SERVANDO ROCHA Y EL MITO DEL SIGLO XX
“En EEUU embellecen su historia con los forajidos; en España, con los quinquis”
“Los acontecimientos son como polvo: atraviesan la historia como exhalaciones sucesivas. Tan pronto se vislumbran sus resplandores, la noche los absorbe”. Esta cita del historiador francés Fernand Braudel proporciona su marco aNada es verdad, todo está permitido. El día que Kurt Cobain conoció a Williams Burroughs (Alpha Decay), el reciente ensayo en el que Servando Rocha utiliza el breve encuentro entre el autor de El almuerzo desnudo, y el líder de Nirvana, como excusa no sólo para abordar una vez más la historia alternativa del siglo XX, sino también para reflexionar sobre la manera en que la historia se construye.
Al fondo del paisaje pintado por el canario, a la sazón fundador del Colectivo de Trabajadores Culturales La Felguera y autor de libros de referencia comoHistoria de un incendio (2006) o La facción caníbal. Historia del vandalismo ilustrado (2012), se encuentra la frase pronunciada por Hassan i Sabbahantes de su muerte, y que da título al libro. Una premisa que, lejos de justificar la violencia en masa del terrorismo, abre la puerta a todas las posibilidades del lenguaje y de la vida, y que sirve de inspiración a Rocha, que atiende a El Confidencial, para hablar de los ritmos internos de la historia.
P. Con el motivo del 100 aniversario de su nacimiento, todo el mundo ha vuelto a hablar de Burroughs. ¿Qué ocurre para que figuras tan controvertidas sean reivindicadas tras su muerte?
R. Con William Burroughs en España sucede una cosa muy curiosa, y es que desde el principio se le ha entendido mal. Todo el mundo habla de El almuerzo desnudo, pero no todo el mundo que habla de él lo ha leído, y menos entero. Yo creo que Burroughs es una figura que ya cuando vivía, era como mirar atrás a un pasado nostálgico irrepetible, como cuando vemos un western o escuchamos un disco de Robert Johnson. Todo ello refleja un pasado que es recuperable, ya que todo lo es: en Alemania han hecho retrospectivas sobre la RAF.
Pero a pesar de esa reivindicación entre comillas, Burroughs suele significar esa fotografía donde aparece un señor anciano con una cara muy triste, como si fuera un inspector de hacienda con una escopeta en la mano, diciendo que es yonqui. El problema no es él, sino que difícilmente la recepción se ajusta a la realidad. El caso de Kurt Cobain es más patente todavía, porque en dos o tres años de fama dejó de ser una persona y pasó a ser un personaje. Por más que siguiera pensando que era el chaval de Aberdeen, no había marcha atrás.
P. Cuando alguien está vivo puede ser visto como peligroso, pero cuando está muerto no lo es.
R. En los lectores hay una autodefensa ante Burroughs. Se tiende a pensar que tiene un universo delirante (sin duda) y que todos los elementos que utiliza en sus novelas son metáforas. Por ejemplo, en el libro empiezo hablando del espíritu, pero es que él creía en eso, y no como metáfora. Él creía en algo que llamaba el ugly spirit, y que en otros momentos se llamaba el Invasor, que hizo que apuntase a la cabeza de Joan Vollmer, que disparase y la matara. Decir “amo a Burroughs”, con todo lo que ello implica, es una gran responsabilidad. Burroughs apoyaba las guerrillas urbanas, en teoría estaba contra el sistema aunque hiciera cosas como el vídeo de U2 o la campaña publicitaria de Nike. Se dice “me gusta Burroughs”, pero al mismo tiempo, sin sentir cada letra de su nombre. Pero es un fenómeno inevitable: es fácil decirlo a toro pasado sin tener que explicar por qué exactamente…
R. Toda esta genealogía es totalmente americana, un país que nació ayer como quien dice. Cuando hablamos del pasado europeo o incluso español, ¿por qué no revindicamos nuestros forajidos? Luis Candelas, por ejemplo. ¿Por qué Jesse James sí? En mi caso, mis referencias culturales siempre han sido muy anglosajonas. Con los outlaws y esos individuos al margen del sistema, que sueñan con ganar mucho dinero y vivir como los grandes ricos, se tiende a la fascinación sin saber las consecuencias que puede suponer todo esto.
Son personajes con una ambigüedad moral muy grande. Billy el Niño es una figura que me fascina, pero tendemos a construir los personajes históricos como nos gustaría que hubieran sido: intachables, perfectos… En el caso de Billy el Niño es una persona con la que difícilmente iría de acampada, y Dillinger menos aún. Es la manera de construir el pasado. Hay una parte de fascinación, pero toda fascinación tiene una parte de fantasía. Lo hacen los americanos con los forajidos, y nosotros con el cine quinqui, con Perros callejeros, con la Transición y mil cosas más. En el fondo es una manera de decir “hay que embellecer nuestra propia historia”.
