Mario Draghi: "Si ser cabeza de turco es el precio que debo pagar por un trabajo bien hecho, lo pago con gusto"
Giovanni Di Lorenzo - XL Semanal
No suele conceder entrevistas y poco se sabe de su vida privada. Sin embargo, este economista italiano pone a los mercados en pie. Y solo con abrir la boca. Lo demostró en 2012. Entonces, con un simple «haré todo lo que haga falta para salvar el euro» logró que la prima de riesgo española cayera como por ensalmo. Este 2015 lo ha vuelto a hacer. Ha dado aliento a nuestra maltrecha economía anunciando la compra de bonos soberanos. Odiado por Alemania y temido por el resto, el presidente del Banco Central Europeo asegura que solo hace su trabajo. Hablamos con él.
Mario Draghi (Roma, 1947) presidente del Banco Central Europeo (BCE) tiene grabada en su memoria esta lección de su padre, un caballero del siglo XIX que entró a trabajar en un banco, desde abajo, y que casi no tuvo tiempo de enseñarle nada más porque murió cuando Draghi tenía solo 15 años. Su madre murió poco después. Y el adolescente Draghi se convirtió en el cabeza de familia con dos hermanos menores a su cargo. «Hijo, ante la adversidad, valor».
Casi toda una vida más tarde, en 2012, en las circunstancias más adversas que ha vivido la Unión Europea desde su nacimiento, Draghi llegó al BCE. Y le echó valor. «Haré todo lo que haga falta para salvar el euro», anunció. «Créanme, lo que haga falta». Y los mercados lo creyeron. Las primas de riesgo bajaron. A finales del pasado enero, el guardián del euro salió de nuevo a la arena y anunció que inyectará 60.000 millones de euros mensuales para reactivar las economías de la zona euro. Esta vez, la pregunta no es si lo creerán de nuevo los mercados, sino la desmoralizada ciudadanía.
Draghi es un enigma. Se sabe poco de su vida. A los 19 años conoció a la que sería su mujer, Serena. El noviazgo duró siete años. Se fueron a Boston, donde Draghi sería el primer italiano en doctorarse por el MIT. Tienen dos hijos y un nieto. Tiene fama de austero, se ha bajado el sueldo un diez por ciento y en su etapa como vicepresidente de Goldman Sachs iba en metro. Por cierto que es el capítulo más oscuro de su biografía, pues ese banco de inversión diseñó el plan de ingeniería financiera que permitió a Grecia maquillar sus cuentas y entrar en el euro en 2002. Antes pasó por el Tesoro italiano. Fue entonces cuando se granjeó el mote de Super Mario. También lo llamaban Míster Dónde Está... Porque es rápido. Puede pasarse una hora sin mover un músculo en una reunión. Pero, cuando la da por terminada, no pierde un segundo.
En 2011, cuando se conoció que era uno de los candidatos a la presidencia del BCE, el diario sensacionalista alemán Bild tituló: «Mamma mia!». Y dijo que «para un italiano la inflación es algo tan normal como el tomate sobre los espaguetis». A pesar de las reticencias germanas, la credibilidad de Draghi sigue intacta.
XLSemanal. Goza usted de una reputación unánime. Luca di Montezemolo, antiguo presidente de FIAT y Ferrari y que estudió en la misma escuela de Roma que usted, aseguró que usted siempre era el más serio y competente de todos... Mario, el alumno modelo.
Mario Draghi. Exagera. Nunca me he considerado el mejor, en absoluto. Iba al colegio porque me mandaban al colegio.
XL. Quizá usted haya sentido el peso de la responsabilidad antes que otras personas: perdió a su padre cuando tenía 15 años, su madre falleció poco después. Se vio convertido de repente en un joven cabeza de familia.
M.D. Me acuerdo de una vez, con 16 años, que volvía de pasar las vacaciones en el mar con un amigo. Él se fue a su casa, era libre, podía hacer lo que le apeteciera. Yo, por el contrario, me encontré al llegar con un montón de cartas de las que había que encargarse, con facturas que había que pagar. Pero los jóvenes no se paran a pensar sobre lo que tienen que hacer ni cómo hacerlo. Simplemente se ponen manos a la obra. Es un aspecto importante, te protege de caer en la depresión incluso en las peores circunstancias.
