El hombre que ha hecho temblar a los lobos
Will Pavia - XL Semanal
Son los nuevos lobos de Wall Street, brókeres que usan la tecnología para embolsarse en fracciones de segundo miles de millones al día. Utilizan las llamadas 'operaciones de alta frecuencia'. Compraventa de acciones a velocidad vertiginosa al margen de los reguladores. Este hombre con aspecto de no haber roto un plato los ha puesto estos especuladores en el punto de mira del FBI.
¿Cómo es posible que el mercado bursátil sea tan hermético? Eso es lo que quería averiguar. cuánto dinero ganan, dónde están las acciones... Resulta grotesco tanto secretismo"! Quien habla así es el escritor Michael Lewis, acostumbrado a poner patas arriba sectores profesionales enteros con sus best sellers. Esta vez ha apuntado su recortada a los nuevos peces gordos de Wall Street, los agentes de Bolsa especializados en operaciones de alta frecuencia: brókeres que se valen de códigos informáticos y redes por cable de alta velocidad para infiltrarse en los mercados millones de veces al día, esquivando a los reguladores, y comprar y vender acciones en una fracción de segundo.
Nos encontramos en Washington con el escritor cuyo libro Flash boys: a Wall Street revolt, crónica de una práctica bursátil sumamente especializada y poco transparente, se ha convertido en la comidilla en los Estados Unidos. El propio Lewis fue en su día corredor de Bolsa en Salomon Brothers, un banco de inversión de Wall Street, hasta que lo dejó cuando alguien le ofreció un anticipo editorial. La novela resultante, El póker del mentiroso [Alienta Editorial], se convirtió en texto de referencia sobre los excesos de Wall Street en los ochenta. Más tarde publicó otros títulos como Moneyball, The new big thing: la historia de Silicon Valley o The big short, sobre la burbuja inmobiliaria, hasta que escribir lo convirtió en multimillonario.
Lewis afirma sentirse asombrado por el ruido y la furia despertados con su última obra. «Nunca había vivido algo así», dice. El fiscal general de los Estados Unidos acaba de anunciar que estudia las operaciones de alta frecuencia e «investiga dicha práctica para determinar si quebranta las leyes». Días antes, el FBI y la Securities and Exchange Commission regulador de la Bolsa y los mercados financieros también hicieron público que estaban mirando con lupa a los denominados 'chicos de oro' y sus operaciones de alta frecuencia.
Estamos hablando de unos tipos (en su mayoría son varones) que ganan fortunas en milisegundos. El asunto funciona así: un corredor de Bolsa llamémoslo Ted hace una petición de compra de acciones en un ordenador neoyorquino; dicho pedido necesita fracciones de segundo para llegar a las terminales de los distintos parqués bursátiles emplazados en el norte de Nueva Jersey. La petición puede tardar un par de milésimas hasta que llega al parqué más cercano el BATS Global Market y unos cuantos milisegundos más para llegar a los demás.
Los ordenadores de los brókeres de alta frecuencia funcionan con tal rapidez que pueden detectar el pedido de Ted en el momento en que llega al primer parqué, antes de que sea conocido por los restantes mercados de valores. Antes de que uno pueda decir 'amén', incluso antes de que haya tenido tiempo de pronunciar la 'a', los muchachos de la alta frecuencia se han hecho con las acciones que Ted pretendía comprar y las han vendido a un precio marginalmente más elevado. Al inmiscuirse en la operación y convertirse en el intermediario entre comprador y vendedor, el operador de alta frecuencia se lleva un par de centavos aquí y allá que, mutiplicados por millones de operaciones a lo largo de la jornada, terminan convirtiéndose en millones de dólares. Y solo por ser unos milisegundos más rápidos.
Lewis empezó a interesarse por este tipo de brókeres mientras investigaba la historia del programador informático ruso Sergey Aleynikov, detenido por el FBI poco después de dejar su empleo en Goldman Sachs. Lo acusaban de haber robado un código informático que estaba desarrollando y que podía ser utilizado «para manipular los mercados de forma injusta». A Lewis le extrañó que nadie se preguntara por qué Goldman Sachs tenía un código así. También le resultó raro que el ruso fuera descrito como «un programador de operaciones de alta frecuencia» y que nadie pareciera saber qué demonios era eso. A finales de 2012, Lewis conoció al canadiense Bradley Katsuyama. Según recuerda: «Katsuyama, me dijo: 'Voy a enseñarte cuál es el truco'. Después de una hora de conversación, me quedé con la boca abierta. '¿Cómo? ¿Ese es el truco?'. No podía creer lo que oía».
