Enrique Moradiellos
«En la responsabilidad de la guerra hubo personas más culpables que otras»
Entrevista a Enrique Moradiellos, autor de 'Historia mínima de la guerra civil española'.
La Voz de Asturias
24/07/2016 05:00
-¿Qué es más difícil, reducir algo tan sumamente complejo como la guerra civil española a una historia mínima de 300 páginas o contar la contienda con neutralidad y desapasionamiento?
-Tanto monta, monta tanto (risas). Sintetizar un fenómeno de tal entidad y complejidad y un volumen de datos tan inmenso fue para mí una tortura mental y profesional. Pero también es una tarea muy complicada mantener el tipo en cuanto que historiador, es decir, tratar de ver las cosas como decía Cornelio Tácito, bona fides sine ira et cum studio, o sea, sin partidismos ni sectarismos, no pretendiendo arrimar el ascua a tu sardina, teniendo apertura de miras para tratar de entender las cosas sin emitir juicios morales? Hay un horizonte de perfección al que uno tiende y que seguramente nunca consiga en su integridad.
-Te diría que no me corresponde como historiador dictaminarlo. La labor del historiador es hacer una narración basada en pruebas, no pronunciar sentencias de culpabilidad.. Si me preguntas qué opino como persona de mi tiempo, yo creo que no, que hubo unas personas más culpables que otras, porque entre los veinticuatro millones de españoles que había entonces no todos tenían la capacidad de dictar órdenes o consignas que fueran seguidas por millones de personas. No era lo mismo ser general de división a cargo de la comandancia de Madrid o de las Islas Canarias, donde estaba el general Franco, que ser un obrero que trabajaba en Altos Hornos de Mieres, o jornalero en Malpartida de Cáceres, o abogado en Barcelona o propietario industrial minero en Gijón. Esto es algo que en términos historiográficos puede parecer discutible, porque la idea es que todos los seres humanos hacen la historia. Y sí, todos hacemos la historia, pero unos más que otros. Te pongo un ejemplo que no es de la guerra civil española pero que se suele plantear cuando se habla de estas cosas: el general Wellington pudo decir a los cien mil hombres que estaban en la llanura de Waterloo que se movieran a la derecha, pero ninguno de esos hombres pudo decirle a Wellington que se moviera ni un milímetro. En la guerra civil pasó lo mismo: el general Franco o el coronel, luego general, Vicente Rojo eran personas que tenían bajo su mando a gente armada, y una orden dada por ellos podía movilizar a muchas personas. Del mismo modo, un líder sindical o anarquista podía dar una orden y millares de obreros dejar de trabajar o lanzarse armados, porque estaban armados, contra una comandancia militar o un puesto de la Guardia Civil o una iglesia.
-¿La culpa fue sólo de unas élites irresponsables, entonces?
-No, tampoco. Tampoco hay que caer en eso de que había unas víctimas que eran el sufrido pueblo español y unos culpables que, según el discurso franquista, eran unos dirigentes republicanos incompetentes que llevaron al país al borde de la revolución social y la disolución nacional o, según los republicanos, cuatro generales al servicio del capitalismo de cuatro terratenientes y cinco financieros con el apoyo de una Iglesia trabucaire que no representaba a nadie y parecía salida de la Edad Media. No fue así.
-En cualquier caso, yo me refería menos a cada uno de los veintidós millones de españoles que a los dos bandos. El otro gran mantra igualador de la Transición, muy vivo todavía, es que los dos bandos cometieron idénticas barbaridades. ¿Lo cree así?
