“Si crecemos rodeados de propaganda, ¿cómo sabremos lo que es verdad?”, se preguntaba hace algún tiempo un especialista en 'marketing' político. Era una forma amable de decir que el mundo vive a merced de una realidad inventada, tan potente que cada vez es más difícil separar el grano de la paja. O lo que es lo mismo, la realidad virtual ha invadido casi todo. Hasta el punto de que algunas instituciones han sucumbido ante un incentivo perverso: se han apartado del rigor en aras de ganar notoriedad pública, y lo que es todavía peor, en buscar servir a su amo. Justo lo contrario de lo que le recomendaba un veterano periodista a un joven reportero: “Hemos venido a difundir noticias, no a inventarlas”.
El caso más reciente es el del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), cuya pérdida de prestigio es tan notoria como evidente debido a lo que se ha llamado el ‘método Tezanos’, que se basa en romper con el pasado ‘porque yo lo valgo’, no porque haya sido capaz de encontrar una nueva metodología capaz de mejorar la anterior.
No es el caso del Instituto Nacional de Estadística (INE), una de esas instituciones que merecen la pena y que hacen creer en el trabajo bien hecho. Por supuesto, con errores, como todas las instituciones, pero que trabaja desde la imparcialidad. Sin duda, porque representa una de las mejores herencias del siglo XIX, cuando los nuevos Estados liberales fueron capaces de crear cuerpos de funcionarios independientes del poder político gracias a que no podían ser despedidos de forma caprichosa por el ministro de turno. El célebre turnismo de infausto recuerdo en la función pública española.
Pero el INE, como todas las instituciones, también falla, y los datos proporcionados este jueves sobre la contabilidad nacional han chirriado tanto a los especialistas que, como dice un experimentado analista de coyuntura, “se le ha ido la mano”. No ahora, sino cuando el pasado 16 de septiembre anunció una sensible revisión a la baja (0,4% como promedio) de la contabilidad nacional.
Empleo y salarios
Se refiere al hecho de que el tercer trimestre (un 0,4% de avance en tasa intertrimestral) se ha comportado mejor de lo previsto pese a que el empleo en términos de puestos de trabajo equivalente a tiempo completo se ha estancado. En concreto, ha crecido un 0,1%, cuatro décimas menos que en el trimestre anterior. Y ya se sabe que la principal tracción que explica el crecimiento del PIB en los últimos años tiene que ver con el empleo, desde luego no con la productividad ni, por supuesto, con un aumento desmedido de la remuneración de los asalariados.
No es que el INE haya hecho trampas, que de ninguna manera se ha comportado de forma tan torticera y grosera, sino simplemente que parece haber manejado los espacios temporales con cierta discrecionalidad, lo que ha provocado el efecto deseado: lograr que el tercer trimestre, a pocas fechas de las elecciones, el avance del producto se estabilice, lo que parece poco consistente con el raquítico aumento del empleo, y que ya había sido anticipado por los datos de cotizantes a la Seguridad Social.
Para ello, se ha valido de un hecho que sorprendió a todos los coyunturalistas en septiembre, cuando el INE revisó de forma imprevista la contabilidad nacional. Lo que chocó no fue tanto la revisión, que es habitual que lo haga el INE, habida cuenta de la complejidad que supone elaborar las cuentas nacionales, sino, sobre todo, su intensidad. Ningún instituto de previsión y coyuntura esperaba un ajuste tan severo.
La consecuencia fue que de la noche a la mañana los españoles descubrieron que la economía española había crecido menos de lo estimado inicialmente. En particular, la demanda nacional (consumo público, privado e inversiones), cuyo avance fue revisado a la baja en tres décimas (del 2,9% al 2,6%). Pero es que en el caso del componente que más pesa, el gasto en consumo final de los hogares e instituciones sin fines de lucro al servicio de los hogares, el ajuste para 2018 fue de nada menos que cinco décimas, pasando del 2,3% al 1,8%.
¡Sorpresa, sorpresa!
¿Cuál fue la consecuencia? Pues que como el PIB era menor, por pura coherencia, también el crecimiento estimado para el primer semestre de 2019 lo tenía que ser. Y así fue como en el segundo trimestre, y pese a que todavía se creaba mucho empleo, el gasto en consumo de los hogares se estancó (0,0%), lo que causó gran sorpresa entre los especialistas. ¿Cómo era posible que entre abril y junio el consumo privado no hubiera crecido absolutamente nada cuando por entonces no se habían producido alarmas sobre el comercio mundial, que, como es lógico, siempre generan incertidumbres, ni tampoco había expectativas de una repetición electoral?
La respuesta a esta pregunta se ha conocido este tercer trimestre. Al ser la base más baja, se produce un efecto escalón, por lo que la evolución del consumo privado solo podía subir de forma significativa. Y eso, precisamente, es lo que ha ocurrido. De forma verdaderamente singular, la tasa de aumento del consumo privado (el 57% del PIB) ha pasado del 0,0% al 1,1%, sin que por medio hayan aumentado de forma significativa el empleo (0,1%) ni la remuneración de los asalariados, que son los principales argumentos para que aumente el gasto de los hogares.
Para descargo del INE, hay que decir que es una práctica habitual de todos los gobiernos, que suelen revisar a la baja las cifras de contabilidad nacional nada más llegar a la Moncloa para luego sacar pecho de que las cosas mejoran. Al fin y al cabo, la elaboración del PIB también tiene elementos subjetivos. El último que lo hizo en 2012 fue Luis de Guindos (tres décimas).
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