lunes, 15 de septiembre de 2014

La otra cara del Corte Inglés....


La otra historia (e indiscreciones) del imperio del triángulo verde

Un artículo de Jotdown profundizó en 2013 en la otra cara de El Corte Inglés, que reproducimos por su relevancia y actualidad
Lunes15 de septiembre de 2014
Jot Down
@JotDownSpain
Dos varones y cinco mujeres después, Ramón Rodríguez Ordóñez —conocido entre sus vecinos como “el de Benitón”— observaba a su octavo hijo recién nacido en su casona de Llantrales, en la profunda parroquia de La Mata, Asturias. Era el dos de enero de 1882 y apenas había con qué alimentar más bocas en aquella paupérrima casa de agricultores. Tal vez por eso no fue un día de fiesta para los Rodríguez. Las cosechas no eran buenas, los jóvenes empezaban a huir a América y nadie de la familia tenía más conocimientos que los referidos a trabajar el campo. El futuro no era en absoluto prometedor para aquel chaval recién nacido, cuya madre decidió llamar César. César Rodríguez, futuro fundador y presidente de El Corte Inglés, la mayor firma comercial en la historia de España. O cómo pasar de una chabola en medio de Asturias a la fortuna más influyente de cuantas haya conocido el siglo XX español.
César Rodríguez fue una figura discreta, opaca, como casi todo lo relacionado con El Corte Inglés, a pesar de la insistencia de esta empresa en afirmar lo contrario. «Somos la firma comercial que más notas de prensa envía a los medios cada año», expresa su departamento de comunicación. Y es verdad. Como también es verdad que sus números, resultados, influencia e innumerables iniciativas sociales y culturales están a la vista de todos. Otro cantar es cuando se trata de hablar de sus trabajadores, de sus quejas y condiciones. Entonces se hace el silencio. Pero vayamos por partes. De la vida del fundador de El Corte Inglés se sabe poco, y todo está descrito en el libro del periodista asturiano Javier Cuartas, Biografía de El Corte Inglés, un exhaustivo y meritorio trabajo sobre la historia de esta empresa que —en la línea de la opacidad descrita— nunca llegó a las librerías en su primera edición. Tras tirar 20.000 ejemplares y, por razones nunca aclaradas, los libros desaparecieron. «Una vez impreso —relata el propio Javier Cuartas— El Corte Inglés me hizo algunas ofertas de recompensa económica y profesionales. Yo las rechacé y, a pesar de que el libro ya disponía hasta de ISBN y yo ya había cobrado derechos de autor, nunca llegó a circular por las librerías». Cuartas recibió presiones tras terminar su trabajo. «Además de impedir que el libro circulase me intentaron persuadir de que no denunciase su desaparición y de que no intentase su reimpresión. El Corte Inglés llegó a afirmar en varios medios que el libro no existía y que no había existido jamás». Cuartas continúa, en lo que se parece más a una historia de ámbitos mafiosos que empresariales. «Una vez consideraron agotada la vía de obsequios y compensaciones económicas para que no reeditase el libro, sí hubo llamadas telefónicas conminatorias de directivos de la compañía advirtiendo, con lenguaje metafórico, de las consecuencias que me acarrearía persistir en la difusión del libro. No me llegaron a amenazar de muerte literalmente, pero sí hubo advertencias al estilo de Chicago de los años 20 que eran susceptibles de interpretar como tal o como meras balandronadas». Finalmente, Libros Límite sacó otra edición a mediados de los años 90 y en 2005 fue reeditado por El Cruce, alcanzando la sexta edición. En la obra se describe la escalada de César, de su sucesor Ramón Areces y de su primo, Pepín Fernández, fundador de Galerías Preciados. Sus negocios, sus enfados, sus proyectos… Sirva este texto como un resumen del mismo aderezado con datos y declaraciones de quienes, a día de hoy, son protagonistas directos de un mundo llamado El Corte Inglés.
César y Pepín —este último nacido el 12 de diciembre de 1891 en El Rellán, otra aldea de la parroquia asturiana de La Mata— compartieron infancia entre el comercio y el regateo. Iban de mercado en mercado por el centro de Asturias, vendiendo y comprando productos del campo para aliviar la carcomida economía de sus familias. Pepín recordaría en una entrevista concedida a La Nueva España en 1966 que «desde niño iba a caballo desde mi aldea hasta el mercado de Grado». Allí regateaban y se curtían. En casa de César terminarían montando una panadería mientras que en la casona de los Fernández se instaló un ultramarinos y un «chigre» (tasca). Entre tanto, en 1904, en una de las casas más pobres de la aldea, venía al mundo Ramón Areces, sobrino de César y su futuro sucesor al frente de El Corte Inglés. Todavía tendría que pasar mucho tiempo hasta entonces. De momento, el ahogo solo tenía una desembocadura para aquellos chavales: América.
