En las tres semanas transcurridas desde el 26J, la inefable clase política de este país no ha hecho más que deshojar banalmente la margarita, exhibiendo añejas tácticas de seducción y tratando de cargarse de razones para defender lo indefendible.
Ahora llega la hora de la verdad, al constituirse mañana las mesas de las cámaras parlamentarias y ponerse por lo tanto en marcha el procedimiento tasado en el artículo 99 de la Constitución: este martes, el presidente del Congreso deberá llevar al Rey la relación de los grupos políticos con representación parlamentaria para que le jefe del Estado mantenga con sus portavoces la preceptiva ronda de entrevistas, tras la cual propondrá a un candidato a la investidura.
A la vista de la composición del Congreso, la mayoría minoritaria más evidente y natural es la formada por PP y Ciudadanos, formaciones de centro derecho que se asemejan entre sí por sus posiciones ideológicas aunque se diferencian en matices procesales nada irrelevantes: C’s enfatiza la regeneración política, la renovación del modelo, la lucha contra la corrupción. En campaña electoral, Ciudadanos supeditó cualquier pacto con el PP a la renovación de los cuadros dirigentes por parte de esta formación política, pero el 26J se produjeron resultados contundentes que parecen inhabilitar esta opción: Rajoy mejoraba su posición en más de cuatro puntos y 14 escaños en tanto C’s retrocedía levemente y perdía ocho escaños.
Sea como sea, PP y C’s suman 169 escaños, que forman una “mayoría suficiente”, muy superior a la que exhibió Aznar en 1996 e idéntica a la que mantuvo a Zapatero en el poder en 2008. Y resultaría muy difícil de explicar a los electores la imposibilidad de un pacto entre ambos, ya que las objeciones que se invocan por parte de C’s son subsanables mediante la negociación.
Esta fórmula no se consolida sin embargo con la simple abstención de Ciudadanos: requiere el voto afirmativo y la complicidad entre ambas fuerzas por la sencilla razón de que no basta acopiar los votos necesarios para la investidura parta lograr la estabilidad: un gobierno no puede funcionar con apenas 137 escaños, que son los que posee el PP, de forma que no resultaría razonable lanzar a Rajoy a gobernar sin más apoyos que los propios.
La clave de la situación es, pues, la cooperación PP-C’s, ya que si esta alianza se produce, el PSOE no tendrá más remedio que facilitar la implementación de la fórmula. Siempre ha sido así y así debe seguir siendo para consolidar esta tradición política que ya forma parte del modelo. La izquierda, por tanto, ha de quedar en la oposición, y al PSOE le corresponde arrinconar el populismo y recuperar la envergadura y el bagaje ideológico.
Con estas expectativas, la formación de las mesas parlamentarias de mañana debería acomodarse a la lógica de la situación. El PP podría entregar la presidencia del Congreso a Ciudadanos para consolidar el pacto con el partido de Rivera, o podría mantener la presidencia socialista a cambio de la permisividad del PSOE en la investidura. Este dilema no es en todo caso relevante ya que lo esencial es la agrupación del hemisferio conservador en torno a un gobierno de ese signo, que reúne esta vez 182 escaños, aunque el nacionalismo catalán, por razones obvias, no parezca en estos momentos el mejor socio estable de una coalición encabezada por Rajoy.
Antonio Papell
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