Bruselas convierte un ‘brexit duro’ en una salida suave con flecos pendientes
Pese a que Londres ha presentado el acuerdo como una victoria, el contenido es claramente favorable a la UE
El sentido común o la realpolitik, o quizá una combinación de ambas cosas,parece haber sido la solución a la que se ha acogido finalmente Gran Bretaña en el proceso de negociación de salida de la Unión Europea. Tras casi dos años en los que el discurso británico ha jugado insistentemente con la idea de un brexit duro y casi unilateral, el Gobierno de Theresa May –presionado por grandes empresas del país– ha llegado a un acuerdo con Bruselas para retrasar la salida efectiva hasta enero de 2021, pese a que el abandono oficial está fijado en el 29 de marzo de 2019. Las condiciones del pacto han sido presentadas por el Ejecutivo de May como una victoria británica, una conclusión difícil de mantener una vez examinado el contenido.
A grandes rasgos, la prórroga permitirá a las compañías de Reino Unido, especialmente a las del sector financiero con intereses a ambos lados del Canal de la Mancha, prepararse con tiempo suficiente para la salida, y facultará a Londres para negociar durante ese período acuerdos comerciales con terceros países. Pero a partir de ahí, la balanza del acuerdo se inclina de forma ostensible hacia Bruselas. Prueba de ello es que durante los 21 meses que durará esa transición, Londres no solo tendrá que aplicar el actual acervo comunitario, sino también el que se apruebe durante ese plazo, pese a que no podrá ya debatirlo, votarlo o vetarlo. El acuerdo mantiene también los logros europeos obtenidos en la primera parte de la negociación (el respeto a los derechos de los europeos residentes en Reino Unido) y arranca concesiones sobre Irlanda del Norte difícilmente digeribles para Londres, que a buen seguro habrá tenido que hacer uso de mucho pragmatismo anglosajón para aceptarlas.
El tesón europeo, con un firme Michael Barnier como negociador, ha transformado un amenazador brexit abrupto en una salida casi suave. Ello en sí mismo es un victoria para Bruselas, pero deja todavía incógnitas por despejar. Una de las principales es clarificar el importe final de la factura de salida. La otra averiguar si el Reino Unido postbrexit pretende ser un socio fiable de la UE o otro feroz jugador en la inminente guerra comercial que hoy amenaza la economía mundial.
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