-Desde luego. Se mataron tantos clérigos en zona republicana, unos ocho mil, como maestros en la franquista. Desde luego, víctimas de la guerra no son sólo las que mataron los franquistas, sino también las que mataron los republicanos. ¿Qué culpa tenían todos esos curas a los que mataron simplemente por ser curas y porque la Iglesia era la fuente de todos los males? ¿Qué culpa tenía Pedro Muñoz Seca, el dramaturgo, para que lo mataran como lo mataron? ¿Qué culpa tenía Melquíades Álvarez, el maestro político de Azaña, el hombre que presidía el Congreso en 1923 y protestó ante el Rey por incumplir su mandato de lealtad constitucional y se enfrentó después a la dictadura de Primo de Rivera; el hombre al cual se le había ofrecido la presidencia de la República en 1931 y no la había querido? ¿De verdad era Melquíades Álvarez un faccioso que merecía morir? ¡Hombre, por Dios! Matar a toda esa gente fue una barbarie, la vergüenza de la República. Cuando Azaña, en el Palacio Real, entonces llamado Palacio Nacional, recibe la noticia de que han matado a Melquíades Álvarez tiene una crisis moral terrible: decide marcharse del país porque siente que no puede presidir ni encarnar un bando que se permite el lujo de matar a Melquíades Álvarez. Al final le detienen y le dicen: «Hombre, don Manuel, piénseselo mejor, está muriendo mucha gente en nombre de la República, pero es que esto es una guerra, no puede marcharse de esa manera», y no se va. Pero sus diarios están ahí y dicen: «No puedo hablar, porque, si me pongo a hablar, tan culpables son los militares sublevados como los líderes sindicalistas irresponsables». La República cometió barbaridades, claro que sí. Y no se trata de ser equidistante, yo no lo soy; se trata de abrirse a los hechos libre de prejuicios y ver la realidad de las cosas.
-¿Empezó la guerra civil española en 1934 y no en 1936, como sostienen algunos revisionistas y particularmente Pío Moa?
-Pues no. Una guerra es una guerra: la fractura de una sociedad en dos bandos que se organizan para librar operaciones militares que duran en el tiempo y emplean una violencia indiscriminada y generalizada a fin de destruir al enemigo; de someterlo para obligarle a cumplir la propia voluntad. Ésa es la definición de guerra de Clausewitz. Y eso, en España, empieza el 17 de julio de 1936 en el protectorado de Marruecos y a lo largo del 18 y el 19 en el resto del país. En el 34 hubo otra cosa: una insurrección armada en Asturias y en Cataluña que fue gravísima, yo no lo niego, y que supuso una crisis enorme, pero que fue aplastada a los quince días en Asturias y a las veinticuatro horas en Barcelona por las fuerzas armadas y policiales después de que el Gobierno constitucional existente, dirigido por Lerroux, recibiera del Parlamento plenos poderes para ello. A Ramón González Peña y a los detenidos en Asturias no se los ejecutó. ¿Se los maltrató, se los torturó? Pues claro que sí: estamos en los años treinta. ¿Pero cuántas penas de muerte se dictaron? Creo recordar que nada más que tres. Qué guerra más extraña, ¿no? ¿Cómo es que a continuación de la revolución hubo debates parlamentarios y al líder parlamentario del partido que había llamado a la revolución, Juan Negrín, se le permitió intervenir con normalidad y no fue enviado a ningún campo de concentración? ¿Cómo es posible, si había guerra, que el Gobierno contra el que se había hecho la insurrección convocara elecciones en febrero de 1936 y las ganara el enemigo? ¿Cómo es posible que, antes de esas mismas elecciones, Azaña diera en mayo de 1936 un mitin en Valencia al que acudieron miles de personas y no hubiera bombardeos, igual que no los hubo en los mítines, también perfectamente legales, de Gil Robles, de Largo Caballero o de Calvo Sotelo? ¿Cómo es que de los dos generales que aplastaron la revolución, López Ochoa y Batet, a uno lo fusilan dos años más tarde los comunistas en Madrid y al otro los sublevados en Burgos? ¿Cómo es que en 1934, 1935 y la primera mitad de 1936 los cines funcionaron con normalidad? ¿Qué clase de guerra es ésa que se inicia en 1934 pero en la que no hay muertos hasta julio de 1936? Pues una guerra que no es una guerra, sencillamente.
-Tensión prebélica había, desde luego.