XL. Usted entendió muy pronto lo que hay que hacer para salir adelante en la vida. Trabajar, por ejemplo.
M.D. La fe en el trabajo duro es algo que nos enseñaron mis padres. Mi padre solía decir que el trabajo es el elemento más importante en la vida de una persona.
XL. ¿Qué más le transmitió su padre?
M.D. La importancia de atenerse siempre a las propias convicciones... y con coraje si es necesario. Una vez, me contó que en una plaza de una ciudad alemana había un monumento con una inscripción que decía más o menos lo siguiente: «Si has perdido dinero, no has perdido nada, puedes recuperarlo con un buen negocio. Si has perdido el honor, has perdido mucho, pero puedes recuperarlo mediante un acto heroico. Si has perdido el coraje, lo has perdido todo».
XL. Usted nació en 1947. ¿Se sintió tentado alguna vez de unirse a los movimientos de protesta del 68?
M.D. Sentía simpatía por algunas cosas que planteaban, como su crítica hacia una cultura que considerábamos obsoleta, pero solo me involucré de forma marginal. En aquella generación era típica esa mezcla de actitud crítica y confianza en uno mismo debida a que el mundo estaba...
XL. ... que se le abrían muchas opciones...
M.D. Efectivamente. Recuerdo que mis amigos y yo recibíamos muchas ofertas de trabajo tras la graduación. Al mismo tiempo nos sentíamos indignados de que nuestras instituciones, nuestras universidades y nuestro país fuesen incapaces de funcionar mejor, de enfrentarse al reparto desigual de la riqueza...
XL. ¿Se sentía próximo a algún grupo político?
M.D. No. Mis convicciones eran equiparables a lo que hoy se consideraría el ideario del socialismo liberal, es decir, no extremista.
XL. ¿Nada de rebelión abierta, nada de llevar el pelo largo?
M.D. El pelo sí lo llevaba largo, pero no muy largo. Además, no tenía padres contra los que poder rebelarme.
XL. Personas cercanas a usted dicen que la época que más le marcó fueron los cinco años que pasó en los Estados Unidos a partir de 1971. ¿Es cierto?
M.D. Lo es. Antes, me ha preguntado usted si hubo un momento en el que entendí lo que significa el trabajo. Pues bueno, fue en los Estados Unidos donde aprendí lo que es el trabajo duro y lo mucho que hay que trabajar.
XL. ¿En concreto?
M.D. Al principio, solo me admitieron en el MIT como 'estudiante especial', es decir, por un periodo de tiempo limitado. Para convertirme en un estudiante normal, tenía que convencer a mis profesores de que merecía la pena que me quedara allí. Mi beca cubría los gastos de alquiler y matrícula solo de los dos primeros años. Para pagarme todo lo demás, tenía que trabajar. Afortunadamente, el MIT ayudaba a los estudiantes ofreciéndoles la oportunidad de dar clases pagadas. Más tarde, cuando nació mi hija, conseguí un empleo en una empresa de ordenadores a unas 40 millas de Boston. Un día normal consistía en ir a la facultad, estudiar para los exámenes y más tarde escribir la tesis, impartir las clases que me encargaban y luego ir a trabajar a la empresa de ordenadores. No era imposible, pero sí que era un día muy largo, a veces de 18 horas. Aquello le habría enseñado lo que es el trabajo duro a cualquiera.
XL. ¿Era consciente de que formaba parte de una élite?
M.D. Por supuesto que sí. El MIT solo aceptaba a unos pocos estudiantes, de 20 a 25 al año. Pero era una élite muy especial, una élite en la que tenías que ganarte tu sitio cada día.
XL. ¿Cómo eran las cosas en aquellos años?
M.D. Bueno, sentía que iba madurando en un entorno profesional muy abierto, en el que se te valora por lo que sabes hacer: un lugar en el que eres lo que haces.
XL. ¿Sentía nostalgia de Italia?
M.D. Un poco de nostalgia sí tenía. Pero en la Italia de los años setenta las cosas no iban muy bien. Había terrorismo, una tasa de inflación que llegaba al 20 por ciento...
XL. ¿La inflación le devoró la herencia de su padre?
M.D. La herencia no era muy grande, pero suficiente para pagarnos los estudios a los tres hermanos. La primera vez que volví a Italia en 1976 me encontré con que todo lo que quedaba de nuestra herencia era apenas el equivalente a unos pocos cientos de euros. El motivo es que el juez del Juzgado de Familia había ordenado al tutor de mis dos hermanos pequeños que invirtiera el dinero en bonos del Tesoro a plazo fijo. Aquello hizo que el dinero se volatilizara.