De las 20 casas de la aldea de Llantrales de principios del siglo XX, no había una sola que no tuviera al menos un hijo en América. César se fue con 14 años, en 1896, destino La Habana. Salió del puerto de Santander con los tambores del independentismo cubano de fondo. Cuando arribó a la ciudad se alojó en una pensión a cambio de limpiar y barrer. Duró un día. Al siguiente consiguió un empleo como repartidor de comida de una cantina del barrio de La Habana Vieja. Seis meses después aceptó la oferta de un gijonés para trabajar en una tienda de novedades llamada La Casa Blanca donde trabajó como «cañonero» o chico para todo: limpia, vende, barre, ordena… Dormía en la misma tienda. Una de aquellas noches de colchón en el suelo escuchó la explosión del Maine, el 15 de febrero de 1898.
En 1900 sucede algo definitorio para El Corte Inglés: César entra a trabajar como dependiente en los almacenes El Encanto. Consigue un buen sueldo y, lo que a la postre será más importante, aprende prácticamente todo lo que años después se llevará a España y aplicará a El Corte Inglés. César permanecerá 28 años en El Encanto, durante los cuales ascenderá a velocidad meteórica hasta convertirse en socio industrial de la firma. Trabajador obstinado, casi obsesivo, y con una tremenda capacidad de sacrificio, César suplió su nula formación académica con unas enormes e innatas aptitudes para los negocios y la venta. Su fortuna avisa y comienza a tomar forma.
La importancia de El Encanto en El Corte Inglés es tal que puede decirse que el mayor centro comercial de la historia de España nació como un calco de los almacenes cubanos y que su primer crecimiento se basó en lo que antes ya se había hecho en La Habana. Solo un ejemplo que tal vez sintetice todo lo demás: el eslogan para las rebajas de El Encanto a principios del siglo XX era «ya es primavera en El Encanto». De las especulaciones y expertos «opinadores» sobre el modelo empresarial de El Corte Inglés destaca una idea que caló en la opinión pública: el éxito de la firma se basaba en el llamado modelo japonés, esto es, una estricta jerarquía, un trato paternalista con el empleado que permite la promoción interna y una implicación total y completa del trabajador con la empresa. Sin embargo, y puestos a definir, el modelo que mejor encaja en el nacimiento del centro comercial español por excelencia es el astur-cubano. Un modelo que explica —al menos en parte— que una familia de humildes campesinos del interior de Asturias sin formación académica desarrollase en menos de 50 años un ejemplo empresarial que siente las bases futuras del comercio en España.
La severa jerarquía, directamente relacionada con la posibilidad de ascensos, es una de las bases de este modelo. El Corte Inglés, a lo largo de su historia, apenas ha contratado directivos. La mayoría de puestos de mando corresponden a empleados que han ido ascendiendo de categoría, un modelo que César Rodríguez no solo exportó de La Habana, sino que lo vivió en sus zapatos: entró con una escoba y salió con un fajo de billetes en cada mano y una sonrisa de oreja a oreja. La práctica se mantiene. En el año 2011 El Corte Inglés promocionó a más de 470 empleados a puestos de mayor responsabilidad, según datos de la propia compañía. La promoción interna siempre estuvo aliñada de paternalismo. «Ser como una familia», declaraba en 1981 Ramón Areces. «Cuidar a tus empleados, que se sientan en su casa», completaba Pepín Fernández. A día de hoy El Corte Inglés ofrece a sus trabajadores acceso a estudios superiores en la UNED a través del Centro de Estudios Universitarios Ramón Areces (CEURA). Durante 2011 los cursaron 806 trabajadores. La empresa también presta ayudas de estudios para hijos de empleados. El año pasado se concedieron 2533 ayudas de este tipo destinadas tanto a formación profesional y bachillerato como a estudios universitarios. «Hemos crecido mucho porque hemos conseguido un equipo convencido de que la empresa es suya», afirmaba en 1982 el entonces presidente de El Corte Inglés, Ramón Areces. ¿Y hoy? ¿Es así? «No», dice Fran. Y no titubea.
Eso es todo lo que nos permite contar de él, que se llama Fran y que trabajó en un centro de El Corte Inglés de Madrid entre el año 2007 y hasta hace unas semanas. «Mi experiencia allí no fue mala, pero no me sentí ni especialmente cuidado ni mucho menos parte de la empresa», añade. María, también trabajadora de El Corte Inglés que ni siquiera nos autoriza a revelar su verdadero nombre, señala que «es una empresa como cualquier otra, nada de cuidado o atención. Saben a quién exprimir y saben que la mayoría estamos de paso». Quien no tiene problema en dar su nombre es José Luis Rueda, presidente del Comité de Empresa de El Corte Inglés de Málaga, afiliado a CCOO y con bastantes más años que Fran y María. «En los años 70 era así, una empresa preocupada por sus trabajadores, por que estos se sintieran parte de la compañía porque El Corte Inglés se podía permitir el lujo de contratar a los mejores, doblando sus sueldos. Hoy, desde luego, ha cambiado, por más que El Corte Inglés se empeñe en esconderlo. Existe un completo desapego porque cada vez obligan a trabajar más, en peores condiciones y por el mismo salario», concluye. «La empresa no es cercana —retoma Fran—, en cinco años que trabajé allí jamás se me acercó a nadie no solo a preguntarme qué tal estaba, sino que jamás nadie, ningún jefe, me informó de nada. Todo es silencio, todo es misterio». El problema a estas y todas las sucesivas quejas de trabajadores que se reflejan y reflejarán en este texto, es que no tienen respuesta desde la empresa, alimentando el mito de opacidad, del misterio, como lo califica Fran. «No vamos a decir nada sobre eso, los datos hablan por sí solos y lo que queda hacer es contextualizar». Es toda la respuesta que ofrece El Corte Inglés.