-Sí, pero eso es otra cosa. Tensión también la había en Chicago en la época de los gángsteres, o en el País Vasco con la kale borroka y la violencia de ETA, y ni lo uno ni lo otro generó una guerra. Lo que un historiador no puede hacer es utilizar los términos según le convenga, porque entonces vendrá otro y dirá que el origen de 1934 está en 1932, con el golpe de Estado de Sanjurjo, y otro dirá que 1932 tiene su origen en 1931, con la proclamación de la República, y otro dirá que 1931 tiene su origen en 1923, y otro que 1923 tiene su origen en 1876, y otro que 1876 en 1868. O vendrá otro y dirá que en realidad la guerra empezó cuando empezó la explotación capitalista, porque la explotación capitalista ya es una guerra social contra el obrero. Para todo hay antecedentes, pero el ante quo no es el quo. Es una cuestión de lógica. Guerra, por decirlo en otros términos, la hay cuando los padres entierran a los hijos y no son los hijos quienes entierran a sus padres. A partir de julio de 1936 hubo muchos hijos que murieron y muchos padres que los enterraron, pero entre 1934 y 1936, exceptuando los quince días de revolución en Asturias, eso fue excepcional. Y Asturias es Asturias, ¿eh? No había un millón de asturianos y éramos veintitrés de españoles. No, lo que da lugar a la guerra es un golpe militar parcialmente fallido que divide al Ejército, el golpe no lo perpetra todo el Ejército unido, como decía el franquismo, eso es una verdadera falacia: lo perpetran cuatro generales de división de dieciocho, la mitad de los generales de brigada, un setenta u ochenta por ciento de los jefes del Estado Mayor, 45 de 55 guarniciones militares; y que triunfa sólo en una parte del país y no en Barcelona, Madrid ni Valencia, que eran ciudades con tal poder sobre su hinterland que arrastraron con ellas a dos tercios del país. Esa división hace que los que ganan en un lado no se resignen a gobernar sólo en una parte y los que ganan en el otro se apresten a defenderse y a aplastar al enemigo si pueden, y en consecuencia se generen operaciones militares de cuerpos armados regulares.
-¿Fue inevitable la guerra civil española?
-En términos históricos, nada es inevitable si por inevitable quiere decirse que no había más remedio que hacer lo que se hizo. La guerra civil era una contingencia posible, y por eso se hizo realidad, pero no estaba escrita ni en 1931, ni en el ADN de los españoles, ni en nuestro supuesto carácter nacional violento. En 1931 la República fue instaurada pacíficamente y con muchísimo apoyo popular. El monarca era tan consciente de ello que se fue al exilio voluntariamente reconociendo en su carta de despedida que no tenía el amor de su pueblo, y los mismos militares que se sublevarán en 1936, en 1931 se cuadran ante el Comité Republicano-Socialista en la Puerta del Sol, que era donde estaba entonces el Ministerio de la Gobernación. El mismo general Franco, a pesar de que había jurado fidelidad a la Monarquía, se la jura ahora a la República. Luego la República fue perdiendo ese apoyo, y la escisión social en el conjunto de la ciudadanía ya era muy fuerte en las elecciones de 1936, en el que la mitad del país votó a una candidatura que se llamaba «Contra la revolución y sus cómplices»; los cómplices eran los demócratas que, según esa ideología, abrían la brecha para que entrara la revolución?,y la otra mitad votó a una candidatura que se llamaba «Frente Popular contra la derecha reaccionaria y feudal». Fue una confrontación muy bipolar, a vida o muerte, la más bipolar que conocemos en España y también la más masiva en votación hasta entonces. No había sucedido así en 1931 y tampoco en 1933. Pero aún así el golpe de Estado fue bastante imprevisto. El 18 de julio de 1936 mucha gente estaba de vacaciones. Si de verdad España se estaba encaminando a una guerra inevitable, ¿se hubiera ido tanta gente tranquilamente de vacaciones a zona enemiga? Por otro lado, los dos bandos ni siquiera eran uniformes: el Frente Popular fue un instrumento para vencer electoralmente, pero en cuanto empezó a gobernar comenzó a haber unas divisiones brutales: era un guirigay y estaba desintegrándose cuando llegó el golpe militar, porque una cosa es estar de acuerdo en decir que no a tal partido o a tal presidente y otra acordar qué hacer una vez se lo ha derrotado. El partido socialista estaba partido en dos: Largo Caballero y su facción, los llamados bolchevizantes, y Prieto y la dirección moderada del partido, contra la que llegó a haber hasta atentados de la otra facción. Los anarquistas, por su parte, habían declarado en su congreso de mayo que la República, ni vestida, ni desnuda; que era un régimen burgués y explotador sólo que sin monarca. Lo que une de nuevo ese guirigay es la conjura reaccionaria, que obliga a una tregua porque los sublevados no van a hacer distingos entre un Manuel Azaña era republicano, un Largo Caballero socialista bolchevizante y un García Oliver anarquista, sino que van a intentar matarlos a todos.