XL. Así que, en ese punto, entiende perfectamente a los alemanes y su miedo a la inflación.
M.D. Eso es clave: en Alemania, algunos dicen: «¡Ah, ese italiano, ya verás como al final va a hacer que la economía alemana entre en inflación!». Y yo les explico que la inflación alemana fue en los años veinte del siglo pasado. Mi experiencia con la inflación está mucho más cercana. Aquellos fueron años difíciles. Cuando volvimos a Italia, nos fuimos a Trento porque me concedieron allí mi primera plaza de profesor universitario.
XL. En aquellos años, Trento era un punto caliente en el plano político, un baluarte de la extrema izquierda.
M.D. Sí, era una universidad muy de izquierdas, hasta el punto de que algunos estudiantes acabaron convirtiéndose en terroristas. Y mi trabajo consistía precisamente en enseñarles a los estudiantes cómo funciona la economía capitalista, lo que había aprendido en el MIT.
XL. ¿Cómo lo hizo?
M.D. No fue fácil, pero sí gratificante.
XL. ¿Aquellos estudiantes de Sociología no protestaron nunca contra usted?
M.D. No, pero sí tengo una anécdota curiosa. Tuve que impartir un seminario sobre un texto escrito creo que por Paul Samuelson, un texto sobre el capitalismo en el que se explicaban algunas de las diferencias con la economía marxista. Cuando ya se iba acercando la fecha del examen, los estudiantes vinieron a verme con una sugerencia: «Señor profesor, queremos hacer un examen de grupo». Me quedé mirándolos un instante y les dije: «Vale, lo haremos así: si ese estudiante contesta la pregunta correctamente, todo el grupo aprueba el examen. Pero, si no lo hace, todo el grupo suspende». El estudiante al que le hice la pregunta no contestó bien, así que todo el grupo suspendió. Pasó lo mismo unas cuantas veces, y cada vez iban siendo menos los que querían hacer el examen en grupo, hasta que al final los estudiantes decidieron que era mejor examinarse individualmente.
XL. ¿Su convicción sobre las bondades del sistema capitalista se han ido debilitando con el paso de los años?
M.D. Comparto la visión de una sociedad en la cual los incentivos individuales sean importantes e indispensables para el correcto funcionamiento de los mercados. Eso nunca ha variado.
XL. ¿Qué es lo que más le ha decepcionado del sistema capitalista desde sus años de estudiante?
M.D. Bueno, sí, hay algunas cuestiones. La reciente crisis financiera ha sido una de esas decepciones.
XL. ¿La crisis de 2008?
M.D. Exactamente. Y luego está, cómo lo diría, esa inestabilidad depredadora...
XL. ¿Qué quiere decir con 'depredadora'?
M.D. Ya conoce ese dicho inglés: «El ganador se lo lleva todo». No creo que eso sea siempre lo justo y lo adecuado, especialmente en entornos donde la movilidad social es limitada: ¡los ganadores que se lo llevan todo suelen ser siempre los mismos! Pero no es solo una cuestión ética, es que además acaba generando inestabilidad.
XL. Y sobre la crisis de 2008, ¿qué tiene que decir el antiguo alto directivo de Goldman Sachs? ¿Los expertos no pudieron preverla?
M.D. Sí, en buena medida sí, aunque evidentemente ni con mucha precisión ni en sus terribles dimensiones. Se la podía haber visto venir algunos años antes de que tuviera lugar, de hecho fue prevista por algunos economistas. Los propios protagonistas sabían que las cosas no podían seguir como iban. El sector financiero había invadido los mercados. Se había producido una reducción de la calidad de los créditos piense en las hipotecas subprime de los Estados Unidos y también de los controles, de la vigilancia en la concesión de los préstamos... En fin, había indicios más que suficientes. Además, a comienzos del siglo se derogaron leyes que habrían ayudado a aliviar la crisis. Desde entonces se ha hecho mucho para reforzar esas reglas y normativas.
XL. ¿Se siente incomprendido por los alemanes?
M.D. Sí, creo que es así...
