Ni la izquierda ni la derecha dudan de que Antonio Gramsci (Cerdeña 1871-1937) es un pensador crucial
en el debate de ideas políticas del siglo XXI. El concepto más valioso
que aportó es el de “hegemonía”, la idea de que las élites no pueden
imponerse solo con el uso de instituciones represivas (policía,
ejército, sistema carcelario…), sino que necesitan cuajar una serie de
dogmas cotidianos que generen sumisión consentida (por ejemplo, que
siempre habrá ricos y pobres o que un asesor de Goldman Sachs trajeado
tiene más credibilidad que un sindicalista que se viste en Decathlon).
El talento del pensador italiano, diputado comunista, era tan evidente
que el fascismo italiano decidió neutralizarle condenándole a prisión.
A
pesar de las dificultades, los escritos de Gramsci siguen siendo
vitales. De hecho, existe en España una brillante generación de
ensayistas que están poniendo al día su legado. Hablamos de César Rendueles, Esteban Hernández, Carolina del Olmo, Alberto Santamaría y Emilio López Muiño.
Sus
análisis son demoledores: “los de arriba” tienen infinitos recursos
socioeconómicos y “los de abajo”, escasa organización, pero aun así
animan a implicarse en la lucha política. “Pesimismo de la razón, optimismo de la voluntad”,
que decía Gramsci. Casi todos ellos coinciden en su admiración por
ensayistas claros y contundentes, muchos de ellos superventas, como Naomi Klein, Owen Jones, Terry Eagleton, Thomas Frank, Barbara Ehrenreich, Manuel Sacristán y Ramón Fernández Durán.
Errejón, explicado a los mortales
Las cinco firmas mencionadas se han ganado además el respeto de su gremio y son habituales en los grandes medios de comunicación.
Ya no es raro encontrarte a alguno en televisión, programas de radio de
amplia audiencia y periódicos de gran tirada. Las contraportadas de sus
libros están llenas de elogios de figuras públicas como Joaquín
Estefanía, Alberto Garzón o Santiago Alba Rico, entre otros
intelectuales. Los cinco han hecho un esfuerzo por quitar el muermo a la izquierda, dotar sus libros de chispa periodística y no cerrarse a las grandes audiencias.
Su
trabajo se puede comparar al de los chavales que idearon este vídeo
viral titulado “Errejón subtitulado para los mortales (en cristiano)”.
Por supuesto, Errejón es el mayor especialista en Gramsci en habla
hispana (tanto en el campo teórico como en el práctico). Aquí nos
explican en tres minutos el concepto de “hegemonía” en lenguaje tan
llano que entra en lo macarra. Más abajo pasamos a un breve perfil de cada ensayista.
1. César Rendueles
Sin duda, el más popular de todos.
Su currículum académico es brillante, desde una tesis doctoral elogiada
internacionalmente hasta el impacto de su primer libro, ‘Sociofobia’
(2013), que lleva seis ediciones en España y ha sido publicado en media
docena de países. Los lectores del diario 'El País' escogieron el texto
como el mejor ensayo en castellano de aquel año. Rendueles (Girona,
1975) combina una densa erudición académica con un dominio de la cultura
popular y los conflictos cotidianos. Como Slavoj Zizek y Terry
Eagleton, escribe con la misma soltura de Hegel que de los chistes de 'Los Simpson'.
Estamos ante un autor ferozmente crítico con las dinámicas sectarias e identitarias de la izquierda tradicional,
pero muy comprometido en encontrar caminos institucionales que
garanticen los servicios públicos y la máxima distribución posible de
los recursos. En los últimos años ha publicado ‘Capitalismo canalla’
(2015), ‘En bruto. Una reivindicación del materialismo histórico’ (2016)
y la sustanciosa conversación con Joan Subirats 'Los bienes comunes'
(2016). ¿Una de sus ideas clave? “El problema de la tradición de
izquierda y emancipatoria es que llevamos la derrota metida en los huesos. No podemos confundir haber perdido tantas veces con pensar que no llevamos razón”, dice.