-Más allá de los detalles de la evolución política, hablando en términos más generales, ¿cómo pudo pasarse en sólo cinco años de semejante apoyo universal a una carnicería fratricida como la de 1936?
-Se pasó de una cosa a la otra porque en octubre de 1929 se había desatado una gran depresión económica que la Monarquía no supo resolver y que generó un desencanto y un enfado que luego heredó la República. La República venía a poner freno a aquello, pero no solamente no supo ponérselo sino que el momento más hondo de la crisis fue 1932 y 1933, en pleno bienio republicano-socialista. Y las crisis, entonces, significaban lo que significaban: estar en paro, como lo estaba un millón de españoles, suponía poder morir de hambre, porque no había seguros de desempleo; se estaban poniendo en marcha todavía. Un hombre hambriento es un hombre muy descontento y que tiende a echar la culpa de sus males a los poderes a cargo del Estado por no saber gestionar la situación. En sólo cinco años hubo tres elecciones, las de 1931, 1933 y 1936, y dos gobiernos de izquierdas y uno de derechas porque la gente castigaba a los gobiernos por no poner orden en esa crisis que era dificilísima de solucionar. Hitler acabó con las protestas en Alemania liquidando, expulsando del país o enviando a campos de concentración a centenares de miles de judíos y lo que él llamaba «vidas indignas de ser vividas», es decir, discapacitados físicos e intelectuales, pero España no era una dictadura, sino una democracia en la que la gente podía organizarse, votar a partidos, hacer huelgas, intentar asaltos. En el campo, donde vivía el cincuenta por ciento de la población española de entonces, la gente desesperada por el hambre asaltaba la cosecha del vecino pudiente o le robaba ganado, y eso generó unos conflictos enormes. ¿Por qué no se marchaba la gente del campo a la ciudad, como harían tantísimos campesinos en los años cincuenta y sesenta? Pues porque en plena depresión económica también había paro en las ciudades. La gente estaba desesperada, y cuando está desesperada, y tiene armas, y hay discursos de odio y exclusión que le dicen que la culpa es de éstos o de los otros, la guerra no es inevitable, pero es una posibilidad. Y en España esa posibilidad se hizo realidad. Pero se hizo realidad en España y en todo el mundo: la crisis de 1929 la solucionó la segunda guerra mundial, que permitió a Estados Unidos, a Alemania o a Japón recuperar el pleno empleo acabando con la vida de millones de personas.
-Hay cierta literatura, incluso académica, sobre la ineptitud de Franco. ¿Comparte esa visión?
-No. En absoluto. Esa visión parte de la creencia de que denigrando al personaje histórico al que uno repudia o es hostil se consigue algo, y yo creo que ésa es una creencia absurda. Vamos a ver: si Franco era tan inepto, tan tonto, tan incapaz, tan mediocre, que alguien me explique cómo pudo ganar una guerra civil de estas dimensiones y mantenerse cuarenta años en el poder. Es como si alguien dijera que Stalin era tonto. ¿Cómo va a ser tonto Stalin? Sería diabólico, sería monstruoso, sería despótico, sería un gobernante sanguinario y sin escrúpulos, pero, ¿cómo va a ser tonto, si entra en el poder en 1917 como uno de los líderes bolcheviques y sólo lo deja cuando muere en 1953, con más poder absoluto que nadie, habiéndole ganado una guerra a Hitler, habiendo gobernado sobre ciento veinte millones de habitantes que tenía la Unión Soviética y sobre un partido con setenta millones de militantes? Nadie llama tonto a Stalin, igual que nadie llama tonto a Hitler, y Franco como hombre perverso y ejemplo del mal no es superior ni a Hitler, ni a Stalin, así que si la historiografía internacional puede mirar a esos personajes moralmente espantosos y decir que eran grandísimos políticos y grandísimos estrategas, ¿cómo no vamos a poder decir de Franco que fue un general muy competente que libró una guerra muy complicada y la ganó? Llamarle tonto es hasta ofensivo para los españoles. En cuarenta años, ¿no apareció en España nadie más listo, más capaz, más hábil para gobernar que el tontísimo Franco?