XL. ¿De quién es la culpa de esta falta de entendimiento, de Alemania o de Mario Draghi?
M.D. Mi posición es bastante sencilla: tenemos el mandato de garantizar la estabilidad de los precios. El Banco Central Europeo se creó siguiendo la tradición del Bundesbank alemán. Pero hay una gran diferencia, y es que el BCE no es solo responsable de un único país, sino de 19. Diría que ese es el mensaje que algunos tendrían que entender en Alemania. Y sí, hay algunas personas que no quieren entenderme.
XL. Bueno, los alemanes esgrimen que por qué hay que recompensar con créditos e intereses bajos a países que no han cuadrado bien sus presupuestos y que durante décadas no han sabido implantar reformas, haciendo pagar así a los países que sí han hecho sacrificios.
M.D. Es que eso no es cierto. Gracias a la estricta supervisión llevada a cabo precisamente por los gobiernos de esos países trabajadores, en realidad no han tenido que pagar mucho, en el caso de que hayan tenido que pagar algo. Pero las instituciones europeas también han desempeñado un papel importante. El BCE no ha registrado pérdidas hasta la fecha, y todos los años reparte miles de millones de beneficios entre sus miembros, incluido el Bundesbank, que a su vez se los transfiere al Ministerio de Finanzas, es decir, al ciudadano alemán.
XL. Esta explicación...
M.D. Permítame que le diga algo con toda claridad: la política del Banco Central Europeo no consiste en castigar al ahorrador alemán ni en recompensar a los países más débiles. Es mantener un índice de inflación algo por debajo del dos por ciento en toda la eurozona. Para alcanzar ese nivel en la actual fase económica, tiene que mantener los tipos de interés bajos y avanzar hacia una política monetaria expansiva que acompañe al crecimiento. Esa es la clave; no castigar o premiar a nadie. Pero a veces resulta complicado explicar esto a los alemanes, incluyendo conversaciones con algunos políticos.
XL. Sí, ¿qué le dicen?
M.D. Dicen: lo que consigues así es eliminar los incentivos para que esos países lleven a cabo las reformas.
XL. ¿Y usted qué contesta?
M.D. Nuestra tarea no es, ni puede ser, hacernos cargo de las reformas que tienen que aplicar los distintos gobiernos, entre otros motivos porque carecemos de la legitimidad democrática para hacerlo. ¿De verdad cree alguien que al ahorrador alemán le iría mejor si intentásemos subir los tipos de interés? ¡La respuesta es no!
XL. ¿Por qué?
M.D. Porque provocaríamos inflación y recesión. Cualquiera puede ver que, en la situación económica actual, lo que hay que impulsar es una política monetaria expansiva. Si la política económica fuese restrictiva, cada vez más empresas irían a la quiebra. Y los tipos de interés a corto plazo caerían aún más.
XL. ¿Y por qué necesitamos tener inflación, aunque sea muy baja?
M.D. Sí, ¿por qué? Esa lección la hemos aprendido de Japón. Allí no existía este objetivo del dos por ciento, y los precios empezaron a caer en los años noventa. Pero el problema no era que los precios cayesen, sino que la gente pensaba que no volverían a subir nunca, que seguirían cayendo cada vez más. Así que dejaron de comprar cosas porque pensaban que podrían conseguirlas a menor precio más adelante. La producción cayó, así que los precios cayeron aún más, y la economía se fue ralentizando. No estamos en esa situación, no todavía.
XL. Eso que usted describe es lo que se llama 'deflación'.
M.D. Sí. Y lo único que la contrarresta es la credibilidad de nuestro objetivo de inflación, cuyo cumplimiento exige que continuemos con nuestra política monetaria expansiva.Nuestra política monetaria expansiva ha contribuido a que vuelva a fluir el crédito a las empresas. Pero eso no basta. Si las empresas no aumentan su productividad, no serán competitivas.
XL. Eso significa que los países y las empresas tenemos que acometer más reformas.
M.D. Exactamente. La productividad debe aumentar en los países del sur de Europa. Llevo años diciéndolo: nosotros nos estamos encargando de nuestra parte, pero los gobiernos también tienen que hacer la suya.
XL. La bajada del precio del petróleo está beneficiando a muchos países; pero, incluso con ella, los países en crisis, como España, progresan con lentitud. ¿No le asalta la duda de si sus medidas están sirviendo de algo?
M.D. Mire, en sí, los precios del petróleo a la baja son algo bueno, pero en tanto que tienen un impacto negativo sobre las expectativas inflacionarias de la gente dejan de serlo. El peligro es que la gente pueda empezar a creer que no se volverá a una tasa de inflación del dos por ciento a corto plazo, ni siquiera en cinco años. Y bastaría con que se diera ese factor para incrementar el riesgo de recesión. ¿Puedo mostrarle la curva de previsión de inflación? Es sorprendente.
XL. Sí, enséñemela, por favor.
M.D. Mire esto [tiende un papel]: la tasa anual de inflación prevista para el año siguiente solía situarse en torno al 1,77 por ciento; y ahora es solo del 0,37 por ciento.
XL. ¿Y qué significa eso?
M.D. Significa que el riesgo de deflación sigue siendo bajo, pero que con toda seguridad es mayor que hace solo un año.
XL. ¿Teme más a la deflación que a la inflación?
M.D. Ninguna es deseable. Pero, para un banco central, la inflación es más fácil de combatir que la deflación. ¿Por qué? Cuando hay inflación, subes los tipos de interés. De esa manera, el precio del dinero aumenta, el volumen de dinero en circulación disminuye y la presión sobre los precios y los salarios se reduce. Con la deflación, la cosa es más complicada.
XL. Si algún país deudor es incapaz de devolver sus préstamos, el escenario es inquietante, pero ¿qué ley estipula que todos los países tengan que permanecer en la eurozona a cualquier precio?
M.D. Nuestros países quisieron adoptar el euro como paso fundamental en un proceso que debía conducir a una unidad mayor y más profunda de Europa. El euro es irreversible.
XL. ¿Qué habría de malo en que Grecia saliera de la unión monetaria? ¿La UE no podría encajarlo bien?
M.D. Le ruego que comprenda que preferiría no comentar nada a este respecto, cualquier declaración mía podría usarse políticamente. Especular sobre una posible salida de la moneda única carece de sentido.
XL. Bueno, se trata de una reflexión económica, pero sobre todo política.
M.D. Es tanto política como económica. ¿Me está preguntando que por qué creo que el euro es irreversible? Pues porque es parte del Tratado. Pero imagínese qué pasaría si el euro desapareciera. Si todos los países empezaran a devaluar, los precios dejarían de ser estables. ¿Les iría mejor a esos países donde las protestas por las reformas y la consolidación presupuestaria son mayores si se salieran de la zona euro? Tendrían que continuar con las reformas en cualquier caso. No puedes devaluar indefinidamente, hacerlo llevaría a una subida de los precios.
XL. En Alemania, lo consideran una persona con una especial comprensión hacia el sur de Europa. ¿Se ha encontrado alguna vez teniendo que defender a Alemania delante de españoles o italianos?
M.D. Hay un prejuicio igual de grande e igual de irracional hacia Alemania que el que hay en Alemania hacia el sur. Es tarea de todos combatir esos prejuicios y comportarnos de manera que no los reforcemos.
XL. ¿El prejuicio es que Alemania quiere someter a Europa?
M.D. En Italia, pero también en otros muchos países de la eurozona, no se comprende suficientemente bien que, en el marco de una unidad monetaria, nuestras decisiones políticas tienen efectos sobre los demás miembros. No podemos seguir actuando como si estuviéramos solos en el mundo.
XL. ¿Le ofende que se lo acuse de ser un agente de los países del sur?
M.D. Sí.
XL. ¿Se ha resignado a llevar esa etiqueta? ¿Qué está haciendo para contrarrestarla?
M.D. No acepto ninguna etiqueta, lo que hago es argumentar con hechos. En el BCE somos responsables de la estabilidad de los precios. No estamos ahí para beneficiar a tal o cual país ni para castigar a los ahorradores alemanes. Lo repito constantemente, pero...
XL. ... ¿pero es un mensaje difícil de transmitir?
M.D. Lo único que puedo hacer es citar a Paul Krugman: «Cuando la fe choca contra las evidencias, las evidencias no tienen ninguna posibilidad». La simplificación del debate lleva a conclusiones erróneas. Un gran economista alemán, Rudi Dornbusch, solía decir: «Las cuestiones complicadas tienen respuestas simples y equivocadas».
XL. ¿A veces tiene la sensación de que se le está usando como cabeza de turco... por ambos bandos?
M.D. Si ese es el precio que hay que pagar por un trabajo bien hecho, lo pago con gusto. Pero, si hay una cosa clara, esa es que nadie ha ganado todavía unas elecciones en Europa invocando mi nombre...
No hay comentarios:
Publicar un comentario