Podemos ante un
desafío
histórico
Se impone un adiós a las camarillas. Imprescindible mejorar la puntería, abriendo un amplio debate de refundación, largamente esperado por los activistas más potentes de Podemos y por el activo que los ha seguido hasta aquí.
10/09/16 · 8:00
Resultado agridulce de la coalición Unidos Podemos liderada por Pablo Iglesias. / ADOLFO LUJÁN
En la presentación de su libro sobre el proceso de gentrificación en Lavapiés, la autora decía: “hoy parece un sueño distante lo que vivimos con el 15-M, las plataformas por la Sanidad, por la Educación, etc), las mareas, las Marchas de la Dignidad”. Creo que se equivocaba, el sueño –pesadilla, más bien– la estamos viviendo ahora.
En la profusión de convocatorias electorales de 2015/2016 (municipales, autonómicas, generales I y II), los partidos del establishment vienen actuando como si en España no se hubiera producido ninguna transformación de calado en los últimos años. Como si en 2011 no nos hubiera atravesado un ciclón oxigenante llamado 15-M. Como si la formidable potencia destituyente de no nos representan / no somos mercancía en manos de políticos y banqueros no haya sido germen y pistoletazo de largada de un proceso de notables transformaciones.
Han pretendido olvidar que esa explosión depuratoria –entre otros logros– computa haber despertado la vocación adormecida de un poder judicial que –de pronto– decidió prodigarse en andanada de juicios sobre “la clase política” (con abrumadora diferencia a favor del PP, claro) por corrupción, lavado de dinero, tráfico de influencia, estafas, evasiones y toda clase de tropelías. Quizá con ese ajetreo intentó ponerse al día de una larga deuda contraída por décadas de letargo y omisión.
La conmoción que trajo el huracán quincemayista evidenció la caducidad institucional de instancias hasta ayer prestigiosas, o al menos consentidas: por ejemplo la élite empresarial (CEOE), parte de la cual está siendo juzgada e incluso en prisión (Díaz Ferrán). Sin olvidar la forzada renuncia del rey Juan Carlos y el jucio de la Infanta Elena. En el ámbito cultural propició el manifiesto declinar de una hegemonía reaccionaria que otrora movilizara multitudes –como el antiabortismo y la discriminación sexual y de género–, acompañada de un paralelo empoderamiento del feminismo, de los colectivos LGTBI, del PACMA, etc.
La PAH y otras instancias de defensa de derechos y de autoorganización alcanzaron un grado de legitimidad sorprendente. Floreció también un abigarrado tejido de periódicos digitales alternativos, blogs, webs, redes, etc. que empezaron a ofrecer una información mucho más veraz que los medios del establishment y bajo formatos más confiables e interactivos, que posibilitaron la participación ciudadana en sus contenidos. Se formó así algo que se enunciara como sistema-red 15M; y se explicitó una simultánea voluntad de protagonismo, seguida de una sensación desbordante de que “a esto lo vamos a cambiar”.
Sin embargo, los partidos que se han prodigado en las lidias electorales y los opinólogos de plantón fingen que nada de esto ha sucedido. Así, salvo las elecciones municipales y –en parte– las autonómicas, este extenuante ciclo institucional 2015 / 2016 rezuma impúdico anacronismo, una mise-en-scène en clave de pantomina. Escenario patético, devaluado, cuyo descrédito ante la ciudadanía a lo largo de estos interminables meses sólo pudo haber aumentado.
En obediencia al gastado libreto, los contendientes se prodigan en innúmeras señales, dimes y diretes, marchas y contramarchas. Todo ceñido a una retórica elemental y a códigos cifrados de disputas autorreferenciales. Se atraviesa un manifiesto bloqueo institucional, mientras la realidad de las mayorías discurre en trama paralela –y subordinada–, hecha de apremios y carencias. A la espera de que “los políticos” decidan qué será de nosotros. Cuadro apenas mitigado por la permisividad de La Troika que hace silencio sobre los terribles recortes que nos reserva, al apostar por un gobierno que le garantice subordinación, evitando repetir la mala experiencia que le supuso Syriza.
Pero, dada su naturaleza, este desprestigio no se limita a la partidocracia tradicional (PP, PSOE); se expande hacia las fuerzas emergentes en la malograda “ruptura del bipartidismo”. C´s, cumplida su función de salir al cruce y desmontarle la estrategia a Podemos, parece condenada a funcionar casi como un botones del PP. Podemos e IU también pagan el precio por haber comprado el billete –sólo de ida– a este ámbito institucional casposo. Y parecen no atinar a romper la inflexible lógica claustrofóbica de la jaula otrora fabulada como “los cielos”, hoy manifiesta entente de camarillas.
Singular es el caso de Podemos, autoproclamado heredero del vendaval 15-M y responsable de la ilusión que generara en amplios sectores. Hoy se debate en disyuntiva opuesta a la de sus orígenes: en 2013 “las calles” daban señales de agotamiento de su poder transformador, hoy son las instituciones las que dan indicaciones de caducidad y promueven la indiferencia social. Llega al final de este ciclo electoral explosionado en varias familias que comparten una formidable desorientación política. Parece el resultado previsible y derivado de una sucesión de incongruencias.