-A Franco se lo suele comparar, en esto de su supuesta ineptitud, con Vicente Rojo, de quien se suele decir que era un estratega mucho más brillante.
-Eso se dice, sí, pero las operaciones militares de Rojo acabaron todas en fracaso, mientras que las de Franco, más mediocres, más arcaicas, más primera guerra mundial, más lo que se quiera, triunfaron todas salvo una, la primera: la batalla de Madrid, donde la decisión de Franco de atacar frontalmente se reveló un error. Pero fue un error porque apareció algo con lo que Franco no contaba: el Ejército Popular de la República; que Madrid fuera defendida. Tan poco previsible era esa defensa que el propio Gobierno republicano se marchó a Valencia, porque todo el mundo pensaba que Madrid caería. Y no cayó, pero ésa fue la única batalla que perdió Franco. Por lo demás, la campaña del norte, por ejemplo, es espectacular: la ofensiva de Vizcaya empieza en el mes de abril de 1937 y en octubre los sublevados ya están en Gijón y Avilés. La del Mediterráneo, lo mismo. Esto es como cuando se discute la campaña de África de la segunda guerra mundial: todo el mundo dice «Rommel, el Zorro del Desierto, brillante estratega, bla, bla, bla; Montgomery, general mediocre, tuvo suerte?». Pues mire usted, Montgomery, tan mediocre como se quiera, conquistó Egipto, y luego conquistó Túnez, y luego pasó a Sicilia, fue subiendo por la península italiana? ¿Cuál era mejor? Pues no lo sé, pero Clausewitz decía que en el resultado está el valor. ¿Cuál es el valor de tal operación? ¿Ganó? Pues estaba bien hecha. ¿Perdió? Pues aunque parecía maravillosa sobre el papel estaba mal hecha. ¿Que Montgomery tuvo suerte? Pues tampoco lo sé, pero preguntémosle a Rommel si no cambiaría su suerte por la de Montgomery. La suerte puede explicar muchas cosas en la vida y en la historia, pero, como decía Picasso, la inspiración y la suerte le suelen pillar a uno trabajando.
-Hay quien le ha llamado franquista por esto de negarse a llamar estúpido a Franco.
-¿Pero cómo voy yo a ser franquista, vamos a ver? Yo lo que hago es un juicio histórico inapelable, como lo ha hecho Gabriel Cardona, al que no se puede considerar sospechoso de franquismo ni mucho menos: fue uno de los fundadores de la Unión Militar Democrática, dejó el Ejército en 1981 y fue diputado socialista. O como lo ha hecho Jorge Martínez Reverte, comunista, historiador y gran periodista. O como lo ha hecho el profesor inglés Michael Alpert, que es tan laborista como se puede ser, pero ha hecho una historia de la guerra civil española y ha dicho de Franco esto mismo que yo digo: que fue alguien al servicio de fines perversos, mezquinos, miserables o monstruosos, sí, pero, lo miremos como lo miremos, ni fue un incompetente militar a la vista de las pruebas ni fue un mediocre político a tenor de los resultados. ¡O como lo ha hecho Antony Beevor! Oiga, entonces, si digo que Hitler no era un inepto, ¿me hago hitleriano? Es ridículo. Como decía el otro, pensar, como Stalin, que dos y dos son cuatro no le convierte a uno en estalinista.
-Suele declarar su admiración por Negrín. ¿A qué la debe?
