martes, 5 de julio de 2016

Consecuencias del BREXIT.....



En las colas del supermercado, en las paradas de autobús, en los recreos del colegio, en las gasolineras, hasta en los parques infantiles, la frase de moda en la Inglaterra post Brexit son cuatro palabras: “Extranjero, vete acasa”.
El país se ha transmutado desde que los partidarios de la salida de Europa ganaron el referéndum. El dragón que estaba dormido ha salido de su cueva. El número de ataques racistas se ha multiplicado por cinco. Al hijo de un corresponsal español le han puesto un ojo morado de un puñetazo en una escuela pública del norte de Londres. Y no sólo en la ciudad, también en el campo. Una chica vasca casada con un inglés cuenta cómo, en un pueblo de Gloucestershire, la gente se aleja de ella como si fuera leprosa cuando le habla a su hijo en euskera. Y las víctimas no son sólo los extranjeros, sino también británicos que han nacido aquí pero tienen la piel oscura, llevan un velo o una kipá.
Siempre ha habido dos Inglaterras. Una, la de los señoritos de Downton Abbey y Retorno a Brideshead, de las novelas de Jane Austen y Evelyn Waugh, de Wimbledon y las regatas de Henley, del fair play, la educación, la capacidad de reírse de sí mismos y un sentido del humor socarrón. Otra, la de las películas de Mike Leigh, de los hooligans que montan la marimorena en el fútbol, los borrachos en las playas de la costa, las bandas de chavales en sudaderas con capuchón, las chicas cuya idea de ponerse guapas es lucir cuanto más carne mejor. Y tras el Brexit, los hooligans han ganado.
No es que la primera Inglaterra sea perfecta, ni mucho menos. Los aristócratas, y hasta la gente de clase media, son en extremo arrogantes, y apenas pueden ocultar su sentido de la superioridad cuando entran en contacto con un extranjero y, con la agresividad pasiva típica de su carácter, le dicen que “gracias por arreglar el jardín” (mensaje: el jardín estaba hecho una mierda y ya era hora de que lo cuidaras un poco), o que “los perros no deben subirse a las mesas de los pubs” (mensaje: este es un país civilizado, el tuyo no). Raramente dan la cara. Son chivatos por naturaleza. En vez de pedirte que podes un árbol, pongas más baja la música, no camines por la noche sobre el suelo de madera, te denuncian al ayuntamiento. Y es el mismo vecino que cada mañana te dice con una sonrisa good morning.
Pero mejor eso, en cualquier caso, que los hooligans que te dicen go back to your country si tienen prisa y quieren colarse en el supermercado, si piensan que estás tardando demasiado en poner gasolina, no les dejas el asiento en el autobús o les rozas sin querer en el metro. Desde el referéndum, los extranjeros son insultados hasta en los aviones y la zona de control de pasaportes de los aeropuertos por fanáticos brexistas recién llegados de Barcelona o Benidorm. “¿Qué derecho tenéis a estar en la misma fila que nosotros, si no sois de aquí? ” Y si eso es en los barrios bien, peor todavía lo tienen los albañiles polacos, los jardineros rumanos, los fontaneros búlgaros y ecuatorianos con pasaporte español que limpian oficinas, cuando entran en contacto con fachas que, azuzados por los políticos, les acusan de abaratar los sueldos, quitarles el trabajo y el sitio para sus hijos en las escuelas, cobrar el paro o colapsar los hospitales.“¿No habéis oído las noticias? ¡Volveos a casa!”
Se estima que en Inglaterra hay dos tercios de la población que son corteses, abiertos y tolerantes, y un tercio que es xenófobo y racista. Era así antes del Brexit, y lo es ahora. Pero los hooligans están crecidos, celebrando la victoria. Sienten que los políticos les han dado carta blanca para campar a sus anchas.

No hay comentarios: