Cómo la economía digital puede transformar el mundo de la inversión
Laurence Boone, economista jefe y directora de research de AXA IM
La economía digital está convirtiéndose en un fenómeno cada vez más extendido. Sin embargo, los inversores apenas están tratando sus implicaciones, ya que los vínculos entre los sucesos microeconómicos que se observan en todo tipo de start-ups, el conjunto de la economía y los precios de los activos no siempre están claros. Desde AXA IM estamos tratando de abordar este problema: cómo la revolución digital a nivel microeconómico está cambiando el entorno macroeconómico y, con él, el mundo de la inversión.
La revolución digital, como ocurrió en anteriores periodos de disrupción tecnológica, constituye una perturbación positiva para la oferta que está mejorando la productividad y, por lo tanto, el crecimiento económico. A su vez, puede acelerar los beneficios empresariales y eso debería ser beneficioso para los accionistas en última instancia.
Sin embargo, la transición digital es un proceso de destrucción creativa que conlleva una ingente creación de valor por parte de algunas empresas y destrucción de valor por parte de otras. Por ahora, la creación de valor ha comenzado claramente, como demuestran los valores GAFA, pero la destrucción de valor no se ha materializado todavía, salvo en sectores donde la disrupción digital llegó primero (p. ej. medios de comunicación, música y electrónica de consumo). Del mismo modo, el sector tecnológico está beneficiándose de un amplio optimismo que se extenderá a un mayor número de industrias con la aparición de áreas como fintech, foodtech, insurtech, legaltech, etc. Las definiciones sectoriales dentro de los índices bursátiles probablemente tengan que cambiar para reflejar las nuevas realidades.
Un aspecto quizá más importante y una de las características de la economía digital es cómo se financia. A diferencia de los años de la burbuja puntocom, la mayoría de empresas de reciente creación buscan capital principalmente a través del capital riesgo (venture capital, crowdsourcing y, en fechas más recientes, ofertas públicas de monedas) y siguen siendo privadas durante mucho más tiempo. Eso significa que los inversores de capital riesgo pueden, de hecho, perderse gran parte de la creación de valor en la transición digital. Dentro de las cotizadas, los ganadores de la transición digital probablemente estén muy concentrados en un puñado de empresas en el segmento de gran capitalización, pero más diseminadas en el universo de pequeña capitalización.
Del mismo modo, los bonos corporativos parecen especialmente poco atractivos a largo plazo en este contexto. Con independencia de sus valoraciones actuales, las recompensas de los inversores podrían estar más sesgadas hacia la baja de lo normal. Ello es debido a que los bonistas no participan del potencial alcista en el caso de empresas que prosperan en la transición digital, pero sufren cuantiosas pérdidas si una empresa quiebra en la era digital. Por ejemplo, la transformación que actualmente está viviéndose en el sector automovilístico hace que sea muy difícil prever qué puede pasar de aquí a 10 años. De hecho, es probable que las empresas del sector que hoy parecen fuertes no existan. A consecuencia de ello, excepto para aquellos inversores que confían mucho en su capacidad para escoger a los ganadores a largo plazo, tiene sentido anotar un riesgo de impago más grande de lo normal en la deuda corporativa.
En general, la economía digital podría empujar a los inversores, especialmente a los institucionales, a buscar inversiones alternativas, siempre que la legislación se lo permita.
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