Sostiene el economista Fernando Fernández Méndez de Andés que una de las principales lecciones de la crisis financiera es que hay que evitar dos cosas. Una, las “unanimidades” a la hora de hacer política económica. Y otra, “reprimir voces contrarias al consenso dominante”.
Y eso es, precisamente, lo que hace Fernández en un opúsculo presentado este lunes en Bruselas, en el que parte de una premisa: “El BCE ha asumido un protagonismo que no le correspondía al intentar remediar una crisis que no era esencialmente monetaria”. Es decir, que el BCE ha adoptado un rol para el que no nació y al hacerlo “ha entrado en un territorio que le es ajeno”.
Los argumentos que ofrece el economista son contundentes. Pero hay uno que sobresale y que tiene importantes consecuencias. “La política de represión financiera”, asegura Fernández, supone “un subsidio al endeudamiento y una transferencia silenciosa de los ahorradores a los deudores”. Algo que explica, en su opinión, “el auge de ciertos movimientos ultranacionalistas”. Y para llegar a esta conclusión se apoya en que hasta los principales defensores de la unión monetaria en Alemania, como el Deutsche Bank, “se muestran crecientemente críticos con siete años de políticas no convencionales que amenazan la estabilidad a largo plazo de la eurozona”.
El documento considera que la política monetaria ultralaxa del BCE “ha ido demasiado lejos”. Y ello, afirma, ha provocado que Europa se haya quedado“sin margen de actuación” para un posible nuevo deterioro del escenario macro”. Fernández opina que cuando el BCE comenzó a actuar de una forma verdaderamente intensa, en 2015, “la situación económica no era tan crítica”. El miedo a la deflación explica ese comportamiento, pero en ese momento, asegura, la recuperación de la producción y el empleo en la eurozona eran un hecho”. Un error que se debió a que el BCE confundió un cambio de nivel de los precios absolutos con un problema de deflación.
El opúsculo está editado por Faes, la fundación vinculada al PP y a su expresidente, José María Aznar, y una de sus conclusiones es que la política monetaria de expansión cuantitativa sin límites, al ofrecer una salida políticamente fácil a las complejas cuestiones institucionales, “ha sido unaexcusa para retrasar algunas decisiones inevitables, como un Esquema Europeo de Seguro de Depósitos Bancarios o la creación definitiva de unFondo Único de Resolución Bancaria con capacidad propia de endeudamiento”. Pero es que, además, ha servido para aplazar una vez más las reformas estructurales necesarias para atacar el llamado estancamiento secular. Se trata de un salida “fácil, pero ineficiente y, con el tiempo, contraproducente”, sostiene.
Su análisis recuerda que tampoco “deberían ignorarse” los efectos negativos que las políticas no convencionales tienen sobre la rentabilidad y la solvencia del sistema financiero. Aunque admite que han podido contribuir a la recuperación del crecimiento y del empleo, constata que la política monetaria “ha mejorado la salud de los deudores bancarios y, por tanto, de las cuentas bancarias, al permitir la disminución de loen un escenario de tipos próximos a cero”. Pero dicho esto asegura riesgos que hoy son sólo incipientes.
Burbujas financieras
En primer lugar, la búsqueda de rentabilidades, aunque sean mínimas, que lleva a mayores niveles de riesgo y puede dar lugar a burbujas de activosen mercados concretos. En segundo lugar, se daña la rentabilidad de las entidades, al hacer menos rentable la transformación de plazos, un negocio central de cualquier banco. En tercer lugar, se permite que los bancos más débiles distribuyan beneficios a sus accionistas en vez de retenerlos para ampliar sus insuficientes niveles de capital, lo que genera oportunidades indeseadas de arbitraje regulatorio, y, en cuarto lugar, se acelera la desintermediación bancaria, con el consiguiente riesgo para los clientes y para el contribuyente, en la medida en que sólo responda a incentivos regulatorios o políticos y no al movimiento natural de las instituciones y los consumidores de productos financieros.
Es por eso, asegura, que parece poco coherente exigir a las entidades financieras más capital y mejor gestión del riesgo a la vez que se les presiona para que aumenten los niveles de concesión de crédito, se les penaliza por sus reservas o se les dificulta la obtención de márgenes de intermediación razonables. Por el contrario, afirma, el momento cíclico de las economías europeas “debería invitar a una calibración diferente de la política regulatoria a través del juego de loscolchones de capital, a la utilización inteligente de las políticas macroprudenciales y a una política monetaria menos agresiva”.
La cuestión central para juzgar la eficacia de la política monetaria actual, según Fernández, es si ese éxito relativo se debe a los tipos cero o a avances en el proceso de unión bancaria. Y su impresión es que “hay serias razones, teóricas y empíricas que hacen pensar que la integración financiera depende más de la irreversibilidad del proceso de unión monetaria que del 'stance' concreto de la política monetaria.
En definitiva, sugiere, “a pesar del éxito de las declaraciones del BCE y la oportuna agresividad política de algunas de sus acciones, creo sinceramente que la reducción de la fragmentación financiera es un éxito que cabe anotar en el haber de los tan denostados políticos europeos, sin cuyo compromiso la unión bancaria no sería hoy una realidad”.
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