudo obsequiaba Prince para los chosen few tras sus conciertos. No queda constancia. A lo mejor Currás está en el secreto, y sabe si a Prince le quedaron redaños para sacar aún más lustre a la esfera pulida de una noche perfecta en Las Mestas.
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