Disrupción Social o Futuro Distópico
Por Luis Díaz Allegue
Desde que estudio las energías renovables y el cambio climático, la pregunta que más me han hecho, (y me he hecho a mí mismo), es la siguiente: ¿hay alguna esperanza? ¿O simplemente estamos jodidos?
Cualquier persona que lea un estudio sobre el cambio climático, puede llegar perfectamente a esta conclusión: Ya no hay vuelta atrás. Y es que por un lado, tenemos la brutal lógica del cambio climático, sobre la cual el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) ha anunciado:
“Si hay alguna esperanza de evitar la amenazante disrupción climática con imprevisibles efectos para la civilización; Europa, EE.UU., y otras naciones deben actuar de forma inmediata y agresiva, en una escala sin precedentes.”
Por otro lado, tenemos fuerzas que retardan o impiden el cambio. Cognitivamente, sufrimos un sesgo positivo hacia el statu quo y aversión hacia el cambio. Desde el punto de vista psicológico y fisiológico, estamos diseñados para prestar atención a las amenazas inmediatas y actuar rápidamente, pero no ante peligros invisibles, que actúan exponencialmente y a largo plazo. Desde el punto de vista socioeconómico, el poder se concentra en pocas manos, de titulares adinerados, que se benefician de un sistema intensivo en carbono: compañías de combustibles fósiles, la industria de la construcción, la industria de la agricultura, aerolíneas, fabricantes de maquinaria pesada, etc. Políticamente, estamos sujetos a la polarización, la disfunción y la parálisis. Individualmente y colectivamente, somos muy malos jueces del riesgo, concretamente del tipo de riesgo que plantea el cambio climático. Eso hace que el cambio social, lo que Weber llamó el “slow boring of hard boards” (el lento taladrar de tablas duras), sea insufriblemente lento en el mejor de los casos.
Estamos estancados, entre lo imposible y lo impensable.
Es difícil ver una salida a este dilema que no implique un sufrimiento considerable. El aumento de la temperatura media mundial de 2ºC (umbral ampliamente acordado más allá del cual se espera que los impactos del clima se vuelvan graves e irreversibles), está casi descartado, seguramente será mayor. Las medidas de adaptación generalizadas tardan en llegar y son mucho más costosas de lo que hubieran sido las mitigaciones. Además, están sujetas a una enorme desigualdad de impacto basada en la riqueza y la clase.
Entonces, ¿qué estamos pensamos cuando preguntamos sobre la esperanza?
No creo que la clave sea el futuro sino el presente. Se trata de si vale la pena aprender sobre el tema, hablar sobre él con otras personas incluso cuando estas no quieran escucharlo, conllevar el peso de un futuro incierto, luchar contra probabilidades abrumadoramente negativas y sufrir desilusiones y reveses diarios. Si mañana morimos, ¿no sería mejor comer, beber y ser feliz? ¿De qué sirve toda esta ansiedad, dolor y anhelo?
La triste verdad es que no hay garantía contra el desamor, las desilusiones y el desengaño, en este tema, o en cualquier otra cosa. El clima, las sequias, los refugiados climáticos… si seguimos este camino todo irá a peor, de forma desastrosa, incluso durante la vida de gente joven, que ya ha nacido. Las decisiones que tomamos hoy repercutirán durante siglos, y por ahora no estamos respondiendo a la gravedad del asunto.
Las perspectivas son angustiosas, es por eso que buscamos la esperanza.
Aunque pueda parecer extraño, me reconforta la teoría del caos. A pesar de nuestra sofisticación, seguimos siendo terriblemente ineptos a la hora de predecir lo que sucederá en unos pocos años. Todos nuestros modelos fallan. Esto significa que aquellos que predicen que el statu quo continuará sin problemas, también están equivocados.
El resultado de la crisis climática depende no solo de las fuerzas físicas sino también de los seres humanos, de complejos sistemas económicos, sociales y tecnológicos, y los sistemas complejos, no son lineales. Si te atreves a decir: “Habrá un cambio radical en la opinión pública sobre el clima” o “Los jóvenes asumirán el control y revivirán la política” o “El estado destinará una parte importante del PIB a una transición energética sostenible y a la conservación del medio ambiente”, parecerás un hippie soñador. Nos han hecho creer que ciertos escenarios futuros son utopías inalcanzables.
Y sin embargo: ¡las cosas cambian! La historia se desarrolla en la línea de lo que Stephen Jay Gould denominó “equilibrio puntuado”. Las cosas pueden parecer estables durante años y años, mientras las tensiones se acumulan debajo de la superficie, se desarrollan fracturas finas y todo el sistema se vuelve altamente sensible a pequeñas perturbaciones (La mariposa bate sus alas y causa un huracán).
No sabemos cuáles serán esas perturbaciones o cuándo surgirán, pero sabemos por la historia que son inevitables. La caída abrupta de los precios de la energía solar fotovoltaica o la crisis financiera, son sucesos, positivos o negativos, que nadie había pronosticado con exactitud. Y esto seguirá pasando en el futuro.
Cuando pensábamos que la regresión social era inevitable, las mujeres nos dieron una lección impresionante e histórica el 8M, y los jubilados nos la están dando cada semana.
¿Los cambios inesperados y rápidos en las próximas décadas serán positivos o negativos? Eso depende de millones de acciones individuales. Algunas, si ocurren en el momento justo, podrían ser la gota final que provoque cambios en cascada en los sistemas sociales, económicos o tecnológicos.
España es un país acostumbrado a movimientos tectónicos muy fuertes. El 15M cambio la política para toda una generación, dejando una marca imborrable. Ahora, cuando pensábamos que la regresión social en España era inevitable, las mujeres nos dieron una lección impresionante e histórica el 8M, y los jubilados nos la están dando cada semana. Parece que la primavera viene caliente y amenaza con romper la estabilidad en la que algunos vivían demasiado bien. No sabemos cuándo la historia podría abrir la puerta, así que no tenemos más remedio que seguir empujándola.
Cuando pedimos esperanza, entonces, creo que estamos pidiendo confraternidad. El peso del cambio climático, como cualquier peso, es más fácil de soportar con otras personas. Y si hay algo que he aprendido en estos últimos años, es que hay muchas personas empujando por cambiar las cosas. Están aquí, mujeres y hombres de extraordinaria imaginación, coraje y perseverancia, sumiéndose a esta lucha por un futuro mejor.
No estás solo. Y mientras no estés solo, siempre hay esperanza.
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