-Pues exactamente a lo mismo a lo que debo no considerar a Franco un inepto: a haber estudiado la guerra civil española y haber visto que la figura que más descuella en el bando republicano por inteligencia política, por entereza moral, por proyección internacional, es el doctor Negrín. Durante la guerra la imagen del bando republicano en el exterior es Azaña, Prieto, Largo Caballero, Pasionaria o Durruti, pero es Negrín quien toma en sus manos el mando del Gobierno republicano cuando la nave va prácticamente hacia el abismo, con Franco ganando la campaña en el norte, los británicos desentendiéndose de la cuestión checoslovaca y diciendo «dejadnos en paz, no vamos a morir por los conflictos europeos» y el Frente Popular cayendo en Francia. Es Negrín quien nombra Jefe del Estado Mayor a Rojo; es con Negrín al frente con quien el Ejército Popular emprende las únicas ofensivas republicanas que asustan realmente a los franquistas, Teruel, el Ebro; es Negrín quien se vuelca diplomáticamente en hacer entender a Francia y Gran Bretaña, por activa y por pasiva, volando constantemente a Ginebra y a París, que la causa de España es la suya, porque si gana Franco tendrán a un aliado del eje italogermano al sur de los Pirineos. Y es Negrín quien, cuando Largo Caballero, Azaña, Prieto y todos los otros dirigentes republicanos abandonan España tras la caída de Cataluña y se niegan a volver, y cuando hasta la dirección de la CNT está ya en Francia, entra en Francia él mismo, pero vuelve rápidamente a España y se mantiene en su puesto hasta el último momento con una entereza moral y personal admirable, dejándolo sólo cuando le hacen un golpe de Estado y porque se niega a defenderse dando lugar a una guerra civil entre republicanos.
-Sólo Julián Besteiro aguantó más que él.
-Sí, y es Negrín quien luego, en el exilio, cuando Prieto, que fue el ministro de Defensa al que el Ejército se le partió en dos en 1936, y los anarquistas, que han dejado sus sueños revolucionarios en Madrid y no fueron capaces de detener el avance de las tropas africanas en sus feudos en ningún momento de la guerra, le echan la culpa de la guerra, porque la victoria siempre tiene muchos padres pero nadie quiere ser el padre de una derrota, decide asumir su responsabilidad y ni intentar replicar a estos asuntos diciendo, por ejemplo, que Largo Caballero había perdido mucho más territorio y prestigio en su poco tiempo al frente del Gobierno republicano. Y había sido Negrín quien, siendo un gran fisiólogo y uno de los pocos médicos que teníamos de prestigio, el maestro de Ochoa y de Grande Covián, que siempre le manifestaron un enorme cariño a pesar de las diferencias políticas, había abandonado esa comodidad del profesional respetado para convertirse en político por su propia convicción de que había que estar a la altura de las circunstancias de su tiempo. A mí me parece un político y un estadista de una talla y una clarividencia que no tenía mucho parangón en el bando republicano. Fue él quien entendió que había una oportunidad de contener el avance de Franco si cambiaban las circunstancias internacionales, porque si se precipitaba la guerra europea las potencias continentales no tendrían más remedio que considerar a la República una aliada. Y fue él quien entendió, cuando la guerra ya estaba perdida, que, como él decía, resistir era vencer, porque unas condiciones de capitulación ventajosas no se consiguen implorando clemencia al enemigo, que viéndote derrotado sólo te golpeará más fuerte, sino haciéndole ver que vas a vender muy cara la derrota. En fin, yo creo que Negrín es la gran figura de la República. Ojo, eso no quiere decir que yo sea un papanatas: tengo muy claros cuáles fueron sus errores, entre otras cosas porque él, que era una persona hipercrítica, se dedicó a escribir sobre ellos cuando acabó la guerra.
-En su primer libro, La perfidia de Albión, publicado en 1996, abordaba el nefasto papel jugado por Gran Bretaña en nuestra guerra civil mediante el famoso Comité de No Intervención. ¿Dedica a ello también parte de este libro, o es un aspecto secundario que ha preferido dejar fuera?