Retrato de Billy el Niño.
La historia hay que contarla en su justa medida. En el caso de Kurt Cobain era una persona en teoría bastante normal, un punk-rocker con una gran habilidad para componer himnos pop, pero que no era muy diferente a ti y a mí. Si ves los diarios de Cobain, hoy en día son muy ingenuos, como las notas que hizo para Smells Like Teen Spirit, con los jóvenes asaltando el centro comercial… ¿A quién no le gusta eso? Él no era distinto a otros chavales. La realidad es cutre, no hay nada de belleza en esas imágenes de la escena del suicidio.
R. A pesar de esa rebelión sin objeto, abstracta e indeterminada que era Nirvana, lo que recibió la gente no fue Tánatos, una pulsión destructiva, sino ganas de vivir. A pesar de esa figura del seguidor de Nirvana amargado, todos los que vimos el vídeo de «Smells Like Teen Spirit» soñamos con pegar botes. Y eso es una de las grandes capacidades del rock, decir a muchos chavales que su vida valía la pena, que ellos podían ser hacer lo mismo que estaba haciendo ese ídolo, que era como ellos. Veían a Cobain como un igual, algo que no pasaba con Burroughs. Era como el abuelo, le fascinaba a la gente porque decían “¿quién es este tío”?
P. No existen mitos semejantes a ellos durante los últimos años...
R. Es algo que tiene que ver con cómo la industria produce los ídolos: perecederos, de usar y tirar, o al menos, incapaces de crear un movimiento o una subcultura. Marilyn Manson puede ser el último.
El rock and roll para mucha gente es reaccionario. No va en la línea de lo que está dictando el futuro, no es digital. Cuando digo que Nirvana es la última banda del rock and roll es que se lo curraban, eran un bajo, una guitarra y un batería en el local de ensayo. Algo que se va a repetir muy pocas veces.
P. En el libro hay una línea que atraviesa el siglo XX, y que parte con los bandidos de Nueva York o Leadbelly. Pero ¿se prolongará esa tradición en el siglo XXI, o pertenece a un momento histórico muy concreto?
R. Ahora mismo, cuando hablamos de cultura popular, la gran dificultad es tener una imagen mental como si fuesen sucesivas olas en una playa. Cuando escribimos sobre historia, lo complicado es ver estas raíces. Cuando Cobain dijo que Leadbelly era el primer punk-rocker, quizá lo que estaba diciendo es que el sentimiento era el mismo. Ahora es más complicado. Nos acostumbramos a buscar las respuestas de la manera más fácil posible, voy a la Wikipedia o antes de ver una película leo a Jordi Costa, que está muy bien, pero esa necesidad de aventura y de descubrimiento se ha perdido.
R. Estamos en el peor de los escenarios posibles. Hay una sobresaturación de todo, puedes ver conciertos en alta definición en internet, puedes tener cualquier cosa, pero se ha perdido la capacidad de búsqueda. Es como los chavales con el amor: la necesidad de la espera, el cortejo… Cuando quieren algo y no lo tienen ya, se ponen violentos. No sólo estoy hablando de algo tan meloso como el amor, es extensible a todo. No vemos un concierto como una experiencia, y es verdad que nos hacemos mayores, pero antes, cuando iba a conciertos, tenías una cierta tensión. Ahora mismo casi nada nos sorprende. Un amigo decía que el death-metal era la última vanguardia europea, era algo nuevo, provocaba, iba a contracorriente… La propia contracultura tiene que ser necesariamente un contrapoder, crear sus propios discursos y sus propios mecanismos de distribución… todo eso es tremendamente complicado. Cuando me dicen ¿ahora no hay cosas interesantes?, las hay, pero yo no las entiendo. A un chaval le hablas dePublic Enemy y le parece algo del siglo XVIII.
P. ¿No es el presente siempre banal, y es la distancia temporal lo que proporciona significado?
R. Sí descaradamente. En mi caso, es el libro en el que hablo de un hecho histórico más cercano. El paso del tiempo hace que puedas tener una saludable distancia para evaluar determinados momentos. Difícilmente una persona podría escribir un libro realmente bueno sobre algo que ha ocurrido recientemente como el 15-M. Yo creo que en el caso de mi libro, a partir de esas cuatro fotografías, la historia que surge está escrita desde una subjetividad radical, lo que yo interpreté a partir de ellos. No es una historia sobre los dos, era un pretexto, porque Nirvana ejemplifica cómo se comportaba la cultura contemporánea en mi época. Y Burroughs era el final de los forajidos. El testigo tiene que pasar a otros, pero difícilmente hay un relevo, porque las cosas siempre son distintas. El pasado nunca se presenta bajo los mismos ropajes. Uno sospecha que figuras como Burroughs no va a haber jamás, ni tampoco Cobain. Pero en 1991 nadie pensaba que el punk rock iba a vender millones de discos. Eso pasó, y ya no va a volver a ser posible.
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