Unión Europea y regresión democrática
Afirmamos hace ya un tiempo que el siglo XX pasaría a la historia como uno de los más sangrientos en el continente europeo a la vista de los conflictos bélicos que enfrentaron a sus naciones. Fue, sin duda, el siglo del horror si atendemos a las imágenes de las que fue testigo el mundo entero cuando finalizada la II Guerra Mundial los ejércitos aliados liberaron los campos de exterminio nazis. El convencimiento de las naciones europeas de no querer volver a cometer los mismos errores hizo que aquellos Estados tradicionalmente enfrentados estuvieran dispuestos a poner en común parte de sus competencias soberanas para dar lugar a la creación de una organización de integración como la Unión Europea fundamentada en valores democráticos.
No se trata, ahora, de ensalzar los éxitos de un proyecto económico, político y jurídico que parecen diluirse con el paso del tiempo y que resultan difícilmente perceptibles por las generaciones de europeos más jóvenes. Tampoco pretendemos centrar la atención en una crítica fácil sobre las imperfecciones que arrastra su diseño, ni siquiera aprovechar la precariedad económica y social de amplias capas de la sociedad más castigadas para enmendar una política monetaria y fiscal que define y ejecuta la Unión Europea con rigor implacable sobre los Estados que voluntariamente han manifestado aceptar las reglas por pertenecer a dicha organización. Sin negar importancia al impacto que estos problemas pueden tener en la propia viabilidad futura del proyecto, me parece imprescindible centrar la atención en un aspecto que afecta a los valores sobre los que se asienta la propia Unión Europea y que no es otro que la pérdida de calidad de la democracia de algunos Estados miembros.
Como es sabido por todos, los Estados que deseen formar parte de la Unión deben acreditar el cumplimiento de una serie de requisitos. Así, además de tener la condición de estado europeo, es imprescindible aceptar el acervo de la Unión, acreditar una economía de mercado y ser una democracia. El "control de calidad" sobre el grado de cumplimiento de los llamados criterios de Copenhague tiene lugar en el momento de negociación de la adhesión de un nuevo Estado a la Unión. Ningún Estado que no cumpla con garantías los criterios expuestos es aceptado como miembro de la Unión. Turquía puede dar buena prueba de ello.
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