-No, sí que le dedico espacio, porque la dimensión internacional de la guerra civil es fundamental para entenderla. La guerra civil española fue una contienda endógena surgida por tensiones sociales y políticas españolas, pero una contienda que tuvo lugar en el marco geoestratégico y cultural de Europa occidental, fracturado por los mismos problemas y tensiones que se debatían en España, lo cual hizo que cada país y cada potencia, católica, protestante o atea, viera su causa y sus intereses reflejados en uno de los dos bandos. Alemania e Italia veían en el triunfo de Franco un triunfo del fascismo o del nacionalismo. El Vaticano veía un triunfo de la religión católica. Portugal veía un triunfo del Estado Novo y la conjura de lo que llamaban el peligro español, esto es, un contagio democrático proveniente de España. En el otro lado, la Unión Soviética veía en el triunfo de la República la posibilidad de detener el avance del Eje y demostrar el del Ejército Rojo. México ve la ocasión de emprender una política exterior ajena al poderosísimo vecino del norte, que le acogota. Y Gran Bretaña podía encontrar representada, en principio, su causa en la República, pero veía la República como muy sometida al dictado soviético, con muchos anarquistas que no le gustaban nada. Como decían los propios británicos, «si hay un lugar en la Tierra en el que fascistas y comunistas puedan matarse a gusto sin que muramos nosotros, que lo hagan, porque nosotros somos demócratas, no fascistas ni comunistas». De ahí la famosa No Intervención, que fue fundamental para ahogar a la República. En suma, cada país tuvo sus motivos, y la contienda, como consecuencia de ello, fue internacionalizada, con la participación de potencias extranjeras enviando hombres, material, recursos económicos y respaldo diplomático que acabaron decantaron su curso. En España hubo combatiendo con Franco 80.000 soldados italianos y 19.000 soldados alemanes y con la República 2000 asesores soviéticos y 35.000 brigadistas internacionales movilizados por la Comintern y procedentes de cincuenta países de todo el mundo, muchos comunistas pero algunos socialistas o demócratas. Semejante aporte internacional decantó en gran medida el curso de la guerra, y el contexto internacional no explica que estallara la contienda, pero sí lo que vino después. Pasa lo mismo ahora con la guerra en Siria, que se generó por problemas sirios pero cuyo curso se ha visto sustancialmente afectado por la intervención de Rusia y otros países. España fue el reñidero de Europa.
-Antes le preguntaba si puede sostenerse que la guerra civil empezó en 1934. Le hago otra pregunta similar. ¿Empezó la segunda guerra mundial en España en 1936?
-No, pero fue un precedente importantísimo, una especie de segunda guerra mundial en miniatura premonitoria de la guerra mundial grande. ¿Cómo es posible que la guerra civil de 24 millones de personas haya motivado 40.000 libros hasta el año 2007 y seguramente ya 50.000 a estas alturas, al menos un tercio de ellos en todas las lenguas del mundo, con lectores británicos, alemanes, canadienses, argentinos? Eso no pasa con la guerra civil finlandesa, ni con la griega. ¿Por qué? Pues por eso, porque la guerra española no fue sólo una guerra española. La guerra mundial no estalló por la causa española, estalló por otras cosas, desde luego, no por Polonia: eso fue un mero pretexto, pero que la guerra española terminara el 1 de abril de 1939 y el 1 de septiembre, sólo cinco meses después, estallara la mundial no es casualidad. Italia y Alemania habían sellado su alianza, el pacto del Eje, en España al decidir colaborar en el envío de hombres, armamento, servicio diplomático y secreto en apoyo de Franco. La entente francobritánica también reafirmó su unión bajo el imperio de la no intervención, porque Francia era partidaria de la intervención en favor de la República y Gran Bretaña, de intervenir, lo haría en favor de Franco, y para evitar esa brecha lo que hicieron las dos potencias fue declararse neutrales. En ese contexto, la Unión Soviética interviene en favor de la República esperando que Francia y Gran Bretaña le secunden, pero una vez cae la República y Francia y Gran Bretaña no le han secundado, Stalin lo dice claro: «estoy abierto a la negociación con cualquiera de los dos bandos», y al final el mejor postor fue Hitler. Es decir, la configuración de los bandos contendientes en la guerra mundial estuvo muy, muy marcada por lo sucedido en España. Y por eso hay tanta literatura sobre la guerra española.
-Exhumar las fosas comunes en las que siguen enterrados miles de combatientes republicanos, ¿es reabrir heridas, como clama la derecha española?
-A mí lo que me parece es que honrar y dar sepultura a los muertos es un deber, y que lo que mantiene abiertas las heridas es que siga habiendo fosas sin excavar y que las víctimas de un bando hayan visto restituida y honrada su memoria y las del otro no. Pero te digo una cosa: a mí no me gusta el término memoria histórica.
-¿Por qué?