Sobradamente
conocido por los lectores de El Confidencial, es el menos propenso a
posicionamiento ideológico. Su gran aportación es explicar cómo toman decisiones las élites,
cómo mutan las prácticas de los gigantes corporativos y por qué las
soluciones clásicas del sistema han perdido toda su eficacia. Irrumpió
fuerte con ‘El fin de la clase media’ (2014), que recibió elogios unánimes
en su explicación del derrumbe del pacto social en España, ese que
decía que todo te irá bien en la vida si te licencias en la universidad,
inviertes en una hipoteca y respetas el camino marcado por la
tecnocracia neoliberal. Su segundo título, ‘Nosotros o el caos’
(2015), retrata los profundos cambios en la política de nuestro tiempo,
con una nueva derecha populista que se ha convertido en dominante
(mientras la gran mayoría de la izquierda mundial sigue sumida en sus rituales folclóricos y autorreferenciales).
Seguramente su mejor texto es 'Los límites del deseo. Instrucciones de uso del capitalismo del siglo XXI' (2016), donde traza una lúcida radiografía del momento sociopolítico.
“En nuestra sociedad predominan la inseguridad y el miedo,
especialmente (pero no solo) en lo material: unos no saben si van a
llegar a fin de mes; otros están en buena posición, pero no saben cuánto
va a durar en ese estatus; un tercer grupo piensa que puede que su vida
está solucionada pero que la de sus hijos va a ser mucho más difícil, y
otros piensan que quizá nunca se les dé una oportunidad. Vivimos en un equilibrio muy precario,
en el que nada tiene pinta de ser seguro. Y cuando estás en una
sociedad así, las complejidades son una fuente más de incertidumbre. La
inseguridad y el miedo van a devorarnos”, explica.
Inicialmente se interesó por el urbanismo, especialmente en cómo las grandes ciudades se convierten en máquinas al servicio de las élites,
mediante políticas públicas y privadas profundamente elitistas. Luego
se volcó en la política de los cuidados y en cómo hemos llegado a un
punto en que la crianza es prácticamente incompatible con el capitalismo
actual. Lo explica magistralmente en '¿Dónde está mi tribu?'
(2013), un ensayo que ha animado cientos de debates sobre nuestra vida
cotidiana. “El libro de Carolina es como ‘El club de la lucha’, allá
donde da una charla se funda un grupo de crianza centrado en intercambiar información y fomentar el apoyo mutuo entre familias”, me contaba hace poco un prestigioso librero.
¿Su tesis más polémica, antipática incluso para el feminismo moderno? Que son mucho mayores las presiones materiales para tener hijos
que las presiones sociales para que las mujeres funden familias.
“Vivimos de espaldas a la realidad de los cuidados, al hecho de que
todos hemos sido niños, todos hemos estado o estaremos enfermos alguna
vez y todos vamos a ser viejitos. Parece que fingiéramos que durante
todo el tiempo y durante toda la vida somos individuos autónomos, sanos e
independientes”, denuncia. ¿Otra idea esencial? “Mi distancia con
ciertos feminismos es su terrible negatividad. Hay mucho de: "¿Y dónde
están ellos?". Queda mucho que hacer para llevar a los hombres adonde
deberían llegar, pero cada vez se habla más de la nueva paternidad. A mí
no me apetece nada seguir discutiendo sobre si hay más o menos
directivas en el Ibex 35, comparado con dónde están los padres conscientes,
dónde están los hombres no competitivos, dónde los que defienden que la
sociedad del cuidado es la buena. Hay que mujerizar a los hombres”,
propone. ¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a dejar de competir
para empezar a cuidar?
Doctor
en Filosofía, imparte clases en la Universidad de Salamanca. Sus textos
recuerdan a gigantes del análisis cultural como John Berger, Terry
Eagleton y Thomas Frank. También a los textos de Rogelio López Cuenca,
seguramente el artista español actual más infravalorado. La tesis básica
de Santamaría (Torrelavega,1976) es que quien tiene un enfoque militante de la cultura no es la izquierda, sino la derecha.