Katsuyama se había pasado cinco años investigando ese tipo de operaciones bursátiles. En el verano de 2007, le chocó que las acciones que pretendía comprar se volatilizaran de la pantalla de su ordenador en el momento justo en que pulsaba la tecla para ejecutar la operación. Katsuyama se puso a investigar el caso a instancias del banco para el que trabajaba, el Royal Bank of Canada. Y entró en contacto con Ronan Ryan, un irlandés que había instalado cableado de fibra óptica para las firmas especializadas en operaciones de alta frecuencia.
Los impulsos se desplazan por un cable de este tipo a unas dos terceras partes de la velocidad de la luz; las largas distancias provocan la pérdida de millonésimas de segundo, y otro tanto sucede cuando el cableado gira por esquinas y recovecos. En consecuencia, los operadores de alta frecuencia gastan dinerales en cableado y pagan las tarifas necesarias para que sus servidores se instalen en el interior de los propios edificios de Bolsa, lo más cerca posible del procesador que registra las operaciones de compra y venta. Tan solo la compañía de Ryan había facturado a varias firmas 80 millones de dólares entre 2005 y 2008 por el cableado destinado a ordenadores situados en los interiores de edificios de Bolsa.
Lewis habla de una empresa que estaba haciendo excavaciones en lugares «que pondrían los pelos de punta a Tony Soprano» y de otro extraordinario operativo, llevado a cabo de forma muy secreta, destinado a tender un cable en la línea más recta posible entre Nueva Jersey y el mercado de futuros de Chicago, por medio de túneles situados bajo las montañas de Pensilvania. Todo, con tal de evitar las enrevesadas rutas de las redes ya existentes y con el objetivo nada disimulado de ganar unas fracciones de segundo. Katsuyama formó un equipo con brillantes programadores procedentes de Wall Street. Poco a poco, él y los demás fueron comprendiendo a qué se enfrentaban: la mayoría de los grandes bancos, de una forma u otra, estaban involucrados en operaciones de alta frecuencia y dicha implicación llegaba hasta lo más alto.
Katsuyama dejó su empleo y se llevó consigo a la mayor parte de su equipo. Lo que hicieron fue establecer un nuevo mercado bursátil, IEX, diseñado para combatir a los operadores de alta frecuencia mediante la introducción de un retraso de 350 microsegundos en cada operación para nivelar las reglas del juego entre todos los usuarios del Mercado de Valores. Todo el que compre o venda a través de IEX lo hace por medio de un motor de intercambio de acciones que, mediante un clabe de fibra óptica de 61 kilómetros de largo metido en un cuadro del tamaño de una caja de zapatos, crea la distancia necesaria al servidor de Wall Street, ubicado en Mahwah, Nueva Jersey, para eliminar cualquier ventaja por muy rápido que uno sea.
Las operaciones bursátiles de alta frecuencia son legales y llevan desarrollándose desde hace años, pero huelen a chamusquina. La línea ultrarrápida a Chicago tan solo estaba disponible para los que podían pagar más y deseaban que su acceso privilegiado siguiese siendo exclusivo. Un nuevo cliente al que ofrecieron acceso a cambio de 25 millones de euros llegó a pedir que duplicaran dicha tarifa de entrada a los siguientes. En el libro de Lewis se habla de que estas firmas de alta frecuencia obtienen información privilegiada sobre operaciones financieras en ciernes. Por ejemplo, a través de las agencias de valores y de bancos que tratan con los particulares conocen las compras de inversores individuales usted y yo a través de Internet. Como esas operaciones llegan al mercado con hasta un segundo de retraso, los brókeres tienen tiempo suficiente para que sus firmas se adelanten y se beneficien de esa información.
También conocen, gracias a filtraciones de intermediarios, qué acuerdos privados se cierran entre agentes financieros, ajenos al parqué, denominados 'charcas oscuras'. E incluso obtienen información privilegiada de los propios mercados bursátiles sobre las ofertas públicas de adquisición (OPA).Bajo la superficie de este nuevo mundo ultrarrápido hay sombras al estilo de Hollywood: amos del mundo, disfunciones informáticas que trastocan los mercados... Los sistemas informáticos los crean programadores rusos que, en muchos casos, no saben en qué están trabajando o el valor que sus desarrollos puedan tener. Aleynikov fue condenado porque casi nadie ni la Fiscalía ni, desde luego, el jurado entendía bien qué había hecho. Su condena con el tiempo fue revocada, pero mientras estuvo encarcelado se mantuvo con buen ánimo, porque su celda no era muy diferente al sombrío cuchitril en el que había estado escribiendo programas.
El lector de Lewis descubre la existencia de algoritmos bursátiles con nombres como Ambush ('emboscada') o Nighthawk ('halcón nocturno'). Credit Suisse comercializa uno llamado Guerrilla, cuyo gráfico desplegable incluye una imagen del Che con expresión de disgusto, como si alguien le hubiera explicado para qué está siendo utilizada su efigie. La descripción que Lewis hace de Wall Street lleva a pensar en un reino de fantasía. Las 'charcas oscuras' suenan como lugares en los que Gollum retozaría a gusto, y los 'chicos de oro', los nuevos amos del universo de los milisegundos, como un grupo de alquimistas en el secreto de la conversión del metal común en oro puro. Todo parece salido de Juego de tronos. De hecho, sus críticos argumentan que Lewis estereotipa a sus protagonistas, estableciendo un enfrentamiento entre buenos y malos, para desarrollar una entretenida narrativa sobre algo que en realidad no es nada. «Me han acusado de todo eso responde. Pero no creo que lo que describo se aparte un milímetro de la vida real».
Con la publicación del libro, la vida de Katsuyama ha dado un vuelco. Nunca antes había aparecido en televisión y ese mismo día hizo su debut en el programa estelar de la cadena CBS. Después apareció en directo en el canal de economía CNBC. Este canal tiene un plató enclavado en el mismo centro de la Bolsa de Nueva York. Allí, Brad Katsuyama tuvo que vérselas con William O'Brien, presidente de BATS Global Markets, uno de los operadores bursátiles más grandes del mundo. Frodo contra el señor de Mordor.
William O'Brien acusó a Lewis de haberle escrito a Katsuyama un folleto publicitario de 300 páginas y se mostró más que enojado por el hecho de que se sugiriese que los mercados estadounidenses estaban trucados. Katsuyama se las arregló para mantener la calma y no perder la sonrisa. Para Lewis, ese cara a cara fue muy interesante. «Aunque quienes lo encontraron interesantísimo fueron los tipos de Wall Street agrega. En las salas de transacciones pararon de trabajar. Un millar de fulanos lo dejaron todo para ver el espectáculo. Un hombre que trabaja en una de las grandes firmas de Wall Street luego me contó algo divertido. Estaban viendo la discusión, y un colega de repente le preguntó: '¿Nuestra firma trabaja en el Mercado de Valores que dirige ese que está tan cabreado [O'Brien]?' Mi fuente le respondió: 'Pues sí'. '¿Y nuestra firma no opera en el mercado que lleva el más canijo [Katsuyama]?'. Mi fuente contestó: 'Pues no'. Y su colega entonces aseveró: 'Pues estamos jodidos'». Lewis se ríe al narrar la anécdota. «Todos aquellos fulanos de la Bolsa ovacionaron a Katsuyama. Un hombre corpulento lo levantó en brazos como si fuera un héroe». A esas alturas, el libro era la comidilla de la ciudad.
La principal crítica dirigida a Lewis es que, lejos de ser malas para los mercados, las operaciones de alta frecuencia contribuyen a hacerlos más eficientes y favorecen a los pequeños inversores. Algunos llegan a decir que Lewis se ha alineado junto con los hedge funds en contra del pequeño ahorrador. «No sé de dónde se sacan eso. Los grandes hedge funds se encuentran en el mismo lado del mercado, el lado perdedor, como sucede con los inversores individuales. Pero incluso si hacemos abstracción del tipo que está en su casa en calzoncillos jugando a la Bolsa por Internet, el grueso de los ahorros de la clase media se encuentra en las grandes instituciones». Michael Lewis agrega que los brókeres de alta frecuencia se benefician de la volatilidad de los mercados. «La volatilidad crea inestabilidad en el mercado y resulta vergonzosa. Estamos hablando de individuos ricos que directamente están robando dinero a las clases medias».
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