Si la economía es, como dijo Thomas Carlyle, la ciencia lúgubre, es probable que tras el debate de este domingo en La Sexta se haya convertido en un deporte olímpico. Lo importante son las marcas: cuántos empleos destruyóZapatero (De Guindos); cuánto ha subido la presión fiscal con Rajoy (Jordi Sevilla); cuánto derroche de talento está destruyendo el PP (Garicano) por haber dejado tirado el sistema educativo, o cuánto cosas se podrían hacer subiendo la presión fiscal a los ricos (Garzón).
Así es como transcurrió hora y medio de debate sobre las ofertas económicas de los cuatro principales partidos del arco parlamentario, sin que en los 90 minutos se deslizara alguna novedad. Ni siquiera una idea original, aunque fuera solo para sorprender a los espectadores.
De nuevo el pasado contra el futuro. O lo que es lo mismo, los cuatro años de Rajoy (y la anterior legislatura de Zapatero) contra lo que tiene por delante la economía española. Lo importante en este tipo de debates, sin embargo, no es lo que se diga, sino cómo se diga, lo que explica que unos y otros lanzaran cifras sesgadas con medias verdades. O medias mentiras, como se prefiera.
El ministro De Guindos, por ejemplo, es capaz de insistir hasta la saciedad en que el gasto social ha crecido en 50.000 millones de euros desde 2007. Y es verdad, pero parece olvidar que desde entonces hay 1,1 millones más depensiones contributivas y el doble de parados. Y aunque este Gobierno (en funciones) ha hecho cosas en la buena dirección, no parece responsable de loscambios demográficos. Y gastar mucho dinero en prestaciones de desempleo no parece tampoco un marchamo de gloria.
El plusmarquista de la cuestión social, en todo caso, es Garzón, mitad comunista y mitad socialdemócrata, según convenga, que habla de la‘emergencia social’ como si España fuera Burundi (olvida que el Ayuntamiento de Madrid ha tenido que cerrar la oficina antidesahucios por falta de ‘clientes’). Tampoco cita que este país se gasta cada año el 25,4% de su PIB en protección social (incluyendo todas las funciones), lo que no parece moco de pavo.
Es verdad que España podría gastar más. Incluso mucho más. Pero como sostiene Luis Garicano, para eso es necesario otro modelo productivo. Y hoy por hoy, España es como es. Un país con escasa recaudación fiscal (vinculado al patrón de crecimiento) cuyo erario, sin embargo, sigue siendo objeto de deseo en cada campaña electoral.
Garicano, por ejemplo, dice estar muy preocupado por el futuro de la Seguridad Social, pero al mismo tiempo tira la casa por la ventana a la hora de regar de dinero a su base electoral: profesionales, autónomos o pequeños empresarios. Olvidando que el régimen de trabajadores por cuenta propia origina cada año a la Seguridad Social un agujero de más de 6.500 millones de euros.
La culpa, del empedrado
El problema de Jordi Sevilla, sin embargo, no es el futuro, sino el pasado. Y culpar de los tres millones de empleos perdidos a la crisis es como echarle la culpa al empedrado. No se puede presumir de la gestión de los gobiernos socialistas (casi 22 años) y decir que la culpa es de “la crisis”, como si las diferentes legislaciones incubadas durante la época socialista se hubieran aplicado en otro planeta.
El debate, en todo caso, deja para la pequeña historia de la política una idea central. El problema de España es su modelo productivo, salvo para uno de los contertulios, el ministro De Guindos, convencido de que el próximo premio Nobel de economía saldrá de este Gobierno todavía en funciones.
Sostiene el ministro, con razón, que en los últimos años se hadisparado el sector exterior (un 33,2% del PIB incluyendo bienes y servicios), pero merece la pena recordar que en el año 2000 el porcentaje era del 28,6%, lo que no parece un gran avance habida cuenta de la intensa devaluación salarial que se ha producido en España y de los avances en la globalización (sin contar con que el PIB nominal, que es con lo que se compara, se ha achicado). En 2011, la suma de las exportaciones de bienes y servicios representaba el 28,9% del PIB, como al comenzar el siglo.
El consenso es general cuando se habla del euro. Todo el mundo está de acuerdo en que hay que estar en la moneda única, incluido Garzón. Pero mientras Garicano se fija en los países centrales de la UE, De Guindos parece estar convencido de que la vía española a la felicidad es la envidia de media Europa. Entre otras cosas porque se ha conseguido algo parecido a la cuadratura del círculo: bajar los impuestos (no dice nada del IVA, del IBI o del copago farmacéutico) y al mismo tiempo reducir el déficit público (el segundo más alto de la UE tras Grecia).
“Se han hecho recortes donde duele”, dijo Sevilla antes de husmear en el pasado de De Guindos recordándole su paso porLehman Brothers. El ministro en funciones y el exministro socialista, que son viejos amigos, subieron el tono y eso dejó descolocado al resto de invitados, pero el rifirrafe no fue a más. Fue un amago de un debate sin excesivo dramatismo más allá de la teatralidad con la que se esgrimen los números.
Y es que las cifras son siempre muy flexibles. Garzón, por ejemplo, sostiene que el problema de España no son los gastos, sino los ingresos. Como si los ingresos dependieran solo de los sablazos a las rentas altas y no del modelo productivo. Garzón, en todo caso, desaprovechó la oportunidad que La Sexta le brindaba para decir cómo se crean empresas en un contexto competitivo, salvo que se quiera volver a una especie de autarquía del siglo XXI.
Solo hay una cosa clara. Y en esto Garicano se lleva la medalla de oro. Hay que mirar a los países que hacen las cosas bien: Holanda, Dinamarca o Reino Unido. Y para alcanzar el éxito solo hay que estar bien formados mejorando el sistema educativo. Pero ese era otro debate. Demasiado intenso para una discusión llena de lugares comunes.
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