En este caso sabe de que vá, coincido plenamente.
He sido un gran seguidor de Gino Vannelli, artista canadiense que, probablemente, sólo le sonará a los muy cafeteros. Allá por los fructíferos mediados de los setenta, Vannelli grabó un disco memorable titulado Powerful people, del que destacó una balada descreída y burlona titulada Felicia que resulta ser todo un monumento al buen gusto y la sencillez. La descubrí, cómo no, escuchando a mi siempre maestro Jordi Estadella en la imprescindible RJ´2 de Barcelona. Estadella, Comellas, Pallardó, Rodríguez seleccionaban la música más elegante de todas las FM de la época, que poco tenían que ver con las fórmulas programadas de hogaño; digamos que eran territorios más libres. A Estadella le pegaba, en su inmensa clase, una canción como aquella.
Ahí me aficioné a Vannelli, canadiense como digo y no italiano, compatriota de extraordinarios artistas: Neil Young, Bryan Adams, Celine Dion, Michael Bublé... y también el cretino de Justin Bieber, pero no mezclemos. Vannelli es la elegancia elevada al grado sumo, al desparrame. Loconfirmó en un par de discos posteriores que son obras de arte: Pauper in paradise yBrother to brother, explosiones de creatividad casi sinfónica. No digo que sea un artista fácil, pero sí que merece la pena investigarlo: aparecía y desaparecía y era un tanto irregular, pero exageradamente sólido. Al llegar los noventa le sobrevino ese inevitable ataque de espiritualidad que les entra a algunos creadores y que los lleva a aislarse en comunidades un tanto raras. Anduvo cinco años medio oculto y después, solventados algunos problemas con las disqueras, grabó un par de piezas -ya digitales- libres de toda sospecha. En los ochenta vivió lo mismo que vivieron George Michael o Prince: desavenencias y desencuentros con las empresas discográficas que le llevaron a ciertas travesías de desiertos. Al tener menos envergadura que los mentados, Vannelli lo pasó regular.
¿Y a cuenta de qué traigo hoy a este tipo?: pues a cuenta del concierto que ofreció en Los Ángeles hará un año y medio, al que, como podrán imaginar, no pude ir, pero sí dedicar una tarde a verlo y escucharlo en condiciones excelsas: con un vaso y un habano. El concierto, grabado en DVD, me lo hizo llegar mi camello musical José Luis Salas (ahora también me surte Carlos Moreno El Pulpo, otro agonías de los archivos y los tesoros como nosotros). Me advirtió el Salas, loco de Vannelli como este cura, que se trataba de una excelencia. Y ciertamente lo era, lo es. El canadiense ha cambiado muy poco de aspecto, sigue con ese elegante melenón que lucen los que se peinan con la yogurtera y que ya lucía en los setenta y tiene la voz calcada. La banda que le acompaña, producida por sus hermanos Claude y Ross, es de una calidad veterana que da la impresión de ser capaz en cualquier momento de liberarse hacia el jazz. De hecho, Vannelli ha coqueteado mucho con ese estilo en su recorrido peripatético por todas las músicas. Vengo a decir que el sonido excepcional de su banda y la claridad de su voz y de su mente creadora como compositor no ha decaído: escuchando Appaloosa me parecía estar con los auriculares de mi tocata de entonces saboreando cada matiz de este individuo insospechadamente bueno. La clase que atesora es demoledora, y la hondura de sus creaciones, también.
Quienes quieran ver el concierto como hice yo en una tarde de sabor y olor a la altura de los mejores momentos vividos, sólo tienen que asomarse a YouTube. Concierto Gino Vannelli Live in L. A. 2014. Es el primero de la lista. Ojo: hay otro de 2015, pero es una toma de aficionado sin calidad alguna. El primero es profesional. He consultado su gira de primavera-verano y lo más cerca que pasa es por Roma a primeros de julio. A mediados de noviembre anda por Beverly Hills, en el Saban Theatre; menudo pelotazo acercarse a verlo... (No dejen de escuchar Felicia).
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