Mientras España intenta calcular cuál será el impacto que tendrá la crisis catalana sobre el PIB, Europa celebra el buen momento que vive la región y que es mejor de lo que esperaban los analistas al inicio del año. El Banco Central Europeo (BCE) lleva más de una década sin celebrar las cifras económicas de la región. En los últimos años, cuando unos países iban bien, otros flaqueaban. Por primera vez desde el estallido de la crisis, todos los miembros del Consejo de Gobierno coinciden en celebrar el buen momento de la economía. Así lo explicó el presidente de la entidad, Mario Draghi, tras la reunión que celebró el jueves.
“La atmósfera en el Consejo fue muy positiva”, explicó Draghi. Una situación casi inédita en su mandato, que comenzó hace casi seis años, ya que en este periodo ha vivido principalmente críticas por parte de 'halcones' del BCE (los miembros más proclives a adoptar una política monetaria más dura). “Todos los miembros enfatizaron la mejoría en las condiciones económicas y el impulso económico ininterrumpido” que está viviendo la región. Una unanimidad que no es otra cosa que el reflejo de la realidad. Como explicó Draghi, “el mercado laboral sigue mejorando, el desempleo cae, el consumo privado sigue fuerte y está repuntando la inversión privada, algo que antes no veíamos”.
Este es el contexto actual que vive Europa y que es una gran ayuda para la economía española, ya que la demanda externa permitirá elevar las exportaciones. Sin embargo, el momento económico dentro del país es muy diferente, ya que la incertidumbre política y social en Cataluña amenaza con lastrar el crecimiento económico. Los riesgos de las previsiones para España son que el PIB crezca menos de lo esperado, justo lo contrario que para Europa.
El FMI puso esta situación negro sobre blanco en su 'World Economic Outlook' ('Perspectivas de la economía mundial') de octubre. El organismo dirigido por Christine Lagarde advirtió de que “la situación en España es de mucha preocupación”, pero no se atrevió a tocar sus previsiones de crecimiento porque no fue capaz de estimar el impacto que tendrá la crisis catalana sobre el PIB nacional. En el caso de Europa, elogió su buen momento y subió su estimación en dos décimas para este ejercicio (hasta el 2,1%) y en otras dos para 2018 (al 1,9%).
Todos los miembros enfatizaron la mejoría en las condiciones económicas y el impulso económico ininterrumpido
Draghi verbalizó la posición de los miembros del Consejo de Gobierno del BCE, que va en la misma línea que el FMI: “Podemos encontrarnos sorpresas positivas en el crecimiento”. El presidente destacó que todos los indicadores adelantados del cuarto trimestre muestran un alto nivel de confianza en los consumidores y las empresas, lo que garantiza que el momento económico se extenderá durante el resto del año.
La creación de empleo impulsa el consumo, lo que invita a las compañías a seguir invirtiendo. Además, la entidad mantendrá durante todo el año su programa de compra de activos en los niveles actuales, inyectando 60.000 millones de euros al mercado comunitario cada mes. Esta intervención favorecerá que los tipos de interés sigan siendo bajos, lo que supondrá un incentivo más para que las empresas se endeuden para expandir sus negocios y también eleva la renta disponible de los hogares. “Todavía se necesitan condiciones financieras favorables”, señaló Draghi.
Hacia el fin de los estímulos
En un contexto como este que dibujó Draghi, hay pocas excusas para mantener una política monetaria de emergencia como la que todavía tiene el Banco Central Europeo. Por eso, la entidad decidió anunciar el primer movimiento para desmontar toda la arquitectura de apoyo monetario creada desde 2011. En concreto, el BCE reducirá su programa de compra de activos a 30.000 millones de euros a partir de enero y mantendrá las inyecciones hasta septiembre “o más allá si es necesario”. Además, el presidente anunció que la entidad reinvertirá todos los vencimientos de bonos que tenga en los próximos meses, lo que supondrá una “cuantía significativa” que será “de varios miles de millones de euros”, en palabras de Vítor Constâncio, vicepresidente del BCE.
Esto demuestra que el ritmo de retirada de los estímulos será muy lento y siempre dependerá del buen ritmo de la economía. Los niveles de confianza que muestran los consumidores y las empresas no hacen temer al BCE que la recuperación vaya a frenarse, pero sí es cierto que hay un punto negro que no consigue resolver: la inflación. El objetivo de la entidad es mantener el IPC “cerca pero por debajo del 2%”, pero su estimación es que en 2018 caiga hasta el 1,2% y en 2019 apenas repunte hasta el 1,5%.
Con estas cifras de inflación, el BCE no puede precipitarse en la retirada de los estímulos: “Todavía no es suficiente, por eso tenemos que ser pacientes y perseverantes”, remarcó Draghi. Es cierto que la actividad está consiguiendo cerrar el 'output-gap', esto es, la distancia entre el potencial de crecimiento de la economía y el crecimiento real. A medida que haya menos recursos ociosos en la economía, surgirán presiones inflacionistas (en especial en los salarios) que ayudarán a alcanzar el objetivo de IPC. No obstante, mientras no ocurra esto, la entidad seguirá lanzando estímulos al mercado para que la actividad alcance toda su capacidad.
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