-En primer lugar, porque es un término que pone el sustantivo en memoria y deja a la historia la condición de adjetivo: memoria histórica en lugar de historia memoriada, lo cual ya me parece sospechoso profesionalmente, porque coloca la verdad en el testigo y no en el narrador. El testigo tiene su verdad, pero esa verdad puede ser falible, puede revelarse equivocada cuando se coteja con los datos. Y testigos hay muchos, cada uno con una memoria individual de vivencias a veces realmente vividas y a veces soñadas o transmitidas por otros. La historia no se construye sobre memorias, sino a veces contra la memoria.
-O directamente contra imposturas conscientes, como el caso de Enric Marco, el expresidente de la Amical de Mauthausen, que se pasó años diciendo que había estado en el campo de Flossenburg y finalmente se reveló que no era cierto.
-Ése es un magnífico ejemplo de lo que digo, sí. Yo conozco muy bien a Benito Bermejo, el historiador salmantino especializado en los campos de concentración nazis y la presencia de españoles en ellos que desveló el fraude investigando y demostrando las incongruencias del relato de Marco. Pero sin llegar a ese extremo, sucede muchas veces que la labor del historiador corrige los errores de la memoria. Me estoy acordando, por ejemplo, de cuando entrevisté aquí en Cáceres a Santiago Carrillo. Carrillo decía cosas erróneas: por ejemplo, que en el año 1929 los estudiantes habían derribado y tirado por la ventana un busto de Alfonso XIII en la Universidad de Madrid, tras lo cual la Guardia de Asalto había asaltado la universidad y había habido fuertes enfrentamientos. Yo le decía: «Don Santiago, eso no es posible».
-La Guardia de Asalto fue una creación republicana.
-Exactamente. Bueno, pues te puedes imaginar cómo se puso: «¡¿Cómo que no es posible?!». «Pues no, Don Santiago, porque la Guardia de Asalto en 1929 no existía: existía la Guardia Civil, que operaba en el campo y en la ciudad, el Ejército y la policía municipal, entonces llamada Policía Madrileña. La Guardia de Asalto fue una creación del Gobierno provisional de la República en 1931 con motivo de los incidentes de mayo, así que en 1929 no existía». Yo creo que Carrillo no me creyó. Luego me decía: «En febrero de 1937, después de la derrota de Guadalajara?». «Don Santiago, en febrero de 1937 no hubo ninguna derrota en Guadalajara». «¡Si lo sabré yo, que lo viví!». «Pues le estará jugando una mala pasada la memoria, porque la batalla de Guadalajara fue del 8 al 23 de marzo de 1937. Estará usted hablando de la del Jarama». «¡No, no, Guadalajara!». Y así sucesivamente; miles de meteduras de pata así. Por eso muchos historiadores somos muy recelosos con respecto a la memoria, y si encima pretendemos que haya una instancia judicial que diga lo que tenemos que pensar? Un principio fundamental de la historia es la libertad de discusión, la libertad para contar tu versión de los hechos en el foro público basándote en tal prueba, en este argumento, en tal salto lógico. No puede haber un juez ni un gendarme detrás del historiador, como en el franquismo, para decirle lo que tiene que pensar. Ni en un sentido ni en otro. Tú puedes creer, como mucha gente, que el discurso de la República como régimen constitucional se compadece mal con que los anarquistas mataran al párroco de tu pueblo y ejecutaran a tu abuelo y violaran a tu madre. Pero no puedes imponerle a los historiadores esa versión basada exclusivamente en tu experiencia personal, porque igual que tú tienes tu verdad, otro tiene la suya, y cada uno de los siete mil millones de seres humanos que viven en el mundo tiene la suya. El historiador tiene que trascender eso con las técnicas profesionales propias de la historia. Lo bueno de la tradición intelectual occidental es precisamente que trata de someter lo que opine cada uno, sus recuerdos, sus vivencias, a una esfera superior privada e intersubjetiva, a evidencias críticas y a la explicación causal de un tiempo que viaja como una flecha del pasado al futuro a través del presente abierto. El anacronismo o la ucronía son delitos de lesa majestad en la explicación histórica.
-50.000 libros después, ¿se ha escrito ya la historia definitiva de la guerra civil?
-Nunca se escribirá. El de Clío [musa griega de la historia] nunca es un tribunal inapelable; siempre es apelable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario