El cine es un reflejo de la sociedad en la que vivimos. De nuestras preocupaciones, de nuestros gustos. No hay más que ver el éxito de Ocho apellidos vascos, una comedia sobre el entendimiento entre comunidades autónomas en una época en la que el sentimiento de pertenencia es usado como arma arrojadiza por nuestros políticos. Durante los últimos años también hemos visto un gran número de películas que hablaban de la maldita crisis. Sin ir más lejos este año títulos como Hermosa juventudMurieron por encima de sus posibilidades, o incluso Magical Girl, Torrente 5 y 10.000 Km trataban en mayor o menor medida de las consecuencias del fin del estado de bienestar español.
Hasta este año había un tema que nuestro cine no había tratado asiduamente. La transición. Pero no como ese intocable e idílico momento que se ha vendido durante décadas, sino con capacidad crítica. Analizando y parando nuestra mirada en sus zonas oscuras. Entender lo que fuimos para comprender lo que somos.
El triunfo de La isla mínima en los Goya es también la confirmación de que el cine español empieza a mirar a la Transición de forma crítica
Pero en 2014 se abrió la veda. Los estandartes de la Cultura de la Transición han ido cayendo, y cada vez son más las voces que quieren contar los primeros años de nuestra joven democracia. Este año murió Adolfo Suárez, abdicó el reyJuan Carlos y el bipartidismo se tambalea. Cada vez queda menos de aquella sociedad, y cada vez nacen más hijos cabreados de la Transición. El arte ha sido el primero en denunciar que no todo fue tan bonito como nos lo pintaron. Lo hemos leído en el libro de Gregorio Morán que Planeta censuró, El cura y los mandarines, y ahora también lo hemos visto en una pantalla de cine gracias a La isla mínima, de Alberto Rodríguez, el relato negro de un asesinato en las marismas y de una sociedad enfangada.
Y por si hubiera alguna duda de que la sociedad es representada por su cine,el filme de Rodríguez se ha llevado 10 Premios Goya, entre ellos los más importantes, el de mejor película y mejor director. Lo hizo en una gala en la que no hubo ninguna película nominada sobre la Guerra Civil.
Fotograma de 'La voz dormida', de Benito ZambranoFotograma de 'La voz dormida', de Benito Zambrano
El cine español ha saltado de época, y ha pasado del conflicto bélico a los primeros años de democracia. Se destruyen de esta forma todos los tópicos que existen sobre la temática de nuestras películas. Una creencia falsa, ya que el porcentaje de películas sobre la Guerra Civil que se han dirigido es ínfimo en comparación con los títulos producidos. Pero es cierto que mientras muchas obras sobre los años de contienda han estado nominados en los Goya (La voz dormidaLos girasoles ciegosLas 13 rosasPa negre…), casi ninguno había intentado desenmascarar la sociedad posfranquista.
Hablan sus creadores
Desde que se presentó La isla mínima en el Festival de Cine de San Sebastián se habló de su músculo político. De la capacidad de Rodríguez y de su coguionista Rafael Cobos (ganadores del Goya) para envolver en el cine de género la radiografía de una época, de un lugar y de sus gentes. En esta ocasión una Andalucía donde la modernidad no terminaba de llegar y los trapicheos estaban a la orden del día. Los propios actores y creadores de la obra no han escondida nunca su intención de mostrar una visión diferente de la Transición desde la excusa del thriller.
Había una especie de historia no oficial de la Transición que era muy interesante. Había una sociedad crispada, con ilusión, pero había mucho enfrentamiento que nos cuadraba en la historia que teníamos
La isla mínima no es sólo un thriller policiaco. Una de las lecturas más interesantes que tiene es el contexto político y social del país en aquella época. Está contado de una forma muy sutil, pero es una puerta que se abre al espectador. El personaje de Raúl Arévalo quiere cambiar la estructura de la policía y del país, en contraposición con el mío, que viene de la brigada político-social y que intenta amoldarse a los nuevos tiempos pero sin poder sacudirse esa losa de oscurantismo de tiempos pasados”, decía Javier Gutiérrez resaltando otra de las virtudes del filme, el representar en sus dos protagonistas dos Españas diferentes. Una con ganas de democracia, otra obligada a adaptarse y anclada en el franquismo.
La idea de ambientar su trama de asesinatos y secuestros en un espacio temporal y político tan concreto nació gracias a dos documentales, Atado y bien atado y No se os puede dejar solos, realizados por los hermanos Bartolomé en 1981. “Los documentales eran fantásticos, porque están editados en el 81 y no tienen perspectiva histórica. Son la opinión de la gente de la calle sobre lo que estaba ocurriendo. Te encontrabas con que había una especie de historia no oficial de la Transición que era muy interesante. Había una sociedad crispada, con ilusión, pero había mucho enfrentamiento que nos cuadraba en la historia que teníamos”, confesaba Alberto Rodríguez a este periódico.
Raúl arévalo y javier gutiérrez en 'la isla mínima'Raúl arévalo y javier gutiérrez en 'la isla mínima'
Comprendió entonces que entre esa democracia inmadura y la actualidad había muchos vínculos que había que explorar. “En las dos épocas había una crisis económica galopante, gente que se estaba yendo del país a probar fortuna en otra parte, había incluso problemas con la distribucion del territorio y con la ley del aborto”, explicaba.
Javier Gutiérrez también cree que la sombra de aquella época se nota entre nosotros, especialmente entre nuestros representantes políticos: “Todavía queda algún que otro tufillo de aquella época, no han cambiado tanto las cosas. Ahora el poder político sigue teniendo impunidad absoluta, a la vista está el caso de los sobresueldos, el de Jordi Pujol y otros tantos ejemplos”.
Los jóvenes primero
Antes de que Alberto Rodríguez y La isla mínima criticaran la Transición española, dos directores españoles casi desconocidos habían revolucionado el circuito de festivales con dos propuestas que hablaban de aquella época. Se trata de Luis López Carrasco, que en El futuro planteó  una fiesta ochentera la noche de la victoria socialista del 82, y Daniel Castro, que enIlusión monta una comedia alrededor de un imposible musical sobre los Pactos de Moncloa.
Todavía queda algún que otro tufillo de aquella época, no han cambiado tanto las cosas. Ahora el poder político sigue teniendo impunidad absoluta
Dos herederos de la Transición que hablaron en este periódico sobre su sensación de engaño y decepción cuando echan la vista atrás: “Tengo la impresión de que durante 31 años he vivido en un lugar fantástico e imaginario, pero que se ha rasgado un velo y nos encontramos en un país subdesarrollado en el que entraba un montón de dinero y ha dejado de entrar. Y vemos a los dos partidos mayoritarios echándose la culpa de cuándo había empezado la burbuja. Me pareció interesante que ningún medio se hubiera planteado qué ocurrió en los años ochenta, porque creo que ahí surgió en parte nuestra imagen como sociedad civil y cultura democrática”, planteaba López Carrasco.
Todos ellos han sido los pioneros, pero seguro que esto es solo el comienzo de una revisión histórica en la que el cine tiene mucho que decir.