Gabino de Lorenzo es un personaje que se representa a sí mismo. Es, quizá, lo que queda de aquella pareja célebre que formó con Ramón Sánchez Ocaña en edad juvenil para divertir desde el escenario. Luego el flamenco, el boxeo y la política convirtieron a un ingeniero notable en un populista imprescindible en la Asturias de finales del siglo pasado y principios de éste. Se retira con seis elecciones ganadas en el feudo de Oviedo y sin un rasguño. Incólume aunque parezca increíble a quien conozca un poco las tripas de esta ciudad.
no lo sabemos de momento, pero no puede despreciarse esa posibilidad. En cualquier caso se va con una presidenta del partido de ¡Gijón! y un sustituto de ¡Gijón! Increíble que ceda el paso tan fácilmente para pasear a los nietos -tarea digna donde las haya- salvo que esté tramando alguna maldad, le pesen demasiado algunos de los pufos que el tripartito sobrelleva como puede o que el ocaso del gabinismo asome definitivamente. Cosa rara pero no imposible.
Del alcalde flamenco queda una ciudad adecentada, peatonal, con losa sobre las vías y grandona, pero al borde de la quiebra. A Gabino, como a casi todos los políticos populares, le sobraron por lo menos las dos últimas etapas municipales, cuando ya no podía alardear de planes de choque y de pinchos para celebrarlo y la soberbia podía más que la agudeza y el olfato que exigía la ciudad del siglo XXI. El principio del fin, aparte del tropezón del catastrazo en el año 95, fue sin duda la monumental metedura de pata con el Real Oviedo. Quedaron tocados él y sus voceros pero como el fútbol todavía no lo es todo en la vida siguió imponiéndose en los comicios. Siempre tuvo una base electoral amplia que él estimuló porque en el regate corto era imbatible.
Listo para entender donde estaba y con quien jugaba interpretó a las mil maravillas los pactos de poder, que nada tienen que ver con los pactos políticos. Gabino era de Gabino y se presentaba con las siglas del PP. Eso le daba un margen de maniobra enorme que utilizó hasta el último momento. Antes de que Álvarez Cascos irrumpiera con el Foro y aquella bonita ilusión del PPSOE, Gabino ya había practicado con aprovechamiento esa poción mágica y somática. Y ha sido bastante más hábil y escurridizo que el desconfiado Fernández Villa, atrapado en la telaraña de la legalidad tributaria, para sortear cualquier duda sobre sus procedimientos.
No firmaba nada, que para eso ya estaba Jaime Reinares, leal hasta la inhabilitación. Pero ha dejado la caja, que con tanto empeño llenaron Antonio Masip y Avelino Viejo, exhausta y, cosas de la vida, ha sido el tripartito el que ha tenido que digerir los coletazos de los desmanes como Villa Magdalena y el desmantelamiento municipal.
Oviedo es diferente tras el paso de Gabino pero no necesariamente mejor, salvo que Mickey Rourke, que vino a pelear de pega al Palacio de Deportes invitado con los impuestos de los entusiastas ciudadanos, opine lo contrario, si es que se acuerda de algo. Así es Gabino, genio y figura, capaz de grandonadas y de patinazos, pero siempre ganador. Un tipo simpático y divertido en el plano corto, pero duro, provocador, astuto y desproporcionado como dirigente.
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