“Los textos de la Fundación Botín afirman que el problema de la
sociedad es la falta de creatividad, que por eso ellos deciden invertir
en arte. Los Botín (sí, ¡los Botín!) nos acusan de que estamos
adocenados, dormidos, que somos conformistas y que la creatividad es la
clave para despertar. Pero ¿realmente quieren los Botín transformar la
sociedad? ¿Fue acaso Emilio Botín un marxista reprimido y cansado de
interpretar el mundo, que quería transformarlo a través de la
creatividad?”. Santamaría es experto en textos breves y sustanciales que
sacuden los tópicos dominantes en el mundo de la cultura, entendida en el sentido más amplio.
Ha publicado ‘La vida me sienta mal. Argumentos en favor al arte romántico previos a su triunfo’ (2015), ‘Si fuese posible montar una bruja’ (2016) y ‘Arte (es) propaganda’ (2016). El reciente y breve ‘Paradojas de lo cool’ es la mejor introducción a sus argumentos. “No quiero decir que el Ibex 35 se reúna los martes a las once para pergeñar venganzas contra la cultura,
sino que hay en el ambiente una forma de visión de la cultura que es
plácida para la derecha. Como señala David Deichter, mientras la
izquierda se miraba el ombligo la derecha supo muy bien qué hacer con la
cultura y con el arte. El neoliberalismo (como el liberalismo del XVIII
tipo Hume o Adam Smith) ha sabido que buena parte del presente se juega
a nivel sentimental, y que en la modulación del lenguaje y de los
sentimientos es posible producir narraciones efectivas y edificantes”.
Entre los grandes triunfos de la derecha destaca el mito individualista del emprendedor y reducir el debate cultural a cuestiones industriales como la bajada del IVA.
Embebidos en debates electorales, nos hemos olvidado del problema más urgente e importante que afronta la humanidad.
Por supuesto, hablamos de la crisis energética, los límites de los
recursos alimentarios y el cambio climático. Para comprender estos
conflictos en toda su complejidad, resulta imprescindible leer ‘Rutas sin mapa: Horizontes de la transición ecosocial’,
premio Catarata de Ensayo 2016. “Podemos contar con aproximadamente un
lustro para efectuar una gran intervención pedagógica con vistas a crear
un estado de opinión pública capaz de conformar una mayoría social en
pos del ecologismo. Me parece importante poner una fecha. Lo que intento
decir es que ya no se puede organizar una transición ordenada. Cinco
años es una fecha manejable a nivel mental. La oportunidad de hacer las
cosas bien ya la hemos perdido. En nuestro escenario, ya nadie nos libra de unos niveles de sufrimiento social alto.
Lo que quiere decir “cinco años” es que hay que actuar ya porque el
panorama es muy sombrío. Ya no podemos tomar tierra de manera normal,
solo intentar un aterrizaje de emergencia”, defiende.
El panorama que describe no puede ser más desolador. “Diría que parecemos condenados al ecofascismo.
Puede ser que estemos dispuestos a cualquier cosa para no renunciar a
esos pequeños privilegios. Quizá vamos a un escenario de élites
encerradas en chalés, que para pagar sus caprichos condenan al resto del
mundo a una especie de favelización”. ¿Qué cabe hacer contra eso?
“Afrontar la crisis ecológica es un tabú político, ya que los partidos
de izquierda y derecha saben que este asunto les hace perder votos.
Nadie quiere hablar de decrecimiento, ni de austeridad de consumo, que
no tiene nada que ver con la austeridad que impone la troika, sino con
ser capaces de autorrestringir nuestros impulsos y deseos.
Es
muy significativo que en el encuentro Un Plan B para Europa, que se
acaba de celebrar en Madrid, no se hablase en ningún momento de límites
de crecimiento económico o del deterioro ecológico. La idea de la
izquierda y de muchos movimientos sociales es seguir creciendo para
redistribuir”. Si queremos enfrentarnos en serio a este problema, Muiño
propone recurrir a un sentido de la disciplina y de la comunidad
similar al que unió a Europa para derrotar al fascismo en la Segunda
Guerra Mundial. También es muy recomendable su ensayo '¡No es una
estafa!, es una crisis (de civilización)', publicado en 2015.
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