Soledad Gallego-Diaz
“En lo más profundo del invierno, aprendí que había en mí un verano invencible”. La frase, de Albert Camus, se refiere, probablemente, a una época mucho más gélida que la actual, los años 40 del siglo pasado, pero sigue teniendo un poder evocador formidable en todos los momentos de crisis o de miedo. La resistencia es, seguramente, ese descubrimiento. Así que todas las apelaciones al desastre total, corrupción endémica y demás no suelen contribuir a la resistencia, sino que consolidan la reacción y niegan la posibilidad de oponer fuerza a la violencia del otro. Pero la resistencia no debe formar parte de la duda. Incluso si se cree que las cosas no tienen remedio, existe la obligación de estar decidido a cambiarlas. Cierto que, en democracia, la resistencia no tiene el carácter de una lucha contra una violencia física, sino de oposición a mecanismos y políticas que destrozan el tejido social, perpetúan y acentúan la desigualdad y condenan a la pobreza económica o educativa a partes sustanciales de la sociedad, las mas débiles, en beneficio de otros sectores más poderosos.
En política, esa decisión de resistir, de negarse a mentir sobre lo que sabemos, es imprescindible. Pero una vez que se reconoce así, lo segundo, como decía el británico Harold MacMillan, son “hechos, querido muchacho, hechos”. Así que, ¿dónde están los hechos, queridos muchachos y muchachas? ¿Dónde están los hechos que demuestren esa voluntad de resistir o de cambio? El llamamiento alcanza a todos aquellos que deberían colaborar para evitar la continuidad de un gobierno y de unas políticas que pueden caracterizarse como de opresión, privación o recorte de derechos cívicos y económicos, es decir, que caracterizan al Partido Popular y a su presidente, Mariano Rajoy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario