domingo, 18 de mayo de 2014

La tenebrosa Europa...

El corazón de las tinieblas

Gustavo Adolfo Medina Izquierdo es economista y miembro de Economistas Frente a la Crisis
“Que el necio se asombre y se estremezca; el hombre sabe y puede mirar sin parpadear”
Joseph Conrad
Que nadie se llame a engaño. Europa sólo fue Europa hasta que se culminó con éxito la unificación alemana. Después, Europa sólo ha sido Europa mientras le ha salido a cuenta a determinadas élites económicas y financieras.
Pero desde que la Gran Recesión, o lo que ya va quedando de ella, puso la casa común del euro patas arriba, Europa ha dejado definitivamente de ser Europa para convertirse en una difícilmente asumible y opaca burocracia, lenta en sus movimientos y amancebada al capital financiero en sus principios, de la que muy poco cabe esperar y a la que, por el contrario, conviene temer y mucho.
Especialmente si se forma parte de ese cada vez más nutrido grupo de ciudadanos para los que llegar a fin de mes, con la dignidad que la condición humana merece, empieza a ser una quimera tan difícil de alcanzar como la de encontrar un puesto de trabajo que no sea temporal y precario.
Es innegable. Saturno ha acabado por devorar a sus hijos y, en ese ansia desmedida y ciega por blindar el statu quo económico y social de los muy pocos que, ya antes de la crisis, eran los dueños de casi todo, la madre de todas las políticas antisociales, el rodillo de la austeridad, ha dejado demasiados muertos en el camino.
Tantos como para hacer saltar las alarmas y poner en guardia, ahora que las elecciones al Parlamento Europeo están a la vuelta de la esquina, a quienes durante los cinco últimos años, desde algunos Gobiernos y casi todas las instituciones supranacionales, han hecho de la despreocupación por la desigualdad económica y el malestar social santo y seña de sus políticas.
Los damnificados por el estropicio organizado son, como se diría en términos bíblicos, legión. Los estamentos políticos lo saben y las instituciones europeas, financieras y no financieras, también. Por eso durante los últimos meses, de forma más o menos sibilina y, últimamente, a quemarropa, han decidido actuar y están actuando para acabar con cualquier atisbo de involución que pudiera encontrar su legitimación en las elecciones de finales de mayo.
En ese laberinto institucional y ajeno a la ciudadanía, que es a fecha de hoy la Unión Europea, el Parlamento carece del peso político que se le debe presuponer en cualquier democracia al órgano soberano por excelencia. Aún así, su relevancia es suficiente como para ejercer de palanca y posibilitar un cambio de paradigma que desencalle el futuro que se nos está negando, y nos permita abandonar un pasado reciente que no deja de lastrarnos.
En unos días los ciudadanos recuperarán la palabra y volverán a tener la posibilidad de hacerse oír, participando de forma activa en el proceso de construcción-aunque, dadas las actuales circunstancias, más propio sería decir de reconstrucción-de una auténtica Europa para la ciudadanía.
Y, en ese proceso, como bien saben los Gobiernos y los representantes de los Gobiernos que de forma opaca nos dirigen y dicen que nos representan en Europa, cualquier resultado adverso a los intereses del dogmatismo dominante supone una terrible amenaza para quienes han hecho de la crisis el sumidero por el que se deslizan y desaparecen los derechos económicos y sociales que han hecho de Europa la vanguardia de la esperanza en ese proceso inabarcable e irrenunciable de defender a cualquier precio, y en cualquier lugar del mundo, la dignidad humana.
Creámoslo o no, también el sueño de personajes como Merkel, Draghi o Durao Barroso produce monstruos. Y algo me dice que más de una décima de PIB, más de una calificación crediticia redentora, más de una medida aparentemente bienintencionada y más de un buen augurio económico tienen su origen en la necesidad de condenar a la irrelevancia democrática a quienes se resisten a que la idea de una Europa unida, cohesionada, social y democrática acabe en el vertedero de la historia.
Desde el corazón de las tinieblas, los ideólogos de la liberalización de los mercados de capitales, de la desregulación económica sin ambages, de la flexibilización del mercado de trabajo y del desmantelamiento del Estado del Bienestar trabajan a destajo para cortocircuitar cualquier atisbo de rebelión democrática que los idus de mayo pudiesen traer.
Y en su cruzada particular por defender unos intereses que, por pertenecer a tan pocos, resultan de por sí sospechosos, no dudan en poner en la picota de la credibilidad cualquier idea, cualquier institución, cualquier grupo o cualquier persona que simplemente se les oponga, empezando por las instituciones más vinculadas a la esencia misma de la democracia.
No lo duden. No hay mayor oposición, más incontrovertible, que la de los ciudadanos a pie de urna, vindicando y reclamando cambios profundos y duraderos en un modelo agotado, sospechoso y partidista que sólo satisface a quienes no entienden Europa más allá del Banco Central Europeo y de las reuniones del Eurogrupo.
Como defiende con vehemente humildad intelectual Thomas Pikkety, una sociedad, como la europea, en donde los muy ricos poseen toda la influencia económica, casi toda la influencia política y una parte nada desdeñable de la influencia social y cultural es una sociedad potencialmente indeseable, al menos para la mayoría de los ciudadanos que viven en ella.
Hagámoselo saber. No caigamos en la trampa, su trampa, de creer que estas elecciones no sirven para nada. La abstención, la no participación en el proceso político cuando nos corresponde, cuando tenemos la responsabilidad de manifestarnos, es su mejor y mayor baza.
Asumamos la responsabilidad que este momento histórico requiere, hagamos balance de estos últimos cinco años y formemos parte de esa justicia del pueblo en la que Abraham Lincoln tanto confiaba. Porque, tal y como afirmaba el propio Lincoln, no hay en el mundo esperanza mejor o que simplemente pueda igualarla.

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