La implicación del empleado y la fidelidad a la empresa llegó a ser una realidad. Cuando en España se impuso por imperativo legal el pago de las horas extras, cuentan exempleados tanto de El Corte Inglés como de Galerías Preciados que no pocos trabajadores lo rechazaron, temerosos de que se pusiera en duda, si lo aceptaban, su entrega sin reservas a la empresa. Toda esta interpretación de los empleados como una gran familia dejaba fuera de la maquinaria una pieza: los sindicatos. El Corte Inglés siempre lo vio innecesario dada la complicidad entre empresa y empleados y redujo su presencia al mínimo. Una práctica que, a diferencia del paternalismo o la implicación del trabajador, sí se mantiene vigente. Al precio que sea.
El Corte Inglés tiene dos sindicatos mayoritarios, Fasga y Fetico, a los que están afiliados casi el 74% de la plantilla. Los otros dos sindicatos son UGT y CCOO, con apenas un 4% de los trabajadores afiliados. «Hay libertad sindical, se celebran elecciones y la gente elige». Es todo lo que apunta la empresa sobre este asunto. Ni una palabra más. Los trabajadores, en cambio, se explayan. «De libertad, nada». Entra en escena Gabriel Escribano, 45 años, trabajador de El Corte Inglés de la calle Princesa de Madrid y afiliado a UGT. «Fasga y Fetico son dos sindicatos amarillos, que viven en connivencia con la empresa y que si tienen un 74% de afiliados es porque el contrato que firman los trabajadores que llegan a El Corte Inglés incluye la vinculación a estos sindicatos», explica. «Así es, aunque cueste creerlo», retoma José Luis. «Lo pone específicamente en el contrato y si te niegas a afiliarte, no firmas el contrato y te quedas sin el puesto». María no es afiliada ni a UGT ni a CCOO, pero sí a uno de los dos sindicatos «amigos». «No me quedó más remedio», explica. Fran añade: «A mí los sindicatos no me preocupan, pero lo que hay que decir muy claro es que la libertad sindical en El Corte Inglés no existe. Todo lo contrario. La empresa amenaza a los trabajadores que pretendan afiliarse a UGT y CCOO porque son los reales, los otros son una farsa. Firman lo que les diga la empresa y luego nos venden un cuento. Eso lo sabe todo el mundo ahí dentro», apunta. «Las amenazas son habituales —prosigue Gabriel—. Llegan al punto de que si un trabajador habla conmigo, los jefes le preguntan después qué hacía hablando conmigo». Gabriel escala en su enfado. «Me dicen que quiero destruir la empresa, que soy un rojo. Pero, ¿estamos tontos? ¿Destruir la empresa que me da de comer?». José Luis va más allá y describe prácticas inauditas. «Cada vez que presentamos un candidato para el comité de empresa nos viene a decir que le han amenazado: “o te borras o te vas de la empresa”, le dijeron al último. La gente, claro, tiene miedo». El caso más tremendo que conoce —de primera mano— es el de Charo y Noemí, trabajadoras de El Corte Inglés de Málaga. Ambas fueron amenazadas tras presentarse candidatas por la lista de CCOO. La parte más espinosa la sufrió Charo, a quien su jefe metió en su despacho para decirle que «o recapacitaba o su hija (también trabajadora de El Corte Inglés) sería despedida». «A las dos horas —recuerda José Luis— apareció la chiquilla llorando, que la habían despedido y que no sabía por qué». El sindicato denunció el caso. Y ganó. «Son prácticas mafiosas», concluye. Fran, ajeno a cualquier sindicato, añade. «Si tú le preguntas a algún trabajador de El Corte Inglés por los sindicatos se pone nervioso y se va. Literal. Es un tema del que no podemos hablar. Es como un tabú y la gente tiene mucho miedo». «Y esto ocurre en pleno siglo XXI», termina Gabriel. «¡Trabajamos en una empresa en la que ni siquiera nos permiten decir la palabra sindicato, en la que la gente susurra cuando se habla de este asunto!». Desde El Corte Inglés insisten en que no van a hacer ningún comentario al respecto.

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