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Es paradójica, en una sociedad sin épica ni héroes, la dificultad para reconocer los hechos extraordinarios que hacen sobresalir a unos de otros por sus conductas ejemplares. La vida de dos sombras maltratadas que deciden rebelarse contra la historia no figura en las páginas de los manuales de la Guerra Civil española. Se desvanecen entre batallas y generales. La autora argentina Andrea Stefanoni ha recuperado, antes de que desaparezca, el hilo del testimonio de sus abuelos, que se negaron a aceptar lo que debían hacer, y lo ha convertido en La abuela civil española (Seix Barral).
Recuerda a su abuela, Consuelo, una mañana cualquiera, en Argentina, en una isla perdida del Delta, mientras cocinaba hablaba de su infancia y adolescencia en Boeza, en León. “Se le llenaban los ojos de lágrimas. A veces, el abuelo, Rogelio, rompía el silencio de la noche gritando como un loco que no lo agarraran”. El camino hacia la libertad pasaba entonces por el Atlántico, hoy el Mediterráneo. Aquellos exiliados políticos llegaron vivos a las costas del sur de América, “con una hija de cinco años, con cien pesetas en el bolsillo y arrastrando un colchón”.
Da la sensación de que la escritura, si tiene rodeos, no se asimila a una historia como la de mi abuela: porque en esa guerra, en ese pueblo, no había tiempo para rodeosA pesar de que el origen de la tragedia épica de estas dos personas convertidas en personajes fuera de ficción es la Guerra Civil, Stefanoni aclara que no ha escrito sobre la guerra, sino “un recuerdo de aquella guerra, sobre la guerra de mis abuelos, escribí sobre mí, de algún modo”. La autora responde a aquellos que se declaran hartos de la industria del guerracivilismo: “¿Otro más? ¿Cuántos van ya? Los necesarios. Uno por cada historia, quizá. Ármense de paciencia porque somos muchas. Y somos muchos los hijos y los nietos que no dejaremos que quede en el olvido. La victoria de los represores es que dejemos aquello en manos de la estadística”, asegura.
La novela, dividida en tres partes, tiene dos voces. La tercera persona dirige las dos primeras y en la última es la primera, la voz de la propia escritora y nieta, la que conduce la narración. La sucesión del sinfín de acontecimientos agónicosmanda hasta el final, cuando Stefanoni habla para dar entrada a una fase más emocional. Por eso es importante ser consciente del contraste social e histórico entre la vida de la autora y la de sus personajes.
Una cuestión de ritmo
“Da la sensación de que la escritura, si tiene rodeos, no se asimila a una historia como la de mi abuela: porque en esa guerra, en ese pueblo, no había tiempo para rodeos. Todo sucedía con demasiada violencia. Ella, de niña, no podía decidir no ir a la montaña a trabajar. No podía elegir estudiar, aunque se moría de ganas por ir a la escuela. Más tarde, en el trabajo en las minas, tampoco hubo preámbulos. La escritura, en estilo, debe ser igual. Como una obligación desde la forma para respetar el verdadero ritmo de sus días”, cuenta a este periódico.
Es difícil olvidar un día como hoy, 18 de julio. Esta novela está escrita, precisamente, contra el olvido. Niega la idea de la Historia como hechos del pasado y reivindica aquellos acontecimientos como materia del presente, sustancia de la que estamos hechos. “Soy porque mis abuelos le ganaron a la guerra”, dice. Su empeño es mantener viva su memoria.
¿Y la Memoria Histórica? Stefanoni no se atreve a definir la expresión, tampoco quiere entrar a valorar si es un fenómeno del marketing, como defiende Javier Cercas. Pero sí avanza que “España, posiblemente, se debía recordar más a sí misma y entender más cosas de su pasado, pero no soy quién va a decir hasta dónde ni cómo”.
Entonces, ¿contra qué escribir, cuál es el motivo? “Escribo contra lo que no deja de doler. Escribo contra aquello que no puedo perdonar o perdonarme”.
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