Bruselas ha sentado las bases para que se legisle sobre la robótica a nivel continental, con la posibilidad de que los robots coticen a la Seguridad Social. Una medida para contrarrestar la pérdida de empleo que deparará la automatización, con la que se quiere garantizar el costeo del gasto público, pensiones incluidas.
¿Qué es un robot?, el primer problema
Si realmente el robot cotiza, primero habrá que saber qué es un robot. En la actualidad no se cuenta con una definición clara. “La concepción que hay ahora es que el robot es una máquina. Algo confinado, con medidas de seguridad muy estrictas”, apunta Alberto Sanfeliu, catedrático de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC). No recoge, por ejemplo, la inteligencia artificial, el verdadero motor del cambio que se vive.
Como cualquier elemento que implique tecnología, va en evolución y mejora continua. Por ahora, las máquinas son un “cotrabajador”, codo a codo con el empleado humano. En un futuro, sin embargo, “ya podrá asimilar las tareas de una persona, lo que implica aspectos económicos, legales y de privacidad”.
Una definición errónea puede quedar desfasada muy rápido. “Hay que ir avanzando paso a paso, actualizando el término. Pero hay que hacerlo, porque si no se hace no podemos hacer nada”, propone Sanfeliu con la legislación en mente. Es, pues, algo que se debería ir renovando a perpetuidad.
Valeri Viladrich, socio líder de PwC Legal y Fiscal en Barcelona, explica por qué es importante ser precisos. “Lo que va a cambiar todo es la digitalización, la inteligencia artificial. Incluso en el plano de los robots”, dice. Dejar fuera de las medidas a los “robots que no se ven” puede resultar caro. Una vez se sepa qué se entiende por robot y qué no, será hora de legislar para que cotice o tribute.
¿Pagarán a la Seguridad Social?
“No nos tenemos que imaginar los robots humanoides de las películas. Puede ser una pantalla táctil o un algoritmo informático... En realidad tú no ves un robot”, reitera Xavier Ferràs, decano de la facultad de Empresa de la Universitat de Vic (UVIC). Con ello pone sobre la mesa el gran problema: no habrá un robot que sustituya al humano y cotice por él, porque directamente puede que no haya un robot, sino que sea algo intangible como un software.
Ferràs aclara que es “la tecnología, no los robots” quienes sustituirán al trabajador. Por eso sugiere una alternativa más real a que ‘algo’ cotice a la Seguridad Social: propone que las empresas paguen más impuestos por el uso de esas tecnologías o por el beneficio que obtienen con ellas. Consistiría en “aumentar la fiscalidad a toda tecnología que remplace a las personas, que cotice más por el coste de gente que no ocupa”. Con ello se busca un “sistema de recompensación social”.
El problema fundamental es cómo recauda el Estado hoy en día”
Para Viladrich, de PwC, un impuesto sobre la tecnología puede ser problemático y generar desigualdad. “El pago puede concentrarse en ciertos sectores productivos”, analiza. En cualquier caso, sostiene que el problema real no va de cómo debe tributar la tecnología. Habla de un sistema tributario que se tambalea. “El problema fundamental es cómo recauda el Estado hoy en día. Todos los cimientos en los que se había estructurado el sistema son inservibles para el futuro: lo material, aquello en lo que basamos la recaudación, se va diluyendo”. De hecho, “cada vez habrá más problemas para sufragar el gasto que vamos a necesitar”.
En una línea similar se pronuncia Carlos Bravo, secretario de Protección Social y políticas públicas de CCOO. Cree que el sistema recaudatorio actual está mal planteado porque perjudica demasiado al trabajador. “La renta personal tiene más carga que las empresas, la riqueza o el capital”, asevera. Por ello, plantea un futuro sin “desequilibrio” con impuestos sobre la innovación tecnológica, una posibilidad que evite que “el empleo sea la única fuente esencial de ingresos”. En ese argumento no descarta que se grave a los robots.
Eso sí, Bravo, como otros, no cree que el ‘impuesto al robot’ salve el sistema de pensiones. “No va a ser la solución, no va de soluciones mágicas”, opina. Viladrich coincide en que no será la respuesta. “Para un país pobre, sin robots, gravarlos no le va a suponer casi ningún ingreso”, advierte. Además, “tardaremos mucho tiempo en llegar a esa idea tan idealizada de robots ocupando todos los trabajos”, añade Sanfeliu, de la UPC.
¿Cuál es la solución?
En lugar de preocuparnos de pagar las pensiones, una alternativa pasa por su desaparición. Ferràs defiende una renta básica universal. Unificaría todas las prestaciones, como la pensión, el paro y los subsidios. Cada mes, se recibiría cierta cantidad por el simple hecho de ser ciudadano. Lo argumenta en que no habrá trabajo, porque las empresas utilizarán más tecnología, incluso eliminando a los jefes. “La lógica de que la empresa tiene trabajadores puede romperse: la empresa pierde su sentido social y el trabajador su sentido económico”, destaca.
Pagarla no será tan fácil. Primero se precisa una economía “muy rica, muy tecnificada, muy competitiva y muy productiva”. Luego, al recoger los beneficios por ser tan puntero, se tasarían las ganancias de las compañías de alguna forma. Por último, se da la “transferencia de rentas”, el pago de la renta básica universal con eso que se ha recaudado de la tecnología. España está a años luz, porque no cumple la primera premisa, advierte.
Bravo, de CCOO, no va tan lejos. Trabajar no deja de ser el gran aporte para las pensiones. Si una máquina, un robot o la inteligencia artificial remplaza a un trabajador, el Gobierno deberá “facilitar la transición a otros sectores con más demanda”. Pasa por combinar políticas activas, formación y protección social para garantizar que “no se deje tirado a nadie” y se “cualifiquen a los desempleados para los nuevos puestos que se creen”.
Hay que cualificar a los desempleados para los nuevos puestos que se creen”
Viladrich mira a los impuestos y propone gravar el consumo final para mejorar ingresos. “El sistema requerirá una reforma que irá en varias direcciones, como alargar la vida laboral, incrementar las cotizaciones, tirar de impuestos...”.
Diferentes acercamientos que dejan la sensación de que más que centrarse en los robots hay que mirar en otros lados para garantizar la jubilación
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