Podemos partió del hallazgo inicial de intentar –y conseguir– romper el techo de cristal institucional (proceso iniciado con las elecciones al europarlamento). Pero ahí se detuvo su ímpetu transformador, la voluntad de innovación y experimentación política que abriera el 15-M. A partir de Vista Alegre, Podemos se dedicó a desmentir todos y cada uno de las conquistas político-metodológicas quincemayistas: en vez de inteligencia colectiva desplegó una inteligentsia ilustrada, facultada en exclusiva para elaborar (y bajar) línea. La democracia de abajo a arriba fue sustituida por un contumaz verticalismo; la deliberación horizontal reemplazada por decisiones cocinadas “en las alturas” y no pocas veces a las prisas; las voces contestatarias polifónicas y diversas, fueron sepultadas por una hegemonía discursiva llegada desde la cúpula; la actuación por delegación (mandatada) reemplazada por la dirigencia vertical. Y un largo etcétera, que desagua en el retorno a la forma partidaria tradicional.
Esta deriva conservadora, llevó a Podemos a graves errores y fatales bandazos:
a) Negar la importancia del ámbito municipal como territorio de disputa política. Prefirió “asaltar los cielos”, a “la democracia empieza por lo cercano”. Más allá de que ocultara esta priorización bajo el argumento de que no tenían candidatos suficientes para garantizar coherencia en los numerosos municipios del Estado (como si esa garantía estuviese dada por bases identitarias y no por una amplia participación y gestión democrática abierta).
b) Anunciar a los cuatro vientos que no harían “sopas de siglas” (sobre todo ante una implorante y desfalleciente IU), e hicieron todas las sopas necesarias para llegar a las instituciones.
c) Haber abandonado las calles, barrios, colectivos, movilizaciones, desde que se empeñara en “asaltar los cielos”, aislándose del activo que los alimentaba y les daba soporte.
d) Haber elegido como único espacio de disputa política el ámbito electoral. Cayó así en la trampa fatal de encerrarse –junto a la partidocracia tradicional- en un ámbito extraordinariamente devaluado.
Hoy Podemos se enfrenta a la posibilidad de su refundación. Celebramos que así sea, en cierto modo su debacle implicaría una derrota de todos. También creemos que si no consigue reinterpretar el sentido que le dio origen, a medio plazo puede convertirse en objeto de tesis doctorales en Ciencias Políticas, tanto por haber sido una estrella deslumbrante, como por lo efímero de su cenit.
Las indicaciones iniciales no son auspiciosas. El lanzamiento de “Adelante Podemos” (Rita Maestre, Tania Sánchez, Jorge García Castaño, etc.) hace gala de una impronta tan marquetinera como carente de contenido. Limitada a la exhibición de caras conocidas, omite cualquier posicionamiento político de calado. Se promocionan como nueva casta política –recién llegada– que intenta hacer de las instituciones su espacio de supervivencia profesional. Más de lo mismo, viejo y conocido.
Se impone un adiós a las camarillas. Imprescindible mejorar la puntería, abriendo un amplio debate de refundación, largamente esperado por los activistas más potentes de Podemos y por el activo que los ha seguido hasta aquí. Son tiempos de propuestas audaces, creativas, originales, bajo premisas radicalmente nuevas, que partan del reconocimiento de que vivimos una época de hegemonías cambiantes, de derivas líquidas, provisorias:
a) que da certificado de arcaísmo e impotencia a las formaciones partidarias clásicas (aunque sean de nacimiento reciente), sometidas a líneas de producción de ideas desde un “liderazgo” y/o “grupo dirigente”, con estructuras rígidas y jerarquizadas, que no admiten deliberación y decisión por la base y/o asociaciones transitorias, provisorias y mutables;
b) ha caducado la clásica “vanguardia esclarecida”, que bajará línea para que “la militancia sepa a qué atenerse”. Estos anacronismos se corresponden especularmente con el formato fabril fordista, no con el modelo de producción colaborativo y mutante a que está sometida la parte más dinámica de la sociedad actual;
c) hay que confiar en el activismo organizado. Y conceder simultáneo protagonismo político a los movimientos sociales, asociaciones vecinales, colectivos de precarios, de vivienda, barriales, centros de gestión directa y autoorganizada, colectivos feministas, LGTBI, etc.;
d) dar por cancelada la arcaica vocación de considerarlos simple base de maniobra, funcional a la existencia –en el otro extremo de la cadena- de una inteligentsia ilustrada anclada en “lo ideológico” o “lo hegemónico”. Esto vale tanto para el izquierdismo leninista, como para el nacional-populismo de corte latinoamericanista (errejonismo-laclausiano);
e) que una política de transformación efectiva debería hacer del ejercicio efectivo de los derechos económicos, sociales, políticos y culturales de las mayorías el vértice de su construcción político-ideológica;
f) que asistimos a un formidable vaciamiento institucional, a la crisis irreversible de los modelos de representación política tradicional. Y que una transformación que priorice los derechos de las mayorías, debe hacerse cargo de la evidencia de que las elecciones no son el dispositivo de expresión de la voluntad ciudadana más democrático posible. Hay otros dispositivos de democracia directa y participación permanente (consultas, referéndum, ILP, etc.) mucho más garantistas de la voluntad ciudadana;
g) que esto no implica negar la decisiva importancia de participar en los procesos electorales, y sí la simultánea construcción de instancias de contrapoder, de autoorganización y empoderamiento social, como base de excelencia en la defensa de “lo común”, de lo que es de todos/as.
Estas nociones, lo sabemos, causan desasosiego en parte de los actuales dirigentes de Podemos. No les causarían tal desazón si pudieran reconocer en cuántas ocasiones el dispositivo maquínico –el sistema red-15M– los ha salvado del naufragio. Sin ir más lejos, el 20D cuando, después de un largo derrotero de bandazos y de imperdonables silencios, decidió apostar a último momento por “la calle, las plazas, el 15M, la PAH”. Y así consiguió –en solitario– algo más del 21% de los votos. El 26-J ese mismo dispositivo –al menos parte de él– decidió abandonar a su suerte a Unidos Podemos, al percibirlo demasiado sumergido en las políticas